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Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina:

—Una tacita de alhelí...

—Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.

—Dos litros de hidromiel caliente con especias...

—Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.

—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.

—¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.

—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.

—Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...

—Muchas gracias, señor ministro.

Harry vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del corazón en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los profesores era el último fin de semana del trimestre? ¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados?

Necesitaba tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería volver al colegio aquella noche... A la pierna de Hermione le dio un tic.

—¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta.

Harry vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:

—¿Qué va a ser; querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.

—Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.

—¿Se lo contaste a todo el bar; Hagrid? —dijo la profesora McGonagall enfadada.

—¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.

—Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.

—¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.

—Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son precauciones necesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.

—Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente.

—¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?

—Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo.

—De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz...

—¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado... Quiero decir, lo recuerdo cuando era un raño en Hogwarts. Si me hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir; habría creído que habíais tomado demasiado hidromiel.

—No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La gente desconoce lo peor.

—¿Lo peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—.

¿Peor que matar a toda esa gente?

—Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.

—No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?

—Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo?

—Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter!

A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie.

—Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos.

—No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.

—¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—. ¡Inseparables!

—¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.

—¿Porque Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta.

—Aún peor; querida... —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías.

Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.

—¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.

El profesor Flitwick carraspeó.

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