Читаем Círculo de espadas полностью

Así lo hizo. El holograma estaba conectado y mostraba la colina que se alzaba sobre la estación de investigación humana de Reed 1935-C. Esta vez empezaba a anochecer. La lluvia caía oblicuamente. Entre los edificios brillaban algunas luces. La bahía de los apareamientos estaba a oscuras: en el agua de color gris acero no brillaba ningún mensaje.

Anna esperó hasta que la puerta se cerró; luego dijo:

—Nick piensa que las cosas se solucionarán.

Ettin Gwarha emitió el sonido semejante a la tos que equivalía a la carcajada de los hwarhath.

—No hay forma de hacer retroceder a Nicky. Da un paso a un lado y poco después está preparado para seguir adelante. Siempre piensa que se le abre un nuevo camino. —Guardó unos minutos de silencio y observó la lluvia que caía sobre Reed 1935-C—. No sé, miembro Pérez. Si somos cautelosos y tenemos suerte, si mis tías son hábiles, si mi abuela ve satisfechos los compromisos que se hicieron con ella hace sesenta años o más, si la Diosa decide no ceder a su amor por las bromas maliciosas… tal vez entonces todo se solucione. Lo único que podemos hacer ahora es seguir adelante.

Hizo una pausa y añadió:

—Debería regresar a mi despacho. Si quiere hablar, si tiene algún problema, dígale a Hai Atala Vaihar que se ponga en contacto conmigo. Responderé.

Anna le dio las gracias.

Se acercó a la puerta y se volvió.

—Y será mejor que le consiga algunos hologramas nuevos. No creo que quiera pasarse todo el año próximo mirando esa escena.

<p>II</p>

La nave partió y Matsehar volvió a aparecer varias mañanas más tarde. La obra estaba concluida, dijo mientras recorrían los pasillos de la estación.

—Y no gracias a Nicky. No me resultó fácil concentrarme en la escritura después de la discusión que mantuvimos.

Anna le transmitió el mensaje de Nick. Típico, comentó Mats. Nicky siempre se ponía cariñoso después de mostrarse obstinado.

—Te rechaza y después habla de amor y amistad, como si eso compensara lo que ha hecho.

Anna guardó silencio.

—Y ahora se ha ido, precisamente cuando yo necesitaba su opinión sobre la nueva obra. —La miró de reojo—. ¿Tú estarías dispuesta a leerla?

—No conozco tu idioma.

—La verdad es que deberías aprenderlo, Anna. ¡No es fácil, pero es tan maravilloso! Mientras tanto, yo puedo hacerte una traducción. Realmente me gustaría conocer tu opinión.

¿Cómo habría podido resistirse a la mirada que él le dedicó? Parecía un hombre lobo melancólico. ¡Pobrecillo! ¡Deseaba tanto mostrar su obra a un humano! Anna asintió.

—No será tan buena como la versión en el idioma original —le advirtió Mats—. Pero domino bastante bien el inglés. No se me resistirá tan fácilmente.

—Aja —dijo Anna.

Le llevó un par de semanas traducir la obra: muy poco, teniendo en cuenta que no era un traductor profesional. Su título era La puerta del castigo. Anna pasó una tarde leyéndola.

Él había recreado la obra de manera tal que se centraba en torno a la puerta del castillo de Macbeth, que era también la puerta del infierno. Había un guardián que a veces aparecía como un ser humano corriente, un borracho cómico, y a veces como un monstruo o un demonio. Todos los personajes de la obra se movían alrededor de la puerta y la atravesaban en una especie de danza: brujas y guerreros, fantasmas, la terrible madre y el hombre asesinado. A veces hablaban con el guardián de la puerta; a veces él describía lo que ocurría mientras ellos danzaban.

¡Santo cielo! ¡Sería algo digno de verse! Imaginó a las brujas con túnicas negras, danzando alrededor de un Macbeth ataviado con su armadura de color rojo sangre, y el monólogo en el que el guardián (ahora un demonio) describía el banquete. Por supuesto, eso se desarrollaría fuera del escenario. A los hwarhath les aburría la comida. ¿O les disgustaba?

No dejó de leer hasta que llegó al final. Macbeth yacía muerto en medio del escenario. El guardián, vestido en ese momento con el espléndido atuendo de un ser sobrenatural, se quitaba la túnica y la dejaba caer. Debajo llevaba la monótona vestimenta de un portero humano. Su tarea había concluido, decía al público. La puerta se había convertido otra vez en un portal corriente, que no conducía a ninguna parte salvo al interior del castillo. Recordad las reglas de la hospitalidad, decía, y las nefastas consecuencias del exceso de ambición. Recogía su jarra de halin y salía arrastrando los pies. Finito.

—¡Caray! —exclamó Anna y desconectó la obra. Miró la pared que tenía enfrente y no vio la madera gris. En lugar de eso visualizó la puerta y el guardián, un humano con ropas oscuras que se convertía en un demonio de brillante atuendo dorado y plateado, y otra vez en humano. Las acotaciones de la obra indicaban que el actor debía aumentar de estatura cuando se convertía en demonio. ¿Cómo se hacía eso? ¿Con un relleno en la túnica del demonio? ¿O con zapatos especiales? Tendría que preguntárselo a Matsehar.

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