Читаем Círculo de espadas полностью

Pero los hwarhath son los seres más maniáticos que conozco con respecto al trabajo.

Me presenté ante el general, que se encontraba en su despacho, tal como me habían ordenado. Era más pequeño que el que tenía en el planeta, aunque al principio no me di cuenta. Tenía encendido un holograma, y una de las paredes se había convertido en una fila de ventanas altas y estrechas. Al otro lado de las ventanas se extendía un paisaje: colinas onduladas y cubiertas por una vegetación baja y de color amarillo. La había visto de cerca. Se parece a la hierba hasta que uno nota que no tiene tallos ni semillas, sólo hojas largas, estrechas y flexibles, de un color dorado desvaído, como hojas de arce al final del otoño. Las colinas estaban salpicadas de árboles. Eran grandes y frondosos —bien pensado, parecían arces— ya amarillos: de un matiz brillante y cobrizo. Unos animales grandes y oscuros pastaban en las laderas de las colinas. El cielo era de un azul claro y profundo.

La tierra de Ettin. La vista era, casi con seguridad, de una de las casas ocupadas por las mujeres de su linaje. [Sí.]

Me senté. El general empezó a pasearse de un lado a otro, cosa muy poco común en él. De vez en cuando se detenía ante su mesa de trabajo y jugueteaba con algo que había en ella: la estatua de la Diosa con su atuendo de Guardiana de la Hoguera, o el largo cuchillo de aspecto amenazador que era el emblema de su rango.

Me preguntó cómo me encontraba. Le dije que muy bien.

—Me advertiste acerca de esa gente, y no te escuché como correspondía.

—Todos cometemos errores.

Observó el holograma.

—No me gusta cometerlos.

Eso es verdad.

—Vaciamos sus ordenadores. Quiero que en cuanto puedas empieces a examinar la información. Eso te mantendrá muy ocupado.

—No hay inconveniente.

—Dejaré que Shen Walha explique cómo te rescató de manos de los humanos. Todo salió bien, salvo por el daño que te hicieron. Y no sé qué va a ocurrirle a la mujer humana. Los de tu especie me resultan incomprensibles. Es posible que le hagan algo. Un castigo, una venganza.

Tras esa introducción, me habló de su conversación con Anna.

Cuando concluyó, le pregunté:

—¿Por qué le contaste esa historia?

—¿La del primer año que pasaste entre los miembros del Pueblo?

Asentí. Él cogió la estatua de la Diosa, la sostuvo un instante y volvió a dejarla.

—Ella no pertenece al perímetro. Ninguna mujer pertenece a él. Pero los de tu especie lo mezclan todo. Nada es seguro. Nadie está protegido.

»No sé si le debes algo. Ella intentó, según su entender, salvarte la vida; y al hacerlo se puso en peligro. Intentaba hacerle comprender que no debe involucrarse en los asuntos de los hombres.

—Por así decirlo.

Pareció desconcertado, pero prosiguió:

—Intentaba hacerle comprender algo acerca de la violencia del perímetro. Vosotros debéis deciros mentiras todo el tiempo acerca de la naturaleza de todo, pero especialmente de la naturaleza de la violencia. En realidad no creo que comprendiera en qué se metía. Quería darle alguna idea. Quería asustarla y hacer que sintiera disgusto y horror.

—Y probablemente lo lograste.

—Estupendo. Como te digo, no estoy seguro de que le debamos algo. Pero si así fuera, me gustaría que se quedara al margen de todo este lío.

Cogió la daga. La empuñadura era dorada y en el pomo llevaba una gema de color rojo púrpura con destellos verdes. Una alejandrita, estoy casi seguro. La hoja medía treinta centímetros y su filo era tan delgado como el de una hoja de afeitar.

—En el recinto había mujeres. Matamos a una, aunque afortunadamente no lo supimos hasta después, y nadie sabe quién cometió el asesinato. No fue necesario hacer que nadie pidiera la opción.

»Les dijimos a los de la nave humana que si salían de la órbita los destruiríamos. Sé que a bordo hay mujeres. Tomamos de rehén a toda la población humana del planeta, sin hacer distinciones entre hombres y mujeres; y hemos dejado algunos misiles para que vigilen el planeta hasta que nos vayamos. Sus programas han sido alterados. Ya no discriminan. No puede razonarse con ellos. No perdonarán a nadie.

—¡Dios mío! —exclamé.

—Lo hice porque no vi otra alternativa; pero ahora debo acudir a los otros principales y preguntarles cómo vamos a combatir a un enemigo como éste. Hay otra pregunta que no les plantearé ya que no confío en que me den una respuesta satisfactoria; pero te la haré a ti, Nicky. Hace mucho tiempo que sé que soy rahaka. Si puedo evitarlo, no tomaré la opción. ¿Cómo voy a vivir con lo que he hecho?

Vivirás con ello, porque tienes que hacerlo, maldito estúpido. [Ah.]

Cuando me separé de él, fui a ver a Shen Walha, el jefe de operaciones del general. La primera vez que vi a este hombre, supe que era un Wally. Es grande y corpulento, de aspecto blando y pelaje de un blanco casi níveo. Tiene manchas en la espalda y en los hombros y los brazos. Las manchas son como las de una onza: círculos grandes y vellosos, vacíos en el centro y a menudo rotos. Son de un color gris muy pálido.

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