Читаем Círculo de espadas полностью

Nicholas tenía razón con respecto a los accesorios. Eran decididamente raros, pero funcionaban y cualquier humano podía utilizarlos. El papel higiénico era como el que habría encontrado en infinidad de lugares de la Tierra. ¿Una cosa más que el general había cogido?

Se lavó las manos y la cara y se miró al espejo.

Era una mujer rolliza, de estatura normal entre los humanos. Tenía la piel morena, el pelo corto, negro y ondulado. Llevaba pantalones y una chaqueta de algodón azul oscuro, la clase de algodón que se arruga. La blusa era blanca, del mismo algodón. No llevaba joyas, sólo un collar de cuentas de lapislázuli. Su madre lo había comprado durante una visita a la República Socialista Islámica, en los tiempos en que aún quedaban naciones independientes en la Tierra.

¿Era aquél el aspecto de una persona que había viajado un centenar de años luz desde su hogar? ¿Era aquél el aspecto de alguien que acababa de usar un lavabo alienígena?

Sí, y también era el aspecto de alguien que —a esa distancia y en medio de tanta rareza— no podía librarse de los tontos.

¡Oh! ¡Su expresión era de enfado! No le gustaban las arrugas que veía alrededor de la boca y en el entrecejo.

En el bolsillo de la chaqueta llevaba una pluma. Gracias a Dios, era una anticuada. Pensaba que no podía fiarse del ordenador. Arrancó un trozo de papel higiénico y escribió: «Líbrate de los micrófonos ocultos.» Después hizo una mueca a su imagen reflejada en el espejo y fue a reunirse con Nicholas.

Ahora él estaba de pie, sosteniendo una copa de vino en cada mano. Las dos estaban casi llenas de un líquido amarillo pálido.

—En tu historial decía que te gusta el vino blanco. Éste es un Pouilly Fume. No es malo, creo, aunque debo decirte que ya no estoy al tanto de este tipo de cosas.

Ella cogió una de las copas y le pasó el trozo de papel higiénico. Él lo miró, asintió y alzó su copa.

—Por la paz y la amistad.

Bebieron. El vino estaba frío y era bueno.

Él dejó la copa.

—No hay ningún plan para esta noche. Puedes descansar un poco, supongo que te hará bien. Mañana es la apertura formal de las negociaciones, habrá un montón de discursos vacíos. Yo no asistiré, pero tú tendrías que hacerlo. Vendré por la mañana. No deberías ir a ninguna parte sin escolta, Anna, y tu escolta debería ser alguien que conozcas. Hai Atala Vaihar, o yo. Mañana te presentaré al tercer hombre. Eh Matsehar. Es miembro del Cuerpo de Arte y ha sido asignado provisionalmente al general. Habla un inglés excelente y supongo que deberías ser capaz de soportar sus modales.

No quería quedarse en aquel sitio sin más compañía que los artefactos humanos de espionaje, pero no supo qué decir.

—En la cocina hay más vino y comida, como te dije. Nadie puede entrar sin tu permiso. No creo que las tías vengan a molestarte, pero si lo hacen recuerda que son mucho más grandes que tú. TrAtalas con respeto y háblales directamente. No mientas ni intentes ser evasiva. Si no quieres responder a una pregunta, dilo. Los miembros del Pueblo respetan la honestidad, y las personas de Ettin son famosas por su franqueza.

»Hay una bonita canción que dice…

Hizo una pausa y miró con expresión ausente la pared que tenía ella a sus espaldas:

Como la gente de las colinas de EttinDiré claramente lo que pienso.

»Es una traducción bastante fiel. Siempre me ha gustado la letra de esa canción, y ahora incluso me gusta la música. Pasaron varios años hasta que pude oírla como algo más que ruido de los alienígenas. —Se acercó a la puerta y tocó la pared más cercana. La puerta se abrió. Nicholas miró a Anna—. Si te sientes sola, recuerda el intercomunicador. Siempre puedes hablar con alguno de los diplomáticos. Buenas noches. No pongas esa cara de enfado, o de preocupación. No estás en una mala situación. —Sonrió—. Créeme, he estado en unas cuantas peores.

La puerta se cerró a sus espaldas. Anna se sentó en una de las sillas. Era blanda y mullida, tapizada a juego con el dibujo pálido e intrincado de la moqueta. Bebió un poco más de vino, se quitó los zapatos de una patada y apoyó los pies en la mesa de madera de nácar. Las patas de la mesa estaban talladas en forma de monstruos retorcidos. Al menos tuvo la impresión de que lo eran. Tenían el aspecto de serlo: escamas, púas, garras y dientes.

Levantó la vista. Había una luz en medio del techo, que era de metal gris y un material semejante al cristal esmerilado. Le recordó algo de la Tierra. Art Déco, un estilo que había dominado el arte occidental a mediados del siglo XX. Ahora era una rareza.

Pero tal vez estaba haciendo lo que los humanos siempre hacían: intentar que lo desconocido resultara familiar. Conocían a un individuo de pelaje gris, orejas enormes y pupilas horizontales, y decían: «Tengo un primo igual a usted en Schaumberg, Illinois.»

¿Nicholas lo habría dicho alguna vez?

¿Cómo sería vivir absolutamente solo entre los alienígenas?

¿Cómo sería soñar con ser torturado?

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