Читаем Círculo de espadas полностью

—Si la vida es sagrada, ¿por qué la Diosa nos ha concedido la muerte? ¿Acaso los humanos no se alzan contra ella y dicen que está equivocada?

—Ambas son sagradas —intervino Gwarha—. Ambas son dones grandiosos.

—Entonces, ¿por qué los humanos no pueden tratar a ambas con respeto? ¿Y con juicio, como la Diosa indicó a los padres de todos nosotros? Ellos matan cuando no deberían. Y no matan cuando deberían. No hay forma de tener una guerra decente con criaturas como éstas.

Gwarha se inclinó hacia delante y cogió la copa que estaba en la mesa: su copa personal predilecta, redonda y lisa. El cristal era de un blanco niveo.

—Dime otra vez lo que es Nicky.

—Para ti no es ningún secreto —dijo Wally—. Todo el mundo sabe lo del brazalete que le regalaste.

No estaba seguro de dónde lo había dejado al quitármelo. En algún lugar de mis aposentos. Pero no me resultó difícil recordar su aspecto.

Cada eslabón tiene la forma de una enredadera que se retuerce formando un círculo. En medio de cada eslabón, colocado entre las hojas doradas, hay una pieza de jade tallada en forma de tli. Gwarha me lo regaló hace años, al regresar de un viaje al que no lo había acompañado. En esa época no había visto un tli, pero sabía qué era: el pequeño embustero de las obras de animales.

—El mentiroso —dijo Wally—. El tramposo, el animal que se burla de los animales grandes y nobles.

—Ah —exclamó Gwarha. Parecía enfadado. Era el momento de poner fin a la conversación.

Me estiré y empecé a masajearle los músculos de la base del cuello.

—¿Qué? —preguntó.

¿Qué demonios estás haciendo, Nicky? Ésa era la pregunta completa. Le clavé la uña del pulgar. Él me miró brevemente y guardó silencio.

¡Muy listo! Aún sabía captar una señal. Seguí masajeándole el cuello. Tenía los músculos duros como rocas.

Todos guardamos silencio durante un rato. Wally había terminado con su discurso acerca de los defectos de los humanos y, sobre todo, de Nicky Sanders. Se quedó hecho un ovillo, mirando el vacío.

Vaihar levantó la cabeza, animado por el silencio o por la curiosidad que éste despertó en él. Cruzamos una mirada. Yo eché un vistazo a la puerta. Aquel encantador e inteligente sujeto bostezó y dijo que estaba casi dormido. Debía irse, realmente. Se puso de pie, tan cortés como siempre, y dio las gracias al Primer Defensor por la velada. Ni siquiera dijo una mentira. La calificó de interesante, y lo había sido, sin duda.

Luego se volvió hacia Wally. ¿El adelantado se iría con él? Se sentiría absolutamente agradecido de contar con su compañía.

Como si el regreso a casa fuera una especie de viaje épico en lugar de un corto paseo —o, en el caso de Wally, un arrastrar de pies— por pasillos bien iluminados.

Wally levantó la vista. El halin finalmente había hecho mella en él. Era evidente, podría haber alterado un tren expreso. No sé si pudo ver la sonrisa de Vaihar, u oír lo que indicaba su voz: deferencia y amabilidad mezcladas con una pequeña dosis de seducción. Vaihar lo hace todo a la perfección. La seducción era suficiente para hacer que su solicitud de compañía resultara interesante, aunque no lo suficiente para comprometerlo.

No sé si Wally captaba algo de todo esto. Parecía tener poca conciencia; pero se las arregló para levantarse de la silla y murmurar algo en agradecimiento a Gwarha. Vaihar puso un brazo alrededor del cuerpo ancho y peludo de Wally y lo condujo hacia la puerta. Los seguí. Mientras la puerta se cerraba, Vaihar dijo en inglés:

—Me debes una, Nicky.

—¿Qué? —preguntó Wally.

—Le estoy diciendo adiós a Nicky.

—No es una persona —dijo Wally y salió dando un traspié.

La puerta se cerró. Algo se rompió a mis espaldas. Me volví. Gwarha estaba de pie. Tenía las manos vacías y la pared de enfrente estaba manchada de halin. Sobre la alfombra había fragmentos de su copa preferida.

—¿Por qué lo has hecho?

—Estaba furioso. Estoy furioso. ¿Qué hay entre Vaihar y Wally?

—¿Por eso estás furioso?

—No. Claro que no.

—Vaihar estaba llevándose a Wally antes de que perdiera su trabajo y tú perdieras al mejor jefe de operaciones del perímetro.

—Ya lo he perdido —afirmó Gwarha—. No quiero entre mi personal a nadie que diga esas cosas sobre ti.

—Podemos hablar de esto mañana.

—No es una decisión tuya.

—Sí, Primer Defensor.

Me miró. Tenía las pupilas más estrechas que antes, aunque no había bebido nada desde que yo había entrado en la habitación.

—¿Cómo puedes soportarlo? ¿Por qué no estás furioso? —No quiero hablar.

—Entonces vete.

—Creo que será mejor que me asegure de que te acuestas, a menos que prefieras pasar la noche cerca del equipo de evacuación.

—No voy a vomitar. No estoy tan borracho.

—Me alegro por ti.

Por un instante pensé que iba a mostrase terco o que volvería a darme órdenes. Entonces del fondo de su garganta surgió ese ruido parecido a una tos que denotaba diversión.

—No quiero discutir más. No contigo. Ni de esto. Buenas noches. —Se marchó con paso bastante firme hacia su habitación.

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