—Estamos aquí, en la ribera oeste de Crystalmir —prosiguió Tanis —. Al norte y al sur se extienden las laderas de las montañas Kharolis que limitan el valle de Solace. En ninguna de las dos cadenas existe un paso conocido, a excepción del paso Gateway al sur de Solace...
—Que seguramente estará vigilado por los goblins —murmuró Sturm—. Existen pasos en el noreste...
—¡Tendríamos que volver a cruzar el lago! —exclamó Flint horrorizado.
—Sí. —La expresión de Tanis era severa—. Habría que cruzar el lago, pero esos pasos conducen a las Llanuras y no creo que queráis tomar esa dirección —dijo mirando a Goldmoon y a Riverwind—. El camino del oeste va hacia Haven a través de los picos Sentinel y del cañón Shadow; creo que ésa es la ruta que debemos tomar.
Sturm frunció el ceño.
—¿Y qué sucederá si los Buscadores de Haven son tan terribles como los de Solace?
—Entonces continuaremos hacia el sur, hacia Qualinesti. —¿Qualinesti? —preguntó Riverwind enojado—. ¿La tierra de los elfos? ¡No! A los humanos les está prohibida la entrada y además es un camino secreto...
La discusión se vio interrumpida por un sonido áspero y sibilante. Todos se volvieron hacia Raistlin.
—Existe un camino —dijo en un tono bajo y burlón, sus ojos centelleaban a la fría luz del amanecer—. Las sendas del Bosque Oscuro llevan directamente a Qualinesti.
—¿El Bosque Oscuro? —repitió Caramon alarmado—. ¡No, Tanis!
El guerrero negó con la cabeza.
—No me asusta luchar contra los vivos..., pero contra los muertos...
—¿Los muertos? —preguntó Tasslehoff con curiosidad—. Cuéntame, Caramon...
—Cállate, Tasslehoff —le gritó Sturm—. El Bosque Oscuro es la locura. Nadie ha regresado de allí jamás. Raistlin, ¿estarías dispuesto a que corriésemos ese riesgo?
—¡Esperad! —Tanis habló secamente. Todos callaron, incluso Sturm guardó silencio. El caballero contempló el rostro sereno y pensativo de Tanis, aquellos ojos almendrados que poseían la sabiduría acumulada durante años y años de búsqueda. En muchas ocasiones se había preguntado por qué aceptaba el liderazgo de Tanis; después de todo, no era más que un semielfo bastardo. No provenía de sangre noble, no llevaba armadura ni ningún escudo o emblema prestigioso. A pesar de ello, Sturm lo seguía, lo quería y respetaba como nunca había respetado a hombre alguno.
Para el caballero la vida era un oscuro sudario, sólo podía llegar a aceptarla y comprenderla a través del código de los caballeros por el que su vida se regía.
El sonido de la voz de Tanis devolvió al caballero al presente.
—Os recuerdo a todos que la Vara no es nuestra y que pertenece a Goldmoon, si es que pertenece a alguien. Nosotros no tenemos más derecho a ella que el Teócrata de Solace.
Tanis se dirigió a Goldmoon.
—¿Cuál es vuestra voluntad, señora?
Goldmoon les miró a todos, uno por uno, y luego miró a Riverwind.
—Tú sabes lo que pienso —dijo él fríamente—, pero eres la hija de Chieftain.
Se puso en pie e, ignorando su mirada de súplica, caminó hacia afuera majestuosamente.
—¿Qué quiso decir? —preguntó Tanis.
—Quiere que nos separemos de vosotros para llevar la Vara a Haven —contestó Goldmoon hablando en voz baja—. Dice que con vosotros corremos más peligro, que viajar los dos solos sería más seguro.
—¿Que con nosotros corréis más peligro? —explotó Flint—. ¡No estaríamos aquí, no hubiese estado a punto de ahogarme..!
Tanis levantó la mano.
—Ya está bien —se rascó la barba—. Estaréis más seguros con nosotros. ¿Aceptáis nuestra ayuda?
—Sí, la acepto —contestó gravemente Goldmoon— aunque sea sólo por un corto trecho.
—Bien —dijo Tanis —; Tasslehoff, tú conoces el camino a través del Valle de Solace, serás el guía.
—De acuerdo, Tanis —contestó sumiso el kender, recogiendo todas sus bolsas y colgándoselas alrededor de la cintura y sobre los hombros. Cuando pasó ante Goldmoon hizo una pequeña reverencia y le acarició ligeramente la mano antes de salir de la gruta.
Los demás recogieron rápidamente sus cosas y lo siguieron.
—Va a llover de nuevo —gruñó Flint mirando hacia las nubes que cada vez estaban más bajas—. Debería haberme quedado en Solace. —Murmurando:comenzó a caminar colocándose el hacha de guerra en la espalda. Tanis, que esperaba a Goldmoon y a Riverwind, sonrió y movió la cabeza. Algunas cosas no cambiarían nunca, entre ellas, los, enanos.
Riverwind recogió los paquetes de Goldmoon y se los colgó a la espalda.
—Me he asegurado de que el bote esté bien escondido por si lo necesitamos —le dijo a Tanis. Esa mañana su expresión era de nuevo una máscara de estoicismo.