Читаем El retorno de los dragones полностью

El clérigo titubeó y miró a sus compañeros. Tanis los vio cómo señalaban nerviosos las extrañas fajas de tela que llevaban atadas alrededor de sus ondeantes túnicas. Las fajas eran curiosamente anchas y tenían unas raras protuberancias en la parte inferior que evidentemente no estaban hechas para los libros de oraciones. Maldijo de frustración, confiando en que Sturm y Caramon hubieran prestado atención a estos detalles, pero Sturm parecía completamente relajado y Caramon estaba distraído. Tanis, con cautela, levantó el arco y colocó una flecha en la cuerda.

Al final, el clérigo asintió sumisamente con la cabeza, cruzando los brazos bajo las mangas de su túnica.

—Estaremos agradecidos por cualquier ayuda que puedas prestarle a nuestro pobre hermano —dijo con un hilo de voz—. y después, espero que tú y tus compañeros queráis acompañarnos de regreso a Haven. Te prometo que os convenceréis de que la Vara ha caído en vuestras manos por equivocación.

—Iremos donde consideremos oportuno, hermano —gruñó Caramon.

—¡Qué loco! —pensó Tanis; dudó en gritar y avisarlos, pero decidió quedarse callado por si no se cumplían sus sospechas.

La pertinaz lluvia había cesado, las ropas de los compañeros estaban empapadas, pero no era momento de pararse a pensar en ello. Goldmoon y el jefe de los encapuchados se dirigieron hacia la carreta seguidos de Riverwind. Sturm y Caramon se quedaron donde estaban, observando con interés. Cuando Goldmoon y el clérigo alcanzaron la parte trasera de la carreta, él la agarró por el brazo dirigiéndola hacia el carro, pero ella se apartó, acercándose por sí misma. El clérigo bajó la cabeza humildemente y levantó la tela que cubría la parte posterior de la carreta. Goldmoon se asomó al interior sosteniendo la Vara entre sus manos.

De pronto se originó una gran confusión. Se escuchó un grito. El clérigo se llevó un cuerno a los labios y se oyó un sonido largo y quejumbroso.

—¡Caramon! ¡Sturm! —chilló Tanis levantando el arco—. Es una tramp...

Algo muy pesado cayó sobre el semielfo derribándolo al suelo. Unas manos fuertes buscaron su garganta y empujaron su cara contra el barro y las hojas mojadas. Los dedos encontraron lo que buscaban y comenzaron a apretar. Tanis intentó respirar, pero su nariz y su boca estaban llenas de lodo, por lo que, casi sin respiración, tiró frenéticamente de las manos que intentaban estrujarle el gaznate, pero el apretón era increíblemente fuerte y Tanis sintió que perdía la conciencia. Cuando tensaba sus músculos para un desesperado intento final escuchó un grito ronco y un sonido de huesos rotos. La presión fue cediendo y alguien le quitó de encima aquel pesado cuerpo.

Tanis consiguió ponerse de rodillas y, jadeando dolorosamente, fue recuperando la respiración. Después de limpiar de barro su rostro, levantó la mirada y vio a Flint con un leño en la mano, mirando fijamente el cuerpo que yacía a sus pies.

El semielfo se sobrecogió horrorizado. Aquel cuerpo no era el de un hombre; de la espalda salían unas alas coriáceas y tenía la piel escamosa de un reptil; las largas manos y los pies acababan en garras, pero, al igual que los hombres, caminaba sobre los pies. La criatura llevaba una extraña armadura que le permitía utilizar las alas. No obstante, fue el rostro de aquel ser lo que le había estremecido; era un rostro nunca visto ni en la más terrible de las pesadillas.

Las criaturas que habían aterrorizado a los compañeros eran draconianos, raza menor de dragones aparecida tras el Cataclismo y cuya existencia era desconocida en Krynn. Estos seres eran servidores de los dragones y, como ellos, eran astutos, inteligentes y malignos. ¿Qué podía significar la aparición de estos seres? ¿Quizá el retorno de los dragones a Krynn? ...

Todo resultaba muy sospechoso y en el ambiente flotaba un presagio de malos augurios.

—¡Por todos los dioses! —exclamó Raistlin arrastrándose hacia Tanis —. ¿Qué es esta extraña criatura?

Antes de que Tanis pudiese contestarle, vio un resplandor de luz azulado y oyó que Goldmoon gritaba.

Mientras Tanis era agredido, Goldmoon había mirado en el interior de la carreta y se preguntaba qué terrible enfermedad podía transformar la piel de un hombre en escamas. Se había adelantado para tocar a aquel desgraciado clérigo con su vara, pero, en ese preciso momento, la criatura había saltado hacia ella intentando arrebatársela con su garruda mano. Goldmoon retrocedió, pero la criatura era rápida y clavó sus garras en la Vara.

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