Читаем Ensayo Sobre La Ceguera полностью

El ladrón redobló la atención sobre el tráfico para impedir que pensamientos tan atemorizadores ocuparan por entero su espíritu, sabía bien que no debía permitirse el menor error, la mínima distracción. La policía andaba por allí, bastaba que algún guardia lo mandara parar, A ver, la documentación del coche, el carné, y otra vez a la cárcel, la dureza de la vida. Ponía el mayor cuidado en obedecer los semáforos, nunca pasarse el rojo, respetar el amarillo, esperar con paciencia hasta que aparezca el verde. A cierta altura se dio cuenta de que estaba empezando a mirar las luces de forma obsesiva. Pasó entonces a regular la velocidad de manera que pudiera coger la onda verde, aunque a veces, para conseguirlo, tuviera que aumentar la velocidad, o, al contrario, reducirla hasta el punto de provocar la irritación de los conductores que venían detrás. Al fin, desorientado, tenso a más no poder, acabó por dirigir el coche hacia una calle transversal secundaria en la que no había semáforos, y lo estacionó casi sin mirar, que buen conductor sí era. Estaba al borde de un ataque de nervios, con estas palabras exactas lo pensó, A ver si ahora me da algo. Jadeaba dentro del coche. Bajó las ventanillas de los dos lados, pero el aire de fuera, aunque se movía, no refrescó la atmósfera interior. Qué hago, se preguntó. El barracón al que debería llevar el coche quedaba lejos, a las afueras de la ciudad, y con aquellos nervios no iba a llegar nunca, Me atrapa un guardia, o tengo un accidente, que todavía sería peor, murmuró. Pensó entonces que lo mejor sería salir un rato del coche, dar una vuelta, airear las ideas, A ver si me quito las telarañas de la cabeza, por el hecho de que el tipo aquel se quedara ciego no me va a pasar lo mismo a mí, esto no es una gripe que se pegue, doy una vuelta a la manzana y se me pasa. Salió, no valía la pena cerrar el coche, estaría de vuelta en un momento, y se alejó. Aún no había andado treinta pasos cuando se quedó ciego.

En el consultorio el último cliente atendido fue el viejo bondadoso, el que había dicho palabras tan llenas de piedad por aquel pobre hombre que se había quedado ciego de repente. Iba sólo para que le dieran la fecha de la operación de catarata en el único ojo que le quedaba, que la venda tapaba una ausencia y no tenía nada que ver con el caso de ahora. Son cosas que vienen con la edad, le había dicho el médico tiempo atrás, cuando la catarata esté madura la quitamos, luego no va a reconocer el mundo en que vivió, ya verá. Cuando salió el viejo de la venda negra, y la enfermera dijo que no había más pacientes en la sala de espera, el médico cogió la ficha del hombre que se había quedado ciego súbitamente, la leyó una, dos veces, pensó durante unos minutos, y luego fue al teléfono y llamó a un colega, con quien sostuvo la siguiente conversación, Oye, mira, he tenido hoy un caso extrañísimo, un hombre que perdió la vista de repente, el examen no ha mostrado nada, ninguna lesión perceptible, ni indicios de malformación de nacimiento, dice que lo ve todo blanco, con una especie de blancura lechosa, espesa, que se le agarra a los ojos, estoy intentando expresar del mejor modo posible la descripción que me hizo, sí, claro que es subjetivo, no, el hombre es joven, treinta y ocho años, tienes noticia de algún caso semejante, has leído, oíste hablar de algo así, ya lo pensaba yo, por ahora no le veo solución, para ganar tiempo le mandé que se hiciera unos análisis, sí, podemos verlo juntos uno de estos días, después de cenar voy a echar un vistazo a los libros, revisar bibliografía, a ver si se me ocurre algo, sí, ya sé, la agnosis, la ceguera psíquica, podría ser, pero se trataría entonces del primer caso de estas características, porque de lo que no hay duda es de que el hombre está ciego, la agnosis, lo sabemos, es la incapacidad de reconocer lo que se ve, también he pensado en eso, o en que se tratase de una amaurosis, pero recuerda lo que te he dicho, es una ceguera blanca, precisamente lo contrario de la amaurosis, que es tiniebla total, a no ser que exista una amaurosis blanca, una tiniebla blanca, por así decirlo, sí, ya sé, algo que no se ha visto nunca, de acuerdo, mañana le llamo, le digo que queremos examinarlo los dos. Terminada la conversación, el médico se recostó en el sillón, se quedó así unos minutos, luego se levantó, se quitó la bata con movimientos fatigados, lentos. Fue al baño para lavarse las manos, pero esta vez no le preguntó al espejo, metafísicamente, Qué será eso, había recuperado el espíritu científico, el hecho de que la agnosis y la amaurosis se encontraran identificadas y definidas con precisión en los libros y en la práctica no significaba que no surgieran variedades, mutaciones, si es adecuada la palabra, y ahora parecían haber llegado. Hay mil razones para que el cerebro se cierre, sólo esto, y nada más, como una visita tardía que encontrara clausurados sus propios umbrales. El oftalmólogo tenía gustos literarios y encontraba citas oportunas.

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