—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de
Percy se sonrojó ligeramente.
—Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso acaloradamente—, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de productos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían seriamente en peligro...
—Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.
Percy cerró la puerta de su habitación dando un portazo. Mientras Harry, Hermione y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos procedentes de la cocina. El señor Weasley debía de haberle contado a su mujer lo de los caramelos.
La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa estaba casi igual que el verano anterior: los mismos pósters del equipo de quidditch favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la ventana, que antes contenía huevas de rana, había una rana enorme. Ya no estaba
—¡Cállate,
—¿Por qué llamas
—Porque es tonto —dijo Ginny—. Su verdadero nombre es
—Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcásticamente Ron—. Ginny lo bautizó. Le parece un nombre adorable. Yo intenté cambiarlo, pero era demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con
—¿Dónde está
—Fuera, en el jardín, supongo. Le gusta perseguir a los gnomos; nunca los había visto.
—Entonces, ¿Percy está contento con el trabajo? —inquirió Harry, sentándose en una de las camas y observando a los Chudley Cannons, que entraban y salían como balas de los pósters colgados en el techo.
—¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa si mi padre no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.
—¿Has pasado un buen verano, Harry? —quiso saber Hermione—. ¿Recibiste nuestros paquetes de comida y todo lo demás?
—Sí, muchas gracias —contestó Harry—. Esos pasteles me salvaron la vida.
—¿Y has tenido noticias de...? —comenzó Ron, pero se calló en respuesta a la mirada de Hermione.
Harry se dio cuenta de que Ron quería preguntarle por Sirius. Ron y Hermione se habían involucrado tanto en la fuga de Sirius que estaban casi tan preocupados por él como Harry. Sin embargo, no era prudente hablar de él delante de Ginny. A excepción de ellos y del profesor Dumbledore, nadie sabía cómo había escapado Sirius ni creía en su inocencia.
—Creo que han dejado de discutir —dijo Hermione para disimular aquel instante de apuro, porque Ginny miraba con curiosidad tan pronto a Ron como a Harry—. ¿Qué tal si bajamos y ayudamos a vuestra madre con la cena?
—De acuerdo —aceptó Ron.
Los cuatro salieron de la habitación de Ron, bajaron la escalera y encontraron a la señora Weasley sola en la cocina, con aspecto de enfado.
—Vamos a comer en el jardín —les dijo en cuanto entraron—. Aquí no cabemos once personas. ¿Podríais sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están colocando las mesas. Vosotros dos, llevad los cubiertos —les dijo a Ron y a Harry. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un montón de patatas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que fueron a dar en las paredes y el techo—.
¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las patatas—. ¡Esos dos! —estalló de pronto, mientras sacaba cazuelas del armario. Harry comprendió que se refería a Fred y a George—. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.