—Bueno, en realidad fuiste tú quien me dio la idea, Harry.
—¿Yo? ¿Cómo?
—Con tus micrófonos ocultos —contestó Hermione muy contenta.
—Pero los micrófonos no funcionan...
—No los electrónicos. No, pero Rita Skeeter es ella misma como un minúsculo micrófono negro... Rita Skeeter es una animaga no registrada. Puede convertirse...
—Hermione sacó de la mochila un pequeño tarro de cristal cerrado— en un escarabajo.
—¡Bromeas! —exclamó Ron—. Tú no has... Ella no...
—Sí, ella sí —declaró Hermione muy contenta, blandiendo el tarro ante ellos.
Dentro había ramitas, hojas y un escarabajo grande y gordo.
—Eso no puede ser... Nos estás tomando el pelo —dijo Ron, poniendo el tarro a la altura de los ojos.
—No, en serio —afirmó Hermione sonriendo—. Lo cogí en el alféizar de la ventana de la enfermería. Si lo miráis de cerca veréis que las marcas alrededor de la antena son como las de esas espantosas gafas que lleva.
Harry miró y vio que tenía razón. Recordó algo.
—¡Había un escarabajo en la estatua la noche en que oímos a Hagrid hablarle a Madame Maxime de su madre!
—¡Exacto! —confirmó Hermione—. Y Viktor Krum me quitó un escarabajo del pelo después de nuestra conversación junto al lago. Y, si no me equivoco, Rita estaría en el alféizar de la clase de Adivinación el día en que te dolió la cicatriz. Se ha pasado el año revoloteando por ahí en busca de historias.
—Cuando vimos a Malfoy debajo de aquel árbol... —dijo Ron pensativo.
—Estaba contándole cosas, la tenía en la mano —continuó Hermione—. Por supuesto, él lo sabía. Así es como ella ha obtenido esas entrevistas tan encantadoras con los de Slytherin. A ellos les daba igual que ella estuviera haciendo algo ilegal mientras pudieran contarle cosas horribles sobre nosotros y Hagrid.
Hermione cogió el tarro de cristal que le había pasado a Ron, y sonrió al escarabajo, que revoloteaba pegándose furiosos golpes contra el cristal.
—Le he explicado que la dejaré salir cuando lleguemos a Londres. Al tarro le he echado un encantamiento
Sonriendo serenamente, Hermione volvió a meter el escarabajo en la mochila.
La puerta del compartimiento se abrió.
—Muy lista, Granger —dijo Draco Malfoy.
Crabbe y Goyle estaban tras él. Los tres parecían más satisfechos, arrogantes y amenazadores que nunca.
—O sea que has pillado a esa patética periodista —añadió Malfoy pensativamente, asomándose y mirándolos con una leve sonrisa en los labios—, y Potter vuelve a ser el niño favorito de Dumbledore. Mola. —Su sonrisa se acentuó. Crabbe y Goyle también los miraban con sonrisas malévolas—. Intentando no pensar en ello, ¿eh? ¿Haciendo como si no hubiera ocurrido?
—Fuera —dijo Harry.
No había vuelto a tener a Malfoy cerca desde que lo había visto cuchichear con Crabbe y Goyle durante el discurso de Dumbledore sobre Cedric. Sintió un zumbido en los oídos. Bajo la túnica, su mano agarró la varita.
—¡Has elegido el bando perdedor, Potter! ¡Te lo advertí! Te dije que debías escoger tus compañías con más cuidado, ¿recuerdas? Cuando nos encontramos en el tren, el día de nuestro ingreso en Hogwarts. ¡Te dije que no anduvieras con semejante chusma! —señaló con la cabeza a Ron y Hermione—. ¡Ya es demasiado tarde, Potter!
¡Ahora que ha retornado el Señor Tenebroso, los sangre sucia y los amigos de los muggles serán los primeros en caer! Bueno, los primeros no, los segundos: el primero ha sido Digg...
Fue como si alguien hubiera encendido una caja de bengalas en el compartimiento.
Cegado por el resplandor de los encantamientos que habían partido de todas direcciones, ensordecido por los estallidos, Harry parpadeó y miró al suelo.
Malfoy, Crabbe y Goyle estaban inconscientes en el hueco de la puerta. Harry, Ron y Hermione se habían puesto de pie después de lanzarles distintos maleficios. Y no eran los únicos que lo habían hecho.
—Quisimos venir a ver qué buscaban estos tres —dijo Fred como sin querer la cosa, pisando a Goyle para entrar en el compartimiento. Había sacado la varita, igual que George, que tuvo buen cuidado de pisar a Malfoy al entrar tras Fred.
—Un efecto interesante —dijo George mirando a Crabbe—. ¿Quién le lanzó la maldición
—Yo —admitió Harry.
—Curioso —comentó George—. Yo le lancé el embrujo piernas de gelatina. Se ve que no hay que mezclarlos: se le ha llenado la cara de tentáculos. Vamos a sacarlos de aquí, no pegan con la decoración.
Ron, Harry y George los sacaron al pasillo empujándolos con los pies. No se sabía cuál de ellos tenía peor pinta, con la mezcla de maleficios que les habían echado. Luego volvieron al compartimiento y cerraron la puerta.
—¿Alguien quiere echar una partida con los naipes explosivos? —preguntó Fred, sacando un mazo de cartas.
Iban por la quinta partida cuando Harry se decidió a preguntarles:
—¿Nos lo vais a decir? ¿A quién le hacíais chantaje?