Murátov salta del diván y se dirige a la mesa. Sí, es necesario comprobar esa variante, incluso en el caso de que parezca fantástica. Serguéi ha partido del supuesto de que son dos cuerpos surgidos
Entonces, claro está, ninguna de las órbitas pensadas corresponderá al movimiento real de los cuerpos, pero, si son…
En apoyo de esta suposición había muchos hechos.
Primero, los cuerpos no son visibles con el telescopio visual, incluso a una distancia corta (el caso de la astronave de carga). Esto se puede explicar debido a que están pintados con un color negro absoluto y no reflejan los rayos del Sol. Los cuerpos naturales no pueden tener este color.
Segundo, los radares los «ven» de lejos y no de cerca. Esto es más difícil de explicar, pero se puede suponer (fantaseando hasta el fin), que quienes los lanzaron han querido dificultar a las personas el hallazgo de estos cuerpos. Cómo lo han hecho, esa es otra cuestión.
Y, tercero, los cuerpos se mueven en dirección contraria al movimiento del planeta, al contrario de la rotación de la Tierra. Es cierto que este fenómeno se encuentra en la naturaleza, pero con poca frecuencia.
¡Se puede llegar a la conclusión de que son satélites artificiales de la Tierra lanzados desde otro sitio!
La tenaz memoria de Murátov recordaba que esta hipótesis fue expuesta en el siglo veinte. Una vez leyó algo sobre ella. ¿Cuál era el apellido del autor? Murátov pone en tensión la memoria. ¡Ah! Sí, Braithwell.
«Pero todos los satélites artificiales lanzados por el hombre se mueven según las leyes de la gravedad — pensó —. Vuelan por inercia, no poseen motor y ante la presencia de cualquier fuerza externa, la órbita puede adoptar el contorno más fantástico».
¿Facilita la resolución del problema esta nueva premisa? No, todo lo contrario, la dificulta. ¿Cómo averiguar la trayectoria, si es completamente desconocido su objetivo?
Pero a pesar de todo es necesario intentar algo puesto que son conocidos ocho puntas que pertenecen a dos órbitas. Es desconocido qué puntos determinados pertenecen a cada órbita. Pero la combinación de ocho puntos por cuatro no es mucho. ¿Y si a una órbita pertenecen tres, y a otra cinco? ¿O existe otra combinación cualquiera?
Inesperadamente le surgió una idea más. Murátov se conmovió al ver lo sencilla e importante que era. Si suponemos que los cuerpos son artificiales, entonces, naturalmente, se desprende otro razonamiento: no son compactos sino huecos. Esto cambia grandemente la masa y como consecuencia también todos los cálculos. Y, claro está, no son de piedra, sino metálicos. Entonces puede ocurrir también que una de las órbitas, calculadas por Serguéi para los dos cuerpos, sea cierta si añadimos a ella la corrección referente a la masa. Murátov comenzó a examinar desde el principio todas las anotaciones de Serguéi. Aunque Sinitsin hubiera estado, al realizar el trabajo, todo lo nervioso que se pudiera, las anotaciones y deducciones estaban perfectamente claras, lacónicas y exactas. Las costumbres arraigadas actúan inconscientemente…
En los trópicos amanece rápidamente. Los rayos del Sol naciente dispersaban las tinieblas en los rincones del gabinete. La luz de la lámpara es ya una mancha amarillenta.
Pero Murátov no se da cuenta de esto. Las placas-programas desaparecen en la máquina una tras otra. En la pequeña pantalla aparecen claramente los resultados de los cálculos.
El matemático electrónico ayuda admirablemente al matemático hombre.
¡Órbitas, órbitas, órbitas! Sólo en ellas puede pensar Murátov, sólo ellas están clavadas en su mente. ¡No hay sitio para otra cosa!
A las nueve en punto de la mañana se acerca Sinitsin a la puerta de su gabinete llevando un ligero traje blanco, rasurado, esmeradamente peinado, animado e incluso aparentemente alegre. Pero la alegría es sólo exterior, en su alma hay alarma y turbación.
¿Habrá logrado Víktor, aunque no sea más que parcialmente, aunque no sea más que en algo, aproximarse a la solución? ¿Le habrá surgido alguna nueva idea que pueda arrojar algo de luz en las tinieblas del enigma cósmico?
Sinitsin conocía bien la aguda mentalidad de Víktor, su enorme capacidad matemática.
Poseía además un rasgo altamente desarrollado: la fuerza imaginativa, rasgo muy útil para la investigación y del que carecía en absoluto el mismo Sinitsin. Sinitsin era un práctico, Murátov, un teórico.
Diecisiete horas de trabajo (Sinitsin no dudó ni un sólo minuto de que. Víktor había trabajado toda la noche) algo tenían que dar.