Sólo, de vez en cuando, una mirada curiosa se detenía furtivamente en su figura alta, esbelta, miraba interesadamente los rasgos de su cara como si quisiera averiguar qué asunto había traído aquí a la «huésped de la Tierra», por qué estaba en el vechebús que iba por la ruta KíevPoltava.
La muchacha no notaba estas miradas. Parecía que no prestaba atención a ninguna de las personas que la rodeaban. No detuvo en nadie, ni una sola vez, la mirada de sus ojos negros aterciopelados.
Se llamaba Guianeya. Ella, lo mismo que su nombre, era conocida en todo el mundo.
Sin separarse de su lado estaba una muchacha del tipo terrestre común. Era también de estatura alta, pero su acompañante le llevaba media cabeza, de cabellera negra y espesa, pero sin el matiz verdoso de la piel, con un vestido blanco igual, pero un poco más largo y no tan abierto. Calzaba zapatos iguales a los de su compañera, pero sin cintas. Y sus ojos negros eran un poco alargados, pero situados horizontalmente.
Los pasajeros del vechebús sabían quién era esta segunda muchacha. Lo mismo que a Guianeya todos la conocían y sabían su nombre y apellido.
Ellas hablaban entre sí en voz baja en un idioma bello y sonoro. Era conocido de todos que Guianeya poseía un oído extraordinariamente agudo, incomparable con el de las personas de la Tierra.
Y no sólo era el oído. Todos los órganos de los sentidos estaban mucho más desarrollados en la forastera del otro mundo. Veía lo que el hombre de la Tierra no podía ver sin prismáticos, olfateaba el olor que no podría sentir ni un perro policía especialmente entrenado. Los finos y sensibles dedos de Guianeyá eran capaces de percibir sensaciones que no podían captar los dedos de las personas terrestres.
Las facultades de la enigmática huésped ya hacía tiempo que habían llamado la atención de los científicos. Poseía una voz maravillosa, cuyo diapasón abarcaba casi todas las octavas del piano terrestre. Dibujaba admirablemente bien, con gran facilidad modelaba retratos en arcilla y esculpía en mármol. Y lo hacía de tal forma como si toda su vida hubiera sido cantante, pintora o escultora. Su cuerpo era capaz de realizar los ejercicios gimnásticos más inverosímiles. Guianeyá superaba en mucho a las personas en todas las clases de atletismo. Sólo los deportistas varones, campeones en su especialidad, podían competir con ella sin el riesgo de resultar forzosamente derrotados.
Se había observado que lo que más le gustaba a Guianeyá era la natación. Y nadaba el crawl clásico con un estilo refinado, lo que demostraba, en primer lugar, que esta clase de deporte estaba muy difundida en su patria, y segundo, que no era una prerrogativa de la Tierra el invento del estilo de natación más rápido.
— Físicamente — decían los científicos —, Guianeyá es la persona del futuro. Como ella tienen que ser y serán sin duda todas las personas de la Tierra. La evolución del organismo humano conduce, según leyes, a que todos los que ahora llamamos hombre de talento, debido a sus capacidades y aptitudes, sean en el futuro una cosa corriente.
Sin embargo, los científicos no decían ni una palabra sobre las capacidades mentales de Guianeyá. Sencillamente porque no las conocían. Sólo por síntomas indirectos se podía suponer que tenía un cerebro altamente desarrollado.
Durante el año y medio que había pasado desde el momento de la aparición en la Tierra de esta muchacha de otro mundo no había sido posible encontrar un idioma para llegar a conseguir una completa comprensión mutua. Guianeyá no había expresado el menor deseo de estudiar el idioma de la Tierra, dejando la iniciativa a las personas de la Tierra. Ante el grupo de científicos lingüistas que se dedicaban al estudio del idioma de Guianeyá se planteaba una tarea no fácil, no sólo por lo difícil del idioma, sino fundamentalmente porque ella manifestaba claramente que no deseaba ayudar a las personas. Con muy poca gana «daba clases», limitándose a las más sencillas palabras y nociones, sin las cuales ella no podía pasar en la Tierra. El menor intento de querer ampliar el conocimiento de su lengua, con el objeto de tocar las cuestiones científicas, chocaba con una invariable resistencia tácita. Daba la impresión de que Guianeyá había decidido firmemente no ofrecer, por nada del mundo, la menor posibilidad de hacerle preguntas de carácter científico o técnico.
¿Era posible que Guianeya no conociera la ciencia de su mundo? Las circunstancias de su aparición en la Tierra rechazaban categóricamente esta suposición. Indudablemente ella sabía muchas cosas. Pero ¿este «mucho» sería mayor de lo que se sabía en la Tierra?
Los científicos no habían perdido las esperanzas de obtener al fin respuesta a las cuestiones que les interesaban. Pues Guianeya no podía guardar silencio eternamente. Si alguna vez ella quisiera regresar a su patria sólo lo podría hacer con la ayuda de las personas de la Tierra, con la ayuda de la técnica terrestre.