Читаем Guianeya полностью

Los trabajadores del observatorio y de la estación científica podían ver las transmisiones terrestres, escuchar la radio y hablar con cualquier persona de la Tierra con un retardo en total de uno o dos segundos que, claro está, era completamente imperceptible y no causaba ninguna incomodidad.

Las antenas de televisión y de radio fueron instaladas en las cumbres de las montañas, «veían» bien la Tierra y estaban unidas al poblado por un cable de cinco kilómetros. Los meteoritos ni una sola vez dañaron a las antenas, ni a los cables.

De esta forma todo lo que tenía lugar en la Tierra se conocía inmediatamente en la Luna. Las personas no se sentían separadas del planeta natal y muchos vivían aquí varios años.

Véresov alunizó su nave junto a los edificios, sin temor a causarles daño. La inexistencia de atmósfera desempeñaba en este caso un papel positivo. Incluso no se oía el estrépito de los motores de freno.

Las veinte personas, participantes de la Séptima expedición, vestidas con escafandras lunares, recorrieron una corta distancia y se refugiaron en una casa donde les acogieron con alegría los «selenitas», que esperaban su llegada, y a los que siempre producían alegría los huéspedes.

— Por fin usted mismo toma parte en la expedición — dijo a Stone el profesor Tókarev, dirigente de la estación científica del cráter —. Ya es hora de terminar con este enigma.

— Precisamente para esto hemos venido tan pronto — contestó Stone.

A Gudaneya la acogieron con alegría y sin muestra de curiosidad, lo mismo que a los demás, aunque nadie del personal actual de la estación la había visto, como no fuera en las pantallas o en fotografías.

Aquí ya sabían todo, incluso aquello que era conocido en la Tierra hoy por la mañana.

El vuelo de la Tierra a la Luna duraba un poco más de cinco horas.

— Mañana por la mañana, por supuesto, según tiempo de la Tierra, nos pondremos a trabajar — dijo Stone —. No se puede perder ni un minuto.

— Nosotros mismos vivimos según la hora terrestre — sonrió Tókarev.

– ¿Tienen ustedes todo preparado?

– ¿Se refiere usted a los todoterreno? Siempre están preparados. Junto con los que dejó la Sexta expedición, tiene usted ocho máquinas y cuatro cohetes lunares a su disposición.

— Tantas no nos hacen falta. Y es poco probable que tengamos necesidad de los cohetes.

Tókarev movió la cabeza.

— Sí — dijo —, lo sé. Usted tiene confianza en… — y con un movimiento imperceptible de la mano indicó a Guianeya.

— Precisamente en ella — dijo Murátov. Guianeya estaba en la ventana. Parecía que le interesaba el paisaje lunar, iluminado por los rayos del Sol que estaba muy alto. Según el meridiano de la estación era mediodía.

Se volvió precisamente en el momento en que hablaban de ella, con la mirada encontró a Murátov y le llamó con una seña.

En el acto se acercó a ella.

– ¿Se puede ver la Tierra desde aquí? — preguntó Guianeya.

— No, nunca.

– ¿Este lugar está lejos del Polo Sur?

— No muy lejos. Se encuentra en el borde del disco lunar que se ve desde la Tierra. Es el cráter Tycho.

— Yo no sé los nombres — contestó con impaciencia Guianeya —. A mí me interesa otra cosa. ¿Aquí, en este lugar, coincide la trayectoria que usted ha calculado?

— Sí, aquí — contestó asombrado Murátov, que no esperaba estas preguntas de Guianeya, manifestando magnífico conocimiento de la lengua española.

– ¿Este lugar siempre se ve desde la Tierra?

— Siempre. La Luna ofrece siempre a la Tierra un mismo lado.

Estaba agitado y empezaba a sospechar a que conducían todas estas preguntas.

¿Sería posible?

Se acercaron a ellos los participantes de la expedición que sabían español y dos miembros del personal de la estación. Todos esperaban conteniendo la respiración lo que dijera Guianeya.

Parecía que ella no había notado nada dirigiéndose sólo a Murátov.

— Entonces… — Guianeya se quedó pensativa un momento como si quisiera recordar algo —. Hubo una conversación que yo esuché. Riyagueya — («Otra vez este nombre», pensó Murátov) — dijo, que los satélites — pronunció esta palabra con un tono irónico — se encuentran en un lugar desde el que nunca se ve la Tierra. Añadió que están ubicados al pie de la cordillera montañosa que se encuentra no lejos del Polo Sur. Todo lo que yo veo — hizo un leve movimiento con la mano — es parecido a lo descrito por él. ¿Pero se halla aquí lo que vosotros queréis encontrar?

– ¿Dijo que la base se hallaba en el interior de un anillo montañoso? — preguntó Murátov.

— No he comprendido la palabra que usted ha dicho.

– ¿Base?

— El lugar donde ahora se encuentran los satélites.

— Creo que algo parecido. Sin duda alguna algo parecido. ¿De dónde iba yo a saber que en la Luna hay montañas circulares? Y esto lo he sabido.

– ¿Recuerda usted bien, que Riyagueya dijo precisamente así: «En el lugar de donde no se ve la Tierra»?

— Sí, lo recuerdo perfectamente.

– ¡Gracias, Guianeya! Otra vez nos presta un enorme servicio.

Guianeya hizo un gesto con el hombro.

— Hago lo que ya hice. Nada nuevo.

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