Ahora se veía perfectamente toda la cavidad excavada en el terreno rocoso. Tenía una forma cuadrada exacta, una profundidad de dos metros con el fondo llano y liso.
¡He aquí, por fin, la base misteriosa del mundo extraño que las personas buscaron en balde durante tres años!
A todos les pareció en el primer momento que la base estaba vacía. Ni satélitesexploradores, ni ningunos aparatos. Pero más tarde se notó una sombra al parecer proyectada por el espacio vacío. Los aparatos invisibles de la base no eran transparentes, sino, como se suponía, absorbían completamente la luz sin reflejarla.
Había muchas sombras que se encontraban una al lado de otra. Nada se podía determinar claramente.
El robot estaba delante del mismo borde de la cavidad, muy cerca de los satélites que indudablemente se encontraban aquí. Pero no ocurrió nada, el robot quedaba intacto. No tuvo lugar la explosión de aniquilación que esperaban todos.
¿Era posible que la instalación de defensa estuviera desconectada? ¿Era posible que sólo funcionara durante el vuelo?
— Vamos nosotros o enviemos personasexploradores — propuso Stone.
– ¡Es pronto! — contestó cortante Szabo —. ¡Atención! Lanzar los robots números ocho, nueve, once y doce.
Cuatro máquinas salieron al terreno lunar. A diferencia de la primera, eran oblongas, en forma de puro. En la parte delantera de cada una se destacaba un saliente cónico.
– ¡Adelante! ¡De frente!
Como buenos soldados de los tiempos pasados, los robots se formaron en una línea y rápidamente desaparecieron en la sombra del pliegue. La luz del proyector de la primera máquina no los iluminaba y por eso no se veían en las pantallas.
– ¿Comprenden todo lo que les dicen? — preguntó Guianeya.
— No — contestó García —. Tienen una determinada reserva de palabras que comprenden y pueden pronunciar.
– ¿Ustedes tienen estas máquinas? — preguntó Murátov.
Guianeya arrugó el ceño lo mismo que si la pregunta no le fuera agradable, pero contestó:
— Yo no las he visto. Pero tenemos máquinas pensantes.
La voz metálica del robot número uno informó que habían llegado las cuatro máquinas auxiliares y estaban dispuestas a comenzar el trabajo.
– ¡Polvo! — mandó Szabo —. ¡Segundo programa!
Murátov miraba con particular interés a la pantalla. Ahora se llevaba a cabo su idea.
Se veía perfectamente cómo en la cavidad iluminada por el proyector penetró con enorme fuerza un chorro de pintura negra en forma de abanico. Después el segundo, de color rojo, el tercero, amarillo, y el último, verde. Un velo de humo multicolor tapó toda la cavidad.
Y cuando terminaron de trabajar los pulverizadores y se dispersó el velo de humo, ante los ojos de las personas se presentó un cuadro admirable.
4
Hacía tiempo que las personas de la Tierra habían conocido a sus vecinos estelares, los planetas del sistema solar. Los ojos de los hombres de la Tierra estaban acostumbrados a observar los cuadros de naturaleza extraña, a estudiar la vegetación y el reino animal de otros mundos.
No estaba lejano el tiempo cuando potentes astronaves de la Tierra, justificando su nombre, se lanzarían no hacia los planetas, sino hacia las estrellas, para en otros sistemas solares y planetarios encontrar una vida racional.
A nadie se le había ocurrido dudar de su existencia en el universo. Y nadie había aceptado la aparición de Guianeya como una prueba, ya que no lo exigía una verdad incontrovertible.
Pero si se excluye el vestido de Guianeya con el que se presentó a las personas en Hermes, nadie había visto hasta ahora nada que hubiera sido hecho por las manos de seres racionales de otro mundo.
Y ante un grupo pequeño de personas, entre las cuales, como a propósito, se encontraba la representante de un intelecto extraño, que con su misma presencia confirmaba la realidad de lo visto, aparecía todo un complejo de objetos no hechos en la Tierra, y no objetos separados, aislados, sino precisamente un complejo de objetos ligados por un objetivo, por una idea única, por un pensamiento científico y técnico común para todos ellos.
Pensamiento extraño, del mundo ajeno a la Tierra.
El momento era tan emocionante, que aquellos participantes de la expedición a quienes les fue encargado sacar fotos de la base cuando fuera hallada y visible, se olvidaron un momento de sus obligaciones, pero se acordaron de ellas cuando comenzó la operación, y como prueba todo lo que habían visto fue grabado en películas.
Las tripulaciones de los cinco todoterreno estuvieron no menos de diez minutos calladas mirando aquello que había aparecido ante ellas. Cada uno quería que no se le olvidara nunca esta visión.
Abigarrados, como juguetes infantiles, se encontraban dos enormes cuerpos ovoides.
Eran completamente lisos, sin ningún abultamiento y nada que fuera parecido a toberas; cada uno tenía cuarenta metros de longitud.
Estos eran los satélitesexploradores misteriosos, que tanto tiempo hicieron pensar a los científicos, que tanta preocupación y cuidados causaron al servicio cósmico.