siguió al grupo hacia el oscuro jard´ın trasero.
Por todas partes palos de escobas saltaban a las manos; Hermione estaba ya siendo ayudada por Kingsley a subir a un gran thestral, Fleur a otro por Bill. Hagrid estaba listo y de pie junto a la motocicleta, con los guantes puestos.
“¿Es esta? ¿La moto de Sirius?”
“La mism´ısima,” dijo Hagrid, sonriendo a Harry. “¡Y la última vez que montaste en ella, Harry, me cab´ıas en una mano!”
Harry no pudo evitar sentirse un poco humillado al meterse en el sidecar. Eso lo colocaba a varios pies más abajo que todos los demás. Ron sonrió burlonamente al verle sentado all´ı como un ni˜no en un cochecito de bebé. Harry colocó su mochila y escoba entre los pies y se encajó la jaula de Hedwing entre las rodillas. Estaba extremadamente incómodo.
“Arthur le ha hecho unos peque˜nos arreglos,” dijo Hagrid, totalmente ignorante de la incomodidad de Harry. Se colocó a horcajadas sobre la motocicleta, que crujió ligeramente y se hundió unos cent´ımetros en el suelo. “Ahora tiene unos cuantos ases en la manga. Eso fue idea m´ıa.” Se˜naló con un dedo grueso a un botón púrpura cerca del cuentakilómetros.
“Por favor ten cuidado, Hagrid,” dijo el Se˜nor Weasley, que estaba de pie junto a ellos, sujentando su escoba. “Todav´ıa no estoy seguro de que sea aconsejable e indudablemente solo para usar en caso de emergencia.”
“Bien entonces,” dijo Moody. “Todo el mundo preparado, por favor. Quiero que todos salgamos exactamente al mismo tiempo o el efecto de la diversión se perderá.”
Todo el mundo sacudió la cabeza.
“Agárrate fuerte, Ron,” dijo Tonks y Harry vio como Ron lanzaba una mirada forzada y culpable a Lupin antes de colocar las manos a cada lado de la cintura de Tonks. Hagrid pateó volviendo la motocicleta a la vida. Esta rugió como un dragón, y el sidecar empezó a vibrar.
“Buena suerte a todos,” gritó Moody. “Nos veremos más o menos en una hora en la Madriguera. A la de tres. Uno... dos... TRES.”
Hubo un gran rugido proviniente de la motocicleta, y Harry sintió como el sidecar daba una bandazo. Se estaba alzando en el aire con rapidez, sus ojos lagrimeaban ligeramente, el pero azotado hacia atrás de su cara. Alrededor de él las escobas alzaban también el vuelo; la larga cola de un thestral pasó a su lado. Sus piernas, atoradas en el sidecar por la jaula de Hedwig y su mochilla, ya estaban magulladas y empezaban a entumecerse. Tan grande era su incomodidad que casi olvidó echar un vistazo al número cuatro de Privet Drive. Para cuando miró por el borde del sidecar ya no pod´ıa decir cual de ellas era.
Y entonces, salidos de ninguna parte, de la nada, les rodearon. Al menos treinta figuras encapuchadas, suspendidas en medio del aire, formando un gran c´ırculo en el medio del que los miembros de la Orden hab´ıa alzado el bueno, ignorantes.
Gritos, una llamarada de luz verde por cada lado. Hagrid soltó un grito y la motocicleta se dio la vuelta. Harry perdió cualquier noción de donde estaban. Farolas sobre él, gritos a su alrededor, se estaba aferrando al sidecar por su vida. La jaula de Hedwig, la Saeta de Fuego, y su mochila resbalaban de sus rodillas.
“No... ¡AYUDA!”
La escoba se le escapó, pero se las acababa de arreglar para agarrar la correa de su CAPÍTULO 4. LOS SIETE POTTERS
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mochila y la parte de arriba de la jaula cuando la motocicleta se puso derecha otra vez.
Un segundo de alivio, y después otra explosión de luz verde. La lechuza chilló y cayó al suelo de su jaula.
“No... ¡NO!”
La motocicleta avanzaba zumbando; Harry captó vistazo de mortifagos apartándose mientras Hagrid atravesaba su c´ırculo.
“Hedwig... Hedwig...”
Pero la lechuza yac´ıa inmóvil y patética como un juguete en el suelo de su jaula. No pod´ıa creérselo, y su terror por los otros fue supremo. Miró sobre su hombro y vio una masa de gente moviéndose, destellos de luz verde, dos parejas en escobas se perd´ıan en la distancia, pero no pod´ıa decir quienes eran...
“Hagrid, tenemos que volver, ¡tenemos que volver!” gritó sobre el atronador rugido del motor, sacando su varita, dejó la jaula de Hedwig en el suelo, negándose a creer que estuviera muerta. “¡Hagrid, DA LA VUELTA!”
“¡Mi trabajo es mantenerte a salvo, Harry!” bramó Hagrid, y apretó el acelerador.
“¡Para... PARA!” gritó Harry, pero cuando volvió a mirar atrás dos disparos de luz verde pasaron junto a su oreja izquierda. Cuatro mortifagos se hab´ıan separado del c´ırculo y estaban persiguiéndoles, apuntando a la amplia espalda de Hagrid. Hagrid viró, pero los mortifagos manten´ıan el paso a la moto; más maldiciones fueron lanzadas tras ellos.
Retorciéndose para darse la vuelta gritó. ’¡Desmaniun! ’y un rayo de luz rojo salió disparado de su varita, abriendo una brecha entre los cuatro mortifagos perseguidores que se dispersaron para evitarlo.