Le alargaba una hoja manuscrita: el boceto de un barco y un texto escrito debajo, la letra y los trazos de Carlota. Estaba encabezado por el título: Yate armado «Manigua»
. Lo acompañaban las características técnicas del buque, y era evidente que había sido copiado de una revista de la época.– Esta carpeta es posterior -dijo Macarena, pasándole un cartapacio atado con cintas-. Fue mi abuelo quien la puso aquí dentro, después de muerta Carlota. Es el otro epílogo de la historia.
Abrió Quart la carpeta. Contenía viejos recortes de prensa y revistas ilustradas, y todo se refería al final de la guerra de Cuba y el desastre naval del 3 de julio de 1898. Una portada de La Ilustración
reconstruía en un grabado artístico la destrucción de la escuadra del almirante Cervera. También había una página con el relato de la batalla, un plano de la costa de Santiago de Cuba, grabados de los principales jefes y oficiales muertos en el combate; y entre ellos Quart encontró lo que buscaba. No era de muy buena calidad, y el pie del ilustrador lo decía, «realizado a partir de testimonios fidedignos». El retrato mostraba las facciones de un hombre bien parecido, con el cuello de la chaqueta abotonado hasta arriba sobre un pañuelo blanco, y expresión melancólica. Era el único que llevaba ropa civil, y parecía que el dibujante hubiera pretendido subrayar su pertenencia accidental a la escuadra de Cervera. Tenía el pelo corto y un ancho bigote unido a frondosas patillas: Capitán de la marina mercante D. Manuel Xaloc Ortega, comandante del «Manigua». Lo habían dibujado mirando hacia algún lugar impreciso más allá del hombro de Quart, como si en el fondo le importara un bledo figurar entre los héroes de Cuba. Más abajo, en la misma página, estaba el texto:
«… Mientras el Infanta María Teresa, tras soportar durante casi una hora el fuego concentrado de la escuadra norteamericana, encallaba en la costa envuelto en llamas, el resto de los barcos españoles iba saliendo uno tras otro por la boca del puerto de Santiago, entre los fuertes de El Morro y Socapa, siendo recibidos en el acto por una densa concentración de artillería de los acorazados y cruceros de Sampson, cuya superioridad artillera y de blindaje era aplastante. Con sus torres inutilizadas, acribillados puentes y superestructura y con enorme número de muertos y heridos a bordo, ardiendo todo su costado de babor, el Oquendo pasó ante el lugar en que estaba encallado su buque insignia, e incapaz de continuar, con su comandante (capitán de navío Lazaga) muerto, fue a encallar una milla más al oeste para no caer en manos del enemigo.