Y entonces,
…solamente queda como una luz universal de lámparas iguales, iluminando el corazón más profundo de los pueblos…
Lo malo era que, de golpe,
Señoras y señores: La presente carta la estoy haciendo en medio de un ruido espantoso. Y sin embargo aquí le vamos dando; es que ustedes todavía no se dan cuenta de que para que la SOBERANÍA MUNDIAL se escriba (?) de una manera más perfecta y que tenga realmente alcances universales de entendimiento, por lo menos he de merecer de ustedes que me ayuden amplísimamente para que cada renglón y cada letra esté en su lugar, y no este relajo de hijos de hijos de hijo de la chingada madre de todas las madres; chinguen a su madre todos los ruidos.
¿Pero qué importaba? A renglón seguido era otra vez el éxtasis:
¡Qué prestancia de universos! Que florecen como luz espiritual de rosas encantadoras en el corazón de todos los pueblos…
Y la carta iba a terminar floralmente, aunque con curiosos injertos de último minuto:
…Parece que se clarifica todo el universo, como luz de Cristo universal, en cada flor humana, de pétalos infinitos que alumbran eternamente por todos los caminos de la tierra; así queda clarificada en la luz de la SOBERANÍA MUNDIAL, dicen que tú ya no me quieres, porque tienes otras mañas. – Muy atentamente. México, D.F., 20 septiembre 1956-. 5 de mayo 32, int. 111.-Edif. París. LIC. JUAN CUEVAS.
En esos días andaba caviloso, y la mala costumbre de rumiar largo cada cosa se le hacía cuesta arriba pero inevitable. Había estado dándole vueltas al gran asunto, y la incomodidad en que vivía por culpa de la Maga y de Rocamadour lo incitaba a analizar con creciente violencia la encrucijada en que se sentía metido. En esos casos Oliveira agarraba una hoja de papel y escribía las grandes palabras por las que iba resbalando su rumia. Escribía, por ejemplo: «El gran asunto», o «la encrucijada». Era suficiente para ponerse a reír y cebar otro mate con más ganas. «La unidad», hescribía Holiveira. «El hego y el hotro.» Usaba las haches como otros la penicilina. Después volvía más despacio al asunto, se sentía mejor. «Lo himportante es no hinflarse», se decía Holiveira. A partir de esos momentos se sentía capaz de pensar sin que las palabras le jugaran sucio. Apenas un progreso metódico porque el gran asunto seguía invulnerable. «¿Quién te iba a decir, pibe, que acabarías metafísico?», se interpelaba Oliveira. «Hay que resistirse al ropero de tres cuerpos, che, conformate con la mesita de luz del insomnio cotidiano.» Ronald había venido a proponerle que lo acompañara en unas confusas actividades políticas, y durante toda la noche (la Maga no había traído todavía a Rocamadour del campo) habían discutido como Arjuna y el Cochero, la acción y la pasividad, las razones de arriesgar el presente por el futuro, la parte de chantaje de toda acción con un fin social, en la medida en que el riesgo corrido sirve por lo menos para paliar la mala conciencia individual, las canallerías personales de todos los días. Ronald había acabado por irse cabizbajo, sin convencer a Oliveira de que era necesario apoyar con la acción a los rebeldes argelinos. El mal gusto en la boca le había durado todo el día a Oliveira, porque había sido más fácil decirle que no a Ronald que a sí mismo. De una sola cosa estaba bastante seguro, y era que no podía renunciar sin traición a la pasiva espera a la que vivía entregado desde su venida a París. Ceder a la generosidad fácil y largarse a pegar carteles clandestinos en las calles le parecía una explicación mundana, un arreglo de cuentas con los amigos que apreciarían su coraje, más que una verdadera respuesta a las grandes preguntas. Midiendo la cosa desde lo temporal y lo absoluto, sentía que erraba en el primer caso y acertaba en el segundo. Hacía mal en no luchar por la independencia argelina, o contra el antisemitismo o el racismo. Hacía bien en negarse al fácil estupefaciente de la acción colectiva y quedarse otra vez solo frente al mate amargo, pensando en el gran asunto, dándole vueltas como un ovillo donde no se ve la punta o donde hay cuatro o cinco puntas.
Estaba bien, sí, pero además había que reconocer que su carácter era como un pie que aplastaba toda dialéctica de la acción al modo de la
«Más ecuménicos», anotó prudentemente Oliveira.