– Ah -dijo Oliveira-. Así que yo soy un Mondrian.
– Sí, Horacio.
– Querés decir un espíritu lleno de rigor.
– Yo digo un Mondrian.
– ¿Y no se te ha ocurrido sospechar que detrás de ese Mondrian puede empezar una realidad Vieira da Silva?
– Oh, sí -dijo la Maga -. Pero vos hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian. Tenés miedo, querés estar seguro. No sé de qué… Sos como un médico, no como un poeta.
– Dejemos a los poetas -dijo Oliveira-. Y no lo hagás quedar mal a Mondrian con la comparación.
– Mondrian es una maravilla, pero sin aire. Yo me ahogo un poco ahí adentro. Y cuando vos empezás a decir que habría que encontrar la unidad, yo entonces, veo cosas muy hermosas pero muertas, flores disecadas y cosas así.
– Vamos a ver, Lucía: ¿Vos sabés bien lo que es la unidad?
– Yo me llamo Lucía pero vos no tenés que llamarme así -dijo la Maga -. La unidad, claro que sé lo que es. Vos querés decir que todo se junte en tu vida para que puedas verlo al mismo tiempo. ¿Es así, no?
– Más o menos -concedió Oliveira-. Es increíble lo que te cuesta captar las nociones abstractas. Unidad, pluralidad… ¿No sos capaz de sentirlo sin necesidad de ejemplos? No, no sos capaz. En fin, vamos a ver: tu vida, ¿es una unidad para vos?
– No, no creo. Son pedazos, cosas que me fueron pasando.
– Pero vos a tu vez pasabas por esas cosas como el hilo por esas piedras verdes. Y ya que hablamos de piedras, ¿de dónde sale ese collar?
– Me lo dio Ossip -dijo la Maga -. Era de su madre, la de Odessa.
Oliveira cebó despacito el mate. La Maga fue hasta la cama baja que les había prestado Ronald para que pudieran tener en la pieza a Rocamadour. Con la cama y Rocamadour y la cólera de los vecinos ya no quedaba casi espacio para vivir, pero cualquiera convencía a la Maga de que Rocamadour se curaría mejor en el hospital de niños. Había sido necesario acompañarla al campo el mismo día del telegrama de madame Irène, envolver a Rocamadour en trapos y mantas, instalar de cualquier manera una cama, cargar la salamandra, aguantarse los berridos de Rocamadour cuando llegaba la hora del supositorio o el biberón donde nada podía disimular el sabor de los medicamentos. Oliveira cebó otro mate, mirando de reojo la cubierta de un
– Siempre me sospeché que acabarías acostándote con Ossip -dijo Oliveira.
– Rocamadour tiene fiebre -dijo la Maga.