Jacques Kohn se levantó, excusándose, para efectuar una llamada telefónica. Me quedé sentado, y observé a Bamberg quien, con las piernas temblorosas, bailaba con una dama del mundo literario. Bamberg tenía los ojos cerrados y apoyaba la cabeza en el pecho de la señora, como si fuera una almohada. Causaba la impresión de bailar y dormir, al mismo tiempo. Jacques Kohn tardó mucho en volver, mucho más de lo que es necesario para llamar por teléfono. Cuando regresó, su monóculo rebrillaba.
Dijo:
– ¿A que no adivina quién se encuentra en la otra sala? ¡Madame Tschissik! ¡El gran amor de Kafka!
– ¿De veras?
– Efectivamente. Creo que ya le he hablado de ella… Vamos allá, quiero que la conozca.
– No.
– ¿Por qué? ¡Una mujer amada por Kafka merece ser conocida!
– No me interesa.
– Es usted un hombre tímido, ésta es la razón de su actitud. También Kafka era tímido, tímido como un estudiante de yeshiva. En cambio, yo nunca he sido tímido, y quizá sea ésta la razón de que nunca haya llegado a nada. Mi querido y joven amigo, necesito veinte
Saqué unas monedas del bolsillo y se las di.
– ¿Tanto me da? Realmente parece que haya asaltado un banco… ¡Cuarenta y seis