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—Ése es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfermo!

¡Ésta es una escoba de profesional!

—No me lo puedo creer —musitó Harry pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry pensando en Malfoy.

—¿Quién...?

—Ya sé.. quién ha podido ser... ¡Lupin!

—¿Qué? —dijo Harry riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría comprarse una túnica nueva.

—Sí, pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y decidiera acercarse al callejón Diagon para comprártela.

—¿Que estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo.

—Bueno, no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas?

Harry miró a Ron frunciendo el entrecejo.

—No me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste.

—¿De qué os reís los dos?

Hermione acababa de entrar con el camisón puesto y llevando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello.

—¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta.

—¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado?

—No tengo ni idea. No traía tarjeta.

Ante su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el labio.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.

—No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad?

Ron suspiró exasperado:

—Es la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró.

—Así que debe de ser carísima...


—Probablemente costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.

—Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin si quiera decir quién es?

—¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?

—Creo que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione.

Harry y Ron la miraron.

—¿Qué crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.

Pero antes de que Hermione pudiera responder; Crookshanks, saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.

—¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry; volcándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.

A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y metálico llenó el dormitorio.

El chivatoscopio de bolsillo se había salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vueltas encendido en medio del dormitorio.

—¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo...

En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos.

—Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron.

Harry volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo.

—No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.

—¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!

Pero Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida.

Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría su muerte.

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