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Para empeorar aún más las cosas, las clases antidementores de Harry no iban tan bien como esperaba, ni mucho menos. Después de varias sesiones, era capaz de crear una sombra poco precisa cada vez que el dementor se le acercaba, pero su patronus era demasiado débil para ahuyentar al dementor. Lo único que hacía era mantenerse en el aire como una nube semitransparente, vaciando de energía a Harry mientras éste se esforzaba por mantenerlo. Harry estaba enfadado consigo mismo. Se sentía culpable por su secreto deseo de volver a oír las voces de sus padres.


—Esperas demasiado de ti mismo —le dijo severamente el profesor Lupin en la cuarta semana de prácticas—. Para un brujo de trece años, incluso un patronus como éste es una hazaña enorme. Ya no te desmayas, ¿a que no?

—Creí que el patronus embestiría contra los dementores —dijo Harry desalentado—, que los haría desaparecer...

—El verdadero patronus los hace desaparecer —contestó Lupin—. Pero tú has logrado mucho en poco tiempo. Si los dementores hacen aparición en tu próximo partido de quidditch, serás capaz de tenerlos a raya el tiempo necesario para volver al juego.

—Usted dijo que es más dificil cuando hay muchos —repuso Harry

—Tengo total confianza en ti —aseguró Lupin sonriendo—. Toma, te has ganado una bebida. Esto es de Las Tres Escobas y supongo que no lo habrás probado antes...

Sacó dos botellas de su maletín.

—¡Cerveza de mantequilla! —exclamó Harry irreflexivamente—. Sí, me encanta.

—Lupin alzó una ceja—. Bueno... Ron y Hermione me trajeron algunas cosas de Hogsmeade —mintió Harry a toda prisa.

—Ya veo —dijo Lupin, aunque parecía algo suspicaz—. Bien, bebamos por la victoria de Gryffindor contra Ravenclaw. Aunque en teoría, como profesor no debo tomar partido —añadió inmediatamente.

Bebieron en silencio la cerveza de mantequilla, hasta que Harry mencionó algo en lo que llevaba algún tiempo meditando.

—¿Qué hay debajo de la capucha de un dementor?

El profesor Lupin, pensativo, dejó la botella.

—Mmm..., bueno, los únicos que lo saben no pueden decimos nada. El dementor sólo se baja la capucha para utilizar su última arma.

—¿Cuál es?

—Lo llaman «Beso del dementor» —dijo Lupin con una amarga sonrisa—. Es lo que hacen los dementores a aquellos a los que quieren destruir completamente. Supongo que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan las mandíbulas a la boca de la víctima y... le sorben el alma.

Harry escupió, sin querer; un poco de cerveza de mantequilla.

—¿Las matan?

—No —dijo Lupin—. Mucho peor que eso. Se puede vivir sin alma, mientras sigan funcionando el cerebro y el corazón. Pero no se puede tener conciencia de uno mismo, ni memoria, ni nada. No hay ninguna posibilidad de recuperarse. Uno se limita a existir.

Como una concha vacía. Sin alma, perdido para siempre. —Lupin bebió otro trago de cerveza de mantequilla y siguió diciendo—: Es el destino que le espera a Sirius Black.

Lo decía El Profeta esta mañana. El Ministerio ha dado permiso a los dementores para besarlo cuando lo encuentren.

Harry se quedó abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de sorber el alma por la boca de una persona. Pero luego pensó en Black.

—Se lo merece —dijo de pronto.

—¿Eso piensas? —dijo, como sin darle importancia—. ¿De verdad crees que alguien se merece eso?

—Sí —dijo Harry con altivez—. Por varios motivos.

Le habría gustado hablar con Lupin sobre la conversación que había oído en Las Tres Escobas, sobre Black traicionando a sus padres, aunque aquello habría supuesto revelar que había ido a Hogsmeade sin permiso. Y sabía que a Lupin no le haría gracia.

De forma que terminó su cerveza de mantequilla, dio a Lupin las gracias y salió del aula de Historia de la Magia.


Harry casi se arrepentía de haberle preguntado qué había debajo de la capucha de un dementor. La respuesta había sido tan horrible y lo había sumido hasta tal punto en horribles pensamientos sobre almas sorbidas que se dio de bruces con la profesora McGonagall mientras subía por las escaleras.

—Mira por dónde vas, Potter.

—Lo siento, profesora.

—Fui a buscarte a la sala común de Gryffindor. Bueno, aquí la tienes. Hemos hecho todas las comprobaciones y parece que está bien. En algún lugar tienes un buen amigo, Potter.

Harry se quedó con la boca abierta. La profesora McGonagall sostenía su Saeta de Fuego, que tenía un aspecto tan magnífico como siempre.

—¿Puedo quedármela? —dijo Harry con voz desmayada—. ¿De verdad?

—De verdad —dijo sonriendo la profesora McGonagall—. Tendrás que familiarizarte con ella antes del partido del sábado, ¿no? Haz todo lo posible por ganar; porque si no quedaremos eliminados por octavo año consecutivo, como me acaba de recordar muy amablemente el profesor Snape.

Harry subió por las escaleras hacia la torre de Gryffindor; sin habla, llevando la Saeta de Fuego. Al doblar una esquina, vio a Ron, que se precipitaba hacia él con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Te la ha dado? ¡Estupendo! ¿Me dejarás que monte en ella? ¿Mañana?

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