Читаем Círculo de espadas полностью

—¿Originalmente? De la Tierra de las tormentas de polvo. Kansas. Me largué de allí en cuanto pude. Recuerdo que una vez leí una entrevista con alguien… no recuerdo quién era, una escritora de Kansas. Decía que cuando era pequeña le encantaba El Mago de Oz, porque le demostraba que era posible irse de Kansas. —Sonrió—. Siempre me ha gustado ese cuento.

María trajo la revista. Nicholas la activó, moviéndola ligeramente para que la pantalla quedara a la sombra. (A esa hora el sol estaba bajo, casi detrás del recinto diplomático.) Los colores brillantes parpadearon y hubo un estallido de música; Nicholas bajó el volumen.

Desde donde estaba, Anna no podía ver las imágenes. No importaba. Prefería observar a Nicholas. Él miró un momento la revista, luego lanzó un suspiro y se quitó las gafas de sol.

—No sabes lo que es el infierno hasta que tienes que usar los bifocales de los alienígenas —aseguró y sacó otro par de gafas de un bolsillo. Eran, evidentemente, de confección hwar: cristales rectangulares y montura gruesa de metal—. Están hechos a medida. Se ajustan perfectamente, y los cristales cumplen la función que deben cumplir, pero mira… —Se las puso. Eran absolutamente horribles. María se tapó la boca con la mano—. Siempre abrigo la esperanza de que los hwarhath capturen una nave en la que haya un óptico, pero hasta ahora no he tenido suerte.

—¿Realmente son bifocales? —preguntó Anna—. Nunca te había visto usar gafas.

—Gracias a la Diosa, casi no necesito corrección para ver de lejos. Me las arreglo mejor sin ellas, salvo cuando leo. —Apretó el botón «Play» de la revista. Destellaron nuevos colores—. Qué increíble —comentó.

Hattin miró por encima de su hombro. El soldado humano apartó la mirada, lo que significaba —casi con certeza— que pertenecía a una facción religiosa conservadora.

Al cabo de un rato, Hattin habló. Nicholas levantó la vista y sonrió.

—Dice que todo es absurdo o desagradable. Es terrible que él y Maksud no compartan un idioma. Podrían celebrar una breve reunión de protesta hasta que descubrieran en qué medida difieren sus respectivas culturas.

El soldado humano volvió a fruncir el entrecejo. Hattin parecía tan sereno como siempre, aunque ya no miraba la revista. En lugar de eso se dedicó a contemplar la bahía y dejó de lado la cultura popular humana sin siquiera encogerse de hombros. Por supuesto, Anna no sabía si los alienígenas se encogían de hombros o tenían algún otro gesto equivalente.

—¿Qué piensa Hattin de ti? —preguntó.

—Es un miembro de la guardia personal del general, y es muy leal. Si Ettin Gwarha me aprueba, es suficiente. No se pregunta por qué. Si me disculpas, voy a terminar este artículo.

¿A quién se le ocurre llamar «Stalin y sus Epígonos» a un grupo de cantantes?

Estaba encorvado, con expresión concentrada. Anna miró el cielo, por encima del recinto. Estaba salpicado de nubes pequeñas.

Un día raro. Podría haberlo disfrutado de no ser por la grabadora que llevaba en el bolsillo. Se sentía como una traidora, aunque era ella la que actuaba con lealtad.

Nicholas terminó de leer el artículo e hizo sonar la grabación de «Stalin y sus Epígonos» incluida en el mismo.

—Horrible, aunque en realidad, si he entendido el artículo, se supone que debe ser así. —Apagó la revista y se la entregó a María—. Gracias. ¿Alguien tiene hora?

Anna no sacó la grabadora. En lugar de eso, María entró en la cabina para averiguarlo.

Nicholas se quitó las gafas y las dejó a un lado.

—La próxima vez te haré preguntas sobre tus criaturas. ¿Cómo están?

—Muy bien. La semana próxima, más o menos, alcanzarán el punto culminante del despliegue luminoso. Después disminuirá y se apagará.

—Un espectáculo sorprendente. Me he acostumbrado a caminar por la playa de noche. Por supuesto, no es tan espectacular como la vista de la bahía. Pero sin embargo, el océano está salpicado de luces destellantes hasta donde yo puedo ver. —Hizo una pausa y reflexionó—. Supongo que debería añadir que la isla tiene muy buenas defensas en todo su perímetro.

Se marchó, seguido por los soldados.

—Tienes unos amigos muy raros —comentó María.

—Yo no le llamaría amigo. Es un conocido.

—Sea lo que fuere, me doy cuenta de que te gusta. Pero conocerlo a él no tiene futuro.

—Sin duda.

La tarde siguiente Anna pasó por el recinto y se presentó; ante la comandante, que se encontraba en el despacho forrado de madera oscura de imitación. La Tierra seguía girando en la pared; la nube que la cubría era más densa que antes.

Cuando ella concluyó, la comandante dijo:

—Lamentablemente, Sanders tiene razón con respecto a las defensas de la isla. No hay forma de llegar a él sino aquí —hizo una pausa—. Y existe un interrogante acerca de cuánto tiempo más se prolongarán las negociaciones —la mujer contempló la Tierra.

El capitán Van sirvió té.

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