Читаем Círculo de espadas полностью

Atravesaron una pared gris, de metal, bajaron un tramo de escaleras y entraron en otro pasillo. Éste era todavía más curioso. ¿Para qué se necesitaba un sótano en un edificio provisional? Al final del pasillo había otra puerta de metal. El capitán se detuvo y apretó un botón de la pared. Anna oyó un zumbido y levantó la vista. Una cámara negra y diminuta giró lentamente, se detuvo y apuntó su luz roja hacia ella.

La puerta se abrió. El capitán le hizo una seña y Anna entró. Le resultó difícil hacerse cargo de la escena. Era demasiado compleja. Una habitación de paredes de hormigón, un escritorio de metal gris y la comandante sentada detrás: ésa fue la primera imagen. Después un hombre que se encontraba de pie junto al costado derecho del escritorio. Era alto y delgado, y llevaba puestos unos pantalones cobrizos y camisa y chaqueta del mismo color. Nicholas, pensó ella por un instante, que estaba llegando a un acuerdo con la Tierra.

Entonces vio a tres personas en el lado izquierdo de la habitación, contra la pared. Un hombre en una silla, con la cabeza gacha, los brazos apoyados sobre las rodillas y las manos apenas entrelazadas. Estaba flanqueado por dos soldados, ambos humanos. Uno de ellos era Maksud. El otro —un hombre bajo y de piel oscura, del sur de la India— le resultaba desconocido. El hombre que estaba sentado levantó la cabeza. Nicholas. Tenía la cara moteada de rojo y blanco y una expresión muy extraña en la mirada. No supo descifrarla. La miró primero a ella, luego al capitán Van, a la comandante y finalmente la puerta, que se había cerrado.

Estaba aterrorizado. Eso explicaba el cambio de coloración y la expresión de su mirada.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Anna—. ¿Y dónde está el otro guardián? ¿El alienígena? ¿Hattin?

—Debería resultarle obvio lo que ocurre —comentó la comandante—. Ésta es nuestra mejor oportunidad para coger a Sanders. Se supone que los bwar no lo verán hasta esta noche, tarde. Tenemos cinco horas, tal vez seis o siete, para sacarlo de aquí. Necesitamos su colaboración. —¿Porqué?

—Como distracción —respondió la comandante—. Queremos que vaya hasta la barca con el teniente Gislason. —Señaló con la cabeza al hombre que se parecía a Nicholas—. Desamarre la barca. Queremos que los hwar busquen en la dirección equivocada. Queremos que piensen que tal vez Sanders se largó por propia decisión. Ha mostrado un claro interés por usted.

—Está loca. En este planeta no hay adónde ir. Está vacío. Y él no está interesado en mí. Por Dios, si usted me dijo que el general hwar es su amante.

En todo momento veía a Nicholas por el rabillo del ojo. Él hacía breves movimientos nerviosos, levantaba la mirada, la bajaba, se movía, se preparaba para echar a correr y luego vacilaba. No tenía adónde ir, ninguna esperanza de trasponer la puerta. Evidentemente lo sabía, pero no podía quedarse quieto. La respuesta lucha-o-huye era demasiado fuerte.

La comandante dijo:

—Según nuestros registros, hace veinte años él era un hombre heterosexual y perfectamente corriente. Tal vez ha vuelto a serlo. ¿Cómo iban a saberlo los alienígenas? No pueden ser expertos en sexualidad humana; y no nos importa demasiado lo que piensen que está ocurriendo, ya sea un paseo en coche o un fin de semana romántico, siempre y cuando busquen en el océano. —Hizo una pausa y miró a Anna fijamente—. No podemos dejar pasar esta oportunidad. Este hombre tiene veinte años de información. Tenemos que cogerlo.

Anna dijo:

—Ellos no creerán que se largó por su cuenta. ¡Piense en quién es este hombre! No permitirán que desaparezca. Pondrán el recinto patas arriba.

La comandante sacudió la cabeza y la luz resplandeció en su oscuro cráneo calvo.

—Gracias a Sanders, los hwar saben sobre nosotros más de lo que nosotros sabemos sobre ellos, pero hemos aprendido algunas cosas. Harán lo que sea por proteger o rescatar a mujeres y niños. Pero para ellos todos los hombres son prescindibles. Nuestra gente tiene esto muy claro. Creen, me refiero a los alienígenas, que la naturaleza de los hombres consiste en pelear y hacer la guerra. El destino de los hombres es morir con violencia. Cuando ocurre, ocurre. Qué será, será. Que sea lo que la Diosa quiera. El general Ettin no va a arriesgarse a poner fin a las conversaciones a causa de un hombre.

—¿Nick? ¿Es eso verdad?

Él levantó la cabeza y sus ojos mostraron aquella extraña expresión vacía.

—Sí —dijo al cabo de un momento.

—No tenemos tiempo de seguir discutiendo esto —aclaró la comandante—. ¿Colaborará con nosotros, miembro Pérez?

—¿Qué otra alternativa me queda?

—Ninguna, si quiere publicar su investigación y si quiere que la barca se marche sin problemas y sin dañar a ninguno de sus animales. Vamos a resolver esto, miembro Pérez, con usted o sin usted.

La historia —el fin de semana romántico— exigía que ella desapareciera. Anna tuvo la repentina sensación de que si se negaba se quedaría en aquella habitación en calidad de prisionera, como Nicholas.

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