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Ella tragó saliva. Podía lograr que la libere, ella lo sabía, si le exigiera que la dejara libre. Si se iba. La idea de irse le volvió a provocar un dolor en el pecho. Ella no quería marcharse.

– Jessica, -dijo en voz baja, -¿no hemos compartido lo suficiente como para que puedas confiar en mí con más que con tu cuerpo? -Su pulgar le acariciaba las mejillas. Podía sentirlo, duro en su interior, sin moverse, pero unidos de la más íntima de las formas.

Pero ella sabía cómo terminaría esto, tenía que terminar. Él había vivido solo durante años. Tenía ansiosas subs disponibles en cualquier momento que él quisiera. ¿Por qué él lo cambiaría por ella?

Sus ojos se estrecharon. -Todo ese pensamiento continúa. Dime, mascota.

Mascota. La ira estalló a través de ella, incluso sabiendo que él se lo había dicho deliberadamente. Ella no era una maldita mascota para llevar a casa y, descartar luego en la perrera, si era demasiado incómodo. Bien entonces, él podía escuchar algunas verdades.

– ¿Esa mujer que se arrodilló delante tuyo? No me gusta saber que ella estará aquí contigo mañana.

Él parecía confundido, pero ella no pudo contener la siguiente parte.

– No quiero que tengas otras subs, mujeres. -Entonces, la inseguridad brotó en ella como un baño de hielo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le importaba a él lo que ella quería?

Ella trató de apartar la mirada, pero él no movía sus manos o su mirada. La única cosa que movía era su polla dentro de ella, sólo lo suficiente para recordarle su conexión. -No te detengas, gatito. ¿Qué más?

Él la mantenía en su lugar tan fácilmente, y su avivada excitación encendió otra chispa de ira ante la debilidad de su cuerpo y ante él por explotarla. Ella lo miró. -Sólo una cosa. Señor. -Casi escupió la palabra. -Hay más entre nosotros que sólo sexo, y tú lo verías si no estuvieras tan totalmente ciego, maldita sea.

Él parpadeó ante su arrebato. Luego sus labios se curvaron.

– Arrebatadora, -murmuró él, su tono condescendiente.

– Yo… -Dios, ¿qué había hecho? Ella se humedeció los labios.

Su sonrisa se amplió ante su confusión, y rozó sus labios con un suave beso. -Sucede que estoy completamente de acuerdo.

– ¿En serio? -Susurró. Había aire en alguna parte de esta habitación, sólo que no lograba encontrarlo.

Moviendo una mano desde su rostro, tocó un pezón con un dedo suavemente, observándolo convertirse en un punto. -Sí. Me parece que es hora de que me des tu número de teléfono.

Su corazón daba tirones dentro de ella por el incremento de la esperanza. Ella lo empujó hacia abajo, tratando de considerar su respuesta. Bueno, no era una petición, en realidad. La mirada de él se levantó de su pecho a sus ojos. Era una instrucción.

– ¿Qué harías con mi número?

La esquina de su boca se levantó mientras le tocaba el otro pezón. -Llamarte y preguntarte si quieres ir a cenar. Hablar contigo en otro lugar fuera de la cama, por mucho que disfrute teniéndote aquí.

El aire definitivamente se había ido, ella no parecía poder respirar. ¿Él quería algo más que sólo sexo? ¿Quería realmente llegar a conocerla? ¿O era esto más de las cosas relacionadas con la dominación, sólo que en otra parte? Ella dudó. -¿Tengo que llamarte Señor en un restaurante?

– No, gatito. -Ahora esto era realmente una sonrisa. -Soy Zachary hasta que lleguemos al club… o al dormitorio.

Su sonrisa igualó a la de él. -Puedo hacer eso, -dijo en voz baja mientras se sentía llena de alegría.

– Sin embargo, ahora mismo, estamos en el dormitorio, -murmuró, moviéndose duro en su interior, -Y creo que acabas de maldecirme. -La rígida línea de su boca prometía retribución y ominosa diversión llenaba sus ojos. -Dame las muñecas.

Sus ojos se abrieron por la aprehensión, incluso mientras la excitación ardía a través de su cuerpo. -Sí, señor.

<p>Cherise Sinclair</p>

Cherise Sinclair nos cuenta sobre sí misma:

“Muy bien, vayamos al grano. Acerca de mí, odio totalmente hablar de mí misma, pero para que conste, vivo en el norte de California con mi maravilloso esposo, dos adolescentes que pueden volver a ser humanos algún día, y un número variable de gatos. Un hombre dominante, dos adolescentes, los gatos, y yo… ¿pueden adivinar quién está en la parte inferior de la jerarquía?

Acerca de mis libros, escribo novelas eróticas con hombres dominantes que equilibran el deseo de controlar con su necesidad de apreciar y proteger. Estoy encantada de decir que el Maestro de la Montaña y la serie de los Maestros de las Tierras Sombrías han recibido numerosas excelentes críticas y premios de lectura recomendada”

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