Читаем El Huerto De Mi Amada полностью

Que fue cuando el Che Salieri como que ya no aguantó más, y lo de las copas, encima, por supuesto, nunca tuvo buen whisky el Che y esta noche parece que ha bebido más que nunca, qué hacemos, caray, qué diantre hacemos… En fin, que el Che Salieri había empezado por destrozar la funda del disco en que estaba Siboneyy, acto seguido, había hecho lo propio con el disco, surco por surco, luego con el tocadiscos, y ahora, incontenible, iba abriéndose paso a patada limpia en busca de Natalia de Larrea, el putorrón ese que a mí me pertenece, che, para lo cual, claro, primero tendría que dar cuenta total, también a patada limpia, de un Carlitos Alegre que continuaba sin darse cuenta de nada, chino de felicidad y loco de amor, pero que ante los alaridos de Natalia vio cómo se le venía encima una verdadera pateadura y lo primero que pensó es en lo bueno que era el equipo argentino de fútbol, el propio doctor Che Salieri se lo había contado, y claro, seguro él también había jugado en un equipo de primera, allá en Buenos Aires, porque mira qué manera de patear, todo un crack, el doctor, o es que se volvió loco y quizás… Hasta que le tocaron a su dama, y para qué, porque ahí sí que se dio cuenta de todo, y de qué manera. A mala hora le tocaron a su dama y a ella a su Carlitos toditito suyo contra el mundo entero. La que se armó, Dios santo. Troya ardió en San Isidro, aquel viernes por la noche, y hasta bien entrada la madrugada.

Nunca se supo qué fue primero, si el puñetazo loco o el patadón ciego de Carlitos Alegre, pero lo cierto es que el cardiólogo Dante Salieri como que se elevó, primero, rebotó, después, y finalmente salió disparado en marcha atrás y fue a dar contra un pequeño grupo de señores, ya bastante celosos e irritados, que, entonces sí, perdieron toda capacidad de disimulo y buena educación. Ahí el que menos llevaba un buen rato bebiendo y ello empeoró mucho las cosas, claro, pero lo que realmente las desbordó fue el derrumbe de caballeros que provocó el choque frontal contra el disparado doctor Salieri, que se les vino encima cual feroz bola de bowling y hasta los desparramó por la terraza, mientras íntegras las señoras y también muchos caballeros procedían a una rapidísima y muy prudente retirada, entre espantados y espantosos gemidos y grititos, más uno que otro carajo, mocoso de mierda, todo en menos de lo que canta un gallo y a pesar de los esfuerzos del doctor Alegre por impedir que las cosas fueran a más.

– ¡Señores, por favor!

– ¡Roberto, vos quitáte del medio o matamos a tu hijo!

Increíble lo rápido que se descompuso el asunto, ya que los desparramados señores que terminaron uniéndose al recién incorporado y enloquecido doctor Salieri, por celosos y airados que anduvieran, tremendo mocoso el Carlitos y se nos quiere encamar con Natalia, nada menos que con Natalia de Larrea, tremendo lomazo, en un principio lo único que habían querido era apaciguar al cardiólogo y mandar a acostarse al loquito del diablo este. Pero cuando se incorporaron, las cosas ya habían cambiado por completo y como Carlitos Alegre no parecía notar diferencia alguna entre los señores de antes y después del choque peruano-argentino, Natalia de Larrea agarró a su amor de un brazo, le gritó ¡Te matan, Carlitos!, ¡larguémonos!, y por fin logró que abriera los ojos y se diera cuenta del tremendo lío en que andaban metidos. Salieron disparados y, entre el alboroto y la sorpresa, nadie logró darse cuenta de la dirección que habían tomado. ¿Huyeron de la casa? ¿Pero por dónde, si por la puerta principal se estaba yendo la mayor parte de los invitados? ¿Por la de servicio? No habían tenido tiempo. ¿Por una ventana? Imposible con esas rejas. ¿No estarán en los altos? ¡Maldita sea! ¡En los altos no pueden estar! ¿Y por qué no? ¡A lo mejor hasta se encamaron ya!

– Señores, por favor -intervino, una vez más, el doctor Alegre.

También él estaba muerto de rabia, por supuesto, pero era el anfitrión y le correspondía apaciguar a esa tanda de locos.

– Señores, soy el dueño de casa y, de verdad, les ruego…

– Vos dejáte de macanas, Roberto. Y quitáte de la escalera o pasamos sobre tu cadáver. Como que me llamo Dante Salieri, amigo…

El descontrolado cardiólogo hablaba en calidad de jefe de un destacamento loco, integrado además por los doctores Alejandro Palacios y Jacinto Antúnez, y nada menos que por don Fortunato Quiroga, solterón de oro, senador ilustre, y primer contribuyente de la república. Pasaron, pues, sobre el cadáver de su gran amigo Roberto Alegre, que quedó bastante yacente, ahí en la escalera, y con la boca muy abierta, tanto como esos ojos que simple y llanamente no podían creer…

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