Tasslehoff comenzó a deslizarse entre los ruidosos grupos de personas que apenas se daban cuenta de su presencia debido a su pequeña estatura. Tanis esperaba que el kender no estuviese «obteniendo» objetos de algunos de los clientes de la posada. No es que robara cosas —Tasslehoff se hubiese sentido profundamente dolido si alguien le hubiera acusado de robo—, pero el kender poseía una curiosidad insaciable, y varios objetos interesantes pertenecientes a otras personas habían acabado en sus manos. Lo último que Tanis quería esa noche eran problemas. Decidió que más tarde mantendría una conversación a solas con el kender.
Al semielfo y al enano les fue más difícil que a su pequeño amigo pasar entre tanta gente. Casi todas las sillas estaban ocupadas y todas las mesas estaban llenas. Los que no habían encontrado sitio para sentarse se hallaban de pie, hablando en voz baja. La gente miraba a Tanis y a Flint con desconfianza y con curiosidad. Aunque había varios antiguos clientes de la herrería de Flint, ninguno de ellos lo saludó. La gente de Solace tenía sus problemas y era obvio que ahora consideraban extranjeros a Tanis y a Flint.
Se oyó un gruñido en el otro extremo de la habitación, cerca de la mesa sobre la que estaba el casco en forma de dragón. La expresión dura de Tanis se convirtió en una amplia sonrisa cuando vio al gigantesco Caramon izando al pequeño kender y estrechándolo en un fuerte abrazo.
Flint, que por su estatura se hallaba sumergido en un mar de hebillas de cinturones, al oír la atronadora voz de Caramon respondiendo al agudo saludo de Tasslehoff, tuvo que imaginarse la escena.
—Caramon haría bien en vigilar su dinero —gruñó el enano—. O en contar sus dientes.
El enano y el semielfo consiguieron al fin atravesar el enjambre de personas concentradas junto a la barra. La mesa de Caramon se hallaba apoyada contra el tronco del árbol, colocada de forma extraña. Tanis se preguntó por qué la habría cambiado Otik cuando todo lo demás seguía exactamente igual que antes. Pero ese pensamiento voló de su mente ya que ahora le tocaba a él recibir el afectuoso saludo de Caramon, por lo que se sacó el arco y la aljaba que llevaba a la espalda antes de que el guerrero lo abrazase y se los hiciese trizas.
—¡Amigo mío! —le dijo Caramon con lágrimas en los ojos. Embargado por la emoción. no pudo continuar. Tanis por unos instantes también se vio incapaz de decir nada ya que el musculoso abrazo de Caramon lo había dejado sin respiración.
—¿Dónde está Raistlin? —preguntó cuando hubo recuperado el habla. Los gemelos nunca estaban muy lejos el uno del otro.
—Ahí —Caramon señaló el otro extremo de la mesa. Después frunció el ceño—. Lo encontrarás cambiado —advirtió el guerrero a Tanis.
El semielfo miró hacia aquel rincón formado por una irregularidad del vallenwood.
Estaba totalmente envuelto en sombras y durante unos instantes, deslumbrado por el brillo de la chimenea, no pudo ver nada. Luego vio a un personaje menudo envuelto en ropajes de color rojo y acurrucado a pesar del calor del fuego. Llevaba una capucha sobre la cabeza.
Tanis no quería hablar con el joven mago a solas, pero Tasslehoff había desaparecido en busca del dueño de la posada y Flint y Caramon se estaban saludando. Tanis se dirigió hacia el extremo de la mesa.
—¿Raistlin? —preguntó teniendo un extraño presentimiento.
El personaje levantó la cabeza.
—¿Tanis? —susurró el hombre mientras, lentamente, se sacaba la capucha.
El semielfo contuvo la respiración, dio un paso atrás y lo contempló horrorizado.
El rostro que se volvió hacia él era un rostro fantasmagórico. ¿Cambiado? Tanis sintió un escalofrío. ¡La palabra adecuada no era «cambio»! La piel pálida del mago se había vuelto de color dorado. El reflejo del fuego de la chimenea hacía que brillase con un leve matiz metálico, como una espantosa máscara. La carne se había desvanecido de su cara, dejando los pómulos perfilados por unas terribles sombras. La piel de las mejillas estaba tirante y la boca era una oscura línea recta. Pero lo que paralizó a Tanis fueron los ojos del personaje, que le clavaron una terrible mirada. Tanis nunca había visto un ser viviente con unos ojos similares. Las negras pupilas ahora tenían forma de relojes de arena. El iris azul pálido que Tanis recordaba, ahora centelleaba dorado.
—Veo que te asustas de mi apariencia —le susurró Raistlin. En sus finos labios se dibujó una leve sonrisa.
Sentándose frente al joven, Tanis tragó saliva.
—¡Por todos los dioses! Raistlin...
Flint se sentó al lado de Tanis.
—Hoy me han levantado por el aire más veces que en... —Flint abrió los ojos de par en par—. ¿Qué diablos te ha sucedido? —El enano dio un respingo cuando vio a Raistlin. Caramon se sentó al lado de su hermano. Tomando la jarra de cerveza, miró a Raistlin.
—¿Vas a contárselo? —le dijo en voz baja.