—Elfo errante, desvíate de tu camino y olvídate del enano. Somos los espíritus de las pobres almas que Flint Fireforge abandonó sobre el suelo de la cantina. ¿Creíste que fallecimos en el combate?
La voz del espíritu se elevó a alturas vertiginosas acompañada por el quejoso alarido.
—¡No! Morimos de vergüenza, maldecidos por el fantasma de la ira, por no ser capaces de tragarnos a ese enano de las colinas.
La barba de Flint temblaba de furia y Tanis, estallando en carcajadas, se vio obligado a agarrar al enano del hombro para evitar que se lanzara impetuosamente contra la maleza.
—¡Malditos sean los ojos de los elfos! —la voz del espíritu se tomó alegre—. ¡Y malditas sean las barbas de los enanos!
—¿No lo habías adivinado? —gruñó Flint—. Es Tasslehoff Burrfoot.
Se escuchó un leve crujido en la maleza y entonces una pequeña figura se plantó en medio del camino. Era un kender, miembro de una raza que muchos de los habitantes de Krynn consideraban aún más molesta que los mosquitos. De huesos pequeños, un kender casi nunca crecía más de cuatro pies. Este kender era más o menos de la estatura de Flint, pero su cara, delgada y siempre infantil, hacía que pareciese más pequeño. Vestía unas medias de lana de color azul brillante que contrastaban con su liso y velludo chaleco y con su túnica de hilo. Sus ojos castaños centelleaban traviesos y divertidos; su sonrisa parecía extenderse hasta sus puntiagudas orejas. Bajó la cabeza, saludando burlonamente y dejando que un largo mechón de su cabello castaño del cual se sentía satisfecho y orgulloso cayera sobre su nariz. Después se incorporó riendo. El reflejó metálico que los ágiles ojos de Tanis habían detectado que provenía de las hebillas de uno de los numerosos fardos que llevaba sujetos con correas a la espalda y a la cintura.
Tas les sonrió burlón, apoyado en su vara jupak, que era la que había producido aquel horripilante sonido que Tanis debería haber reconocido al momento, pues había presenciado en anteriores ocasiones cómo el kender ahuyentaba a posibles atacantes blandiéndola en el aire y produciendo así ese alarido quejumbroso. Esa vara era un invento de los kenders: la parte inferior estaba revestida de madera de barril y acababa en una punta afilada y el extremo superior se bifurcaba en dos y sostenía una honda de cuero.
Había sido tallada de una sola pieza en flexible madera de sauce. Aunque el resto de las razas de Krynn odiaban ese tipo de vara, para un kender era algo más que un arma o herramienta: era su símbolo. «Las nuevas sendas requieren un jupak», era un dicho popular entre los kenders. A continuación siempre agregaban: «Una senda nunca es vieja».
De pronto Tasslehoff corrió hacia delante con los brazos abiertos.
—¡Flint!.
El kender tomó al enano en sus brazos. Flint, avergonzado, le devolvió el abrazo sin entusiasmo alguno y, rápidamente, retrocedió unos pasos. Tas sonrió socarronamente y miró al semielfo.
—¿Quién es ése? —preguntó bruscamente—. ¡Tanis! ¡No te había reconocido con esa barba! —Extendió hacia él sus cortos brazos.
—No, gracias —le dijo Tanis sarcásticamente mientras se apartaba de él—. Quiero conservar mi dinero.
Flint, alarmado, rebuscó en su túnica. —¡Eres un bribón! —gruñó y se lanzó contra el kender que se hallaba agachado, doblado por la risa. Ambos rodaron por el suelo.
Riendo. Tanis intentó separar a Flint del kender. De pronto se detuvo y se giró sobresaltado. Demasiado tarde. Escuchó el metálico tintineo de bridas y arreos y el relincho de un caballo. El semielfo se llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero ya era tarde, había perdido toda posible ventaja.
Maldiciendo interiormente. Tanis contempló aquella figura que emergía de las sombras, montando un poney de peludas patas que caminaba con la cabeza baja. como si se sintiese avergonzado de su jinete. La piel gris y manchada del rostro del jinete caía en numerosos pliegues. Dos ojos porcinos de color rosado les miraban bajo un casco de aspecto militar. Entre las brillantes y llamativas piezas de la armadura se adivinaba un cuerpo gordo y flácido.
Tanis sintió un extraño olor y arrugó la nariz asqueado.
—¡Un goblin!
—Soltando la espada le pegó una patada a Flint, pero en ese momento el enano estornudó estruendosamente y se quedó sentado sobre el kender.
—¡Un caballo! —exclamó Flint estornudando de nuevo.
—Detrás tuyo —le susurró Tanis.
Flint percibió un tono de alarma en las palabras de su amigo y se puso en pie. Tasslehoff hizo rápidamente lo mismo.
El goblin, sentado a horcajadas sobre el poney, los miraba de forma arrogante y despreciativa. En sus ojos rosados se reflejaban los últimos y rezagados rayos de sol.
—Mirad, soldados, con qué locos hemos de tratar aquí, en Solace —declaró el goblin hablando el idioma común de Solace con pesado acento.
Se oyó una risa animada que venía de los árboles detrás del goblin. De ahí salieron caminando cinco guardias goblins vestidos de uniforme raso que tomaron posiciones a ambos lados del caballo que montaba su jefe.