Su compañera, la mujer a la que Sturm había saludado, iba tan enfundada en una elegante capa de pieles con capucha, que era imposible distinguirla claramente: Ni ella ni su alto acompañante miraron a Sturm cuando pasaron por su lado. La mujer llevaba una vara adornada con plumas según la costumbre de los bárbaros. El hombre llevaba una vieja bolsa. Se sentaron y comenzaron a hablar entre ellos en voz baja.
—Los encontré en un camino a las afueras de la ciudad —dijo Sturm—. Ambos parecían rendidos de cansancio. Los acompañé hasta aquí y les dije dónde podían conseguir comida y cobijo para pasar la noche. Son de una raza orgullosa y creo que en otras circunstancias no hubiesen aceptado mi ayuda, pero se habían perdido y estaban cansados, y —Sturm bajó la voz— hoy en día hay ciertas
—Encontramos algunas de esas
Sturm no pudo evitar sonreír cuando Tanis le describió la pelea, pero movió la cabeza con aire de preocupación.
—Aquí afuera uno de los guardias Buscadores también me ha interrogado sobre una vara. De cristal azul, ¿no?
Caramon asintió, posando su mano sobre el delgado brazo de su hermano.
—Uno de esos asquerosos guardias nos detuvo. Querían confiscar el bastón de Raistlin, ¿podéis creerlo? Dijo que pensaban hacer una investigación exhaustiva. Desenvainé mi espada y no insistieron más sobre el tema.
Raistlin, con una desdeñosa sonrisa en los labios, retiró el brazo sobre el que su hermano había posado la mano.
—¿Qué hubiese sucedido si se hubieran llevado tu bastón? —le preguntó Tanis.
El mago lo miró desde las sombras con sus centelleantes ojos dorados.
—Hubiesen muerto de una forma terrible... Y no precisamente bajo la espada de Caramon.
El semielfo sintió un escalofrío. El tono suave de las palabras del mago le inquietó más que la bravuconería de su hermano.
—Me gustaría saber qué poderes tiene esa Vara de Cristal Azul para que los goblins estén tan ansiosos de encontrarla.
—Se rumorea que aún ha de venir lo peor—dijo Sturm en voz baja. Sus amigos se le acercaron para oírle mejor—. Hay ejércitos reunidos en el norte. Ejércitos de extrañas criaturas, no son humanos. Se habla de guerra.
—Pero ¿quiénes son? —preguntó Tanis —. Yo he oído lo mismo.
—Yo también —añadió Caramon—. Por cierto, me contaron...
Mientras seguían conversando, Tasslehoff bostezó, giró la cabeza y dejó de participar en la reunión. Aburrido, el kender observó la sala en busca de diversión. Sus ojos se posaron sobre el anciano que estaba sentado junto a la chimenea, quien seguía contándole cuentos al niño, aunque ahora ante una audiencia mayor. Tasslehoff vio que los dos bárbaros también lo escuchaban. En aquel momento se calló.
La mujer se había quitado la capucha y la luz del fuego iluminaba su rostro y sus cabellos. El kender la miró con admiración. El rostro de la mujer parecía el de una estatua de mármol.
Pero fue su cabello lo que más le llamó la atención. Tasslehoff nunca había visto una cabellera igual, especialmente entre la raza de las Llanuras que normalmente tenían la tez y los cabellos oscuros. El pelo le caía sobre los hombros en finas hebras de oro y plata que relucían a la luz del fuego.
Había otra persona escuchando al anciano. Era un hombre vestido con el lujoso uniforme dorado y marrón de los Buscadores. Estaba sentado frente a una pequeña mesa redonda y bebía vino caliente. Sobre la mesa había ya varias jarras vacías y mientras el kender lo observaba, el hombre pidió agriamente que le sirvieran otra.
—Es Hederick —les susurró Tika al pasar junto a la mesa donde los amigos estaban reunidos—. El Sumo Teócrata, gobernador de Solace.
El hombre gritó de nuevo pidiendo su cerveza y mirando fijamente a Tika. Esta corrió hacia su mesa y él comenzó a gruñir y a protestar por el mal servicio. Por un momento creyeron que Tika iba a responderle de forma seca y cortante, pero la muchacha se mordió los labios y guardó silencio.
Mientras tanto el anciano finalizó su relato. El niño suspiró y le preguntó con curiosidad:
—¿Son verdad estas historias que explicas sobre los auténticos dioses?
Tasslehoff vio que Hederick fruncía el ceño y esperó que no se le ocurriera molestar al anciano. El kender tocó el brazo de Tanis para llamar su atención, señalando con la cabeza al Buscador, como si quisiera dar a entender que podría haber problemas.
Los amigos se giraron. Sus miradas tropezaron con la imagen de la mujer de las Llanuras y todos quedaron impresionados por su belleza. Observaron la escena en silencio.
—Por supuesto que mis historias son verdaderas, pequeño. —El anciano miró a la mujer y a su alto acompañante—. Pregúntales a ellos dos. Ellos conocen historias parecidas.
—¿De verdad? —El niño se volvió impaciente hacia la mujer—. ¿Quieres contarme una?