Читаем El retorno de los dragones полностью

O quizás Lord Verminaard quiere que lleguemos al patio, —pensó Tanis. Se preguntó si sería verdad lo que había dicho el draconiano. ¿Se habían ido realmente el Señor del Dragón y el dragón? O se habían queda... —enojado consigo mismo, decidió no preocuparse más. ¡Qué más da!, se dijo, no podemos hacer otra cosa, debemos seguir adelante.

—Flint, quédate aquí —dijo.

—Si alguien se acerca mátale primero y avísanos después.

Flint asintió y se situó ante la puerta que llevaba al corredor, entreabriéndola para echar un vistazo. Los cadáveres de los draconianos se habían convertido en polvo.

Maritta tomó una antorcha de la pared y, prendiéndola, guió a los compañeros a través de un oscuro pasaje abovedado que desembocaba en el túnel que llevaba al cubil del dragón.


—¡Fizban! ¡Tu sombrero! —se arriesgó a susurrar Tas.

Demasiado tarde. El anciano mago hizo un gesto para agarrarlo pero no lo consiguió.

—¡Espías! —chilló Lord Verminaard furioso, señalando hacia el balcón—. ¡Captúralos, Ember! ¡Los quiero vivos!

¿Los quiere vivos?, pensó el dragón. ¡Eso es imposible! Pyros recordó los extraños ruidos que escuchó la noche anterior y comprendió, sin dudarlo, que esos espías le habían oído hablar sobre el Hombre de la Joya Verde. Sólo unos pocos privilegiados conocían aquel terrible secreto, el gran secreto que lograría que la Reina de la Oscuridad conquistase el mundo. Los espías debían morir, y el secreto debía morir con ellos.

Pyros extendió sus alas y se lanzó al aire, utilizando sus poderosas patas traseras para tomar impulso y velocidad.

—¡Ya está! —pensó Tasslehoff. Esta vez lo hemos estropeado todo. Ahora nos será imposible escapar.

Justo cuando comenzaba a resignarse a la idea de ser devorado por un dragón, el mago gritó una autoritaria palabra y una espesa oscuridad lo envolvió.

—¡Corre! —gritó Fizban agarrando al kender de la mano y arrastrándolo.

—Sestun

—¡También está con nosotros! ¡Corre!

Tasslehoff comenzó a correr. Salieron de la habitación, llegaron al corredor y después Tas no tuvo ni idea de qué camino habían tomado. Simplemente continuaba corriendo, agarrado de la mano del mago. Tras él podía escuchar el agudo silbido proferido por el dragón, pero de pronto, le oyó hablar.

—¡Espía! ¡Ya veo que eres mago! —gritó Pyros. —No podemos permitir que sigas corriendo en la oscuridad. Podrías perderte. ¡Permíteme que te ilumine el camino!

Tasslehoff oyó cómo el dragón aspiraba profundamente y, un segundo después, una terrible llamarada crepitó a su alrededor. Las llamas acabaron con la oscuridad, pero, ante su asombro, ni siquiera le rozaron. Atónito, miró a Fizban, que corría a su lado con la cabeza descubierta. Se hallaban en la galería de cuadros y se dirigían hacia la doble puerta.

El kender volvió la cabeza y pudo vislumbrar al dragón; nunca hubiera podido imaginar un ser tan terrorífico, era incluso más aterrador que el dragón negro de Xak Tsaroth. Una vez más, el dragón lanzó su llamarada sobre ellos. Tas se vio rodeado por las llamas. Los cuadros de las paredes ardieron, los muebles se quemaron, las cortinas prendieron como antorchas y la habitación se llenó de humo. Pero la llamarada no rozó ni a Sestun, ni a Fizban ni a él mismo. Tasslehoff miró al mago con admiración, verdaderamente impresionado.

—¿Cuánto tiempo más podrás protegemos? —le gritó a Fizban cuando giraron por una esquina, vislumbrando al fin la doble puerta de bronce.

El anciano lo miró con los ojos muy abiertos.

—¡No tengo ni idea! —jadeó.

—¡No sabía que fuera capaz de hacer algo así!

— Una nueva llamarada se expandió a su alrededor. Esta vez, Tasslehoff sintió el ardor y miró a Fizban alarmado. El mago asintió.

—¡Estoy perdiendo el poder!

—¡Intenta mantenerlo! ¡Ya casi hemos alcanzado la puerta! El no podrá atravesarla.

Empujaron la doble puerta de bronce que llevaba al corredor, en el preciso momento en que el encantamiento de Fizban perdía su poder. Ante ellos, aún abierta, estaba la puerta secreta que llevaba a la Sala del Mecanismo. Tasslehoff cerró de un golpe las puertas de bronce y se detuvo un momento a recuperar el aliento.

Pero en el preciso instante en que iba a exclamar: «¡Lo hemos conseguido!», una de las garrudas patas del dragón, atravesó la pared, apareciendo a poca distancia de la cabeza del kender.

Sestun, dando un chillido, corrió hacia las escaleras.

—¡No! ¡No! –Tasslehoff lo agarró a tiempo.

—¡Esas escaleras dan a las habitaciones de Verminaard!

—¡Corramos hacia la Sala del Mecanismo! —gritó Fizban. Se deslizaron por la puerta secreta justo cuando el muro de piedra se venía abajo con un ruido ensordecedor. Pese a los esfuerzos, les fue imposible cerrar la puerta secreta.

—Me parece que tengo mucho que aprender sobre dragones —murmuró Tas.

—¿Conoces algún buen libro sobre el tema...?

—O sea que os he obligado a huir hacia vuestra madriguera y ahora estáis atrapados —retumbó la voz de Pyros desde fuera.

—No tenéis a donde ir y las paredes no me detienen.

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