—¡Agárralo! —gritó Sturm—. ¡Tasslehoff, rema hacia atrás! ¡Ahí está! ¿Lo ves? Las burbujas...
Caramon chapoteaba frenéticamente en el agua en busca del enano. Tas intentaba remar hacia ellos pero el bote era demasiado pesado para él. Tanis disparó una nueva flecha y falló, lanzando una maldición al tiempo que preparaba otra. El grupo de goblins descendía por la colina.
—¡Ya lo tengo! —gritó Caramon alzando al empapado enano por el cuello de su túnica de cuero—. Deja de moverte —le dijo a Flint, que agitaba los brazos arriba y abajo absolutamente aterrorizado. Una de las flechas de los goblins golpeó a Caramon en su cota de mallas y se quedó ahí clavada como una raquítica pluma.
—¡Esto ya es demasiado! —gruñó exasperado el guerrero; tensó los músculos de los brazos y, haciendo un gran esfuerzo, arrojó al enano en el bote justo cuando comenzaba a alejarse. Flint se sujetó de una tabla con las piernas colgando fuera y Sturm lo agarró por el cinturón y lo empujó hacia dentro mientras la barca se balanceaba alarmantemente. Tanis casi perdió el equilibrio y tuvo que tirar el arco y sujetarse al bote para no caer al agua. Una de las flechas de los goblins golpeó la borda, rozando su mano.
—¡Tasslehoff, rema de nuevo hacia Caramon! —chilló Tanis.
—¡No puedo! —gritó el kender forcejeando. Un remo fuera de control estuvo a punto de tirar a Sturm al agua.
El caballero apartó bruscamente al kender y, agarrando los remos, condujo suavemente el bote cerca de Caramon para que éste pudiera subir a bordo.
Tanis ayudó al guerrero y luego le gritó al caballero:
—¡Rema!
Sturm movió los remos con todas sus fuerzas, inclinándose hacia atrás y sumergiéndolos lo más hondo posible. El bote se alejó de la costa en medio de los aullidos de los indignados goblins. Cuando Caramon, totalmente empapado, se dejó caer junto a Tanis, las flechas de los goblins aún silbaban a su alrededor.
—¡Están haciendo prácticas de tiro! —murmuró Caramon sacándose la flecha de su cota de mallas—. Nuestras siluetas se perfilan claramente contra las oscuras aguas.
Cuando Tanis se agachó para recuperar su arco, vio que Raistlin se estaba incorporando.
—¡Ponte a cubierto! —le aconsejó el semielfo, y Caramon rápidamente hizo un gesto hacia su hermano, quien, con expresión enojada, rebuscó en uno de los bolsillos de su cinturón y sacó un puñado de una sustancia. Una flecha pasó silbando a su lado, pero el mago no reaccionó. Tanis comenzó a tirar de él para que se sentara, pero se dio cuenta de que Raistlin se estaba concentrando para formular un encantamiento y sabía que distraerle en un momento semejante, podía traer dramáticas consecuencias: hacer que el mago olvidara el hechizo, o algo peor, que errara el encantamiento.
Apretando los dientes, Tanis lo observó. Raistlin levantó una mano flaca y huesuda, y dejó que los polvos cayeran lentamente sobre la cubierta del barco. El semielfo vio que se trataba de simple arena.
—¡Buen trabajo, hermano! —exclamó Caramon. Raistlin parpadeó y pareció regresar al mundo, luego cayó hacia delante. Su hermano pudo sujetarlo y el mago se incorporó, respirando débilmente en medio de un ataque de tos.
—Me pondré bien en un momento —susurró apartándose de Caramon.
—¿Qué les has hecho? —preguntó Tanis mientras buscaba las flechas enemigas para sacarlas del bote pues, a veces, los goblins envenenaban las puntas de las flechas.
—Hice que se durmieran —susurró Raistlin tiritando a causa del frío— y ahora debo descansar. —Se acurrucó de nuevo en un costado de la nave.
Tanis observó a Raistlin; indudablemente el mago había ganado habilidad y poder. Ojala pudiera confiar en él, pensó el semielfo.
El bote avanzaba sobre el lago inundado de estrellas. El silencio, aparte del rítmico chasquido de los remos en el agua y de la tos seca y tormentosa del mago, era absoluto. Tasslehoff destapó la bota de vino que Flint había conseguido conservar a pesar de la accidentada huida e intentó que el congelado enano tomara un trago y dejara de tiritar. Pero Flint, agachado en la popa, tembloroso, no quiso moverse y continuó mirando fijamente al agua.
Goldmoon se acurrucó todavía más, envuelta en su capa de pieles. Vestía los suaves pantalones de ante de su tribu cubiertos por un faldillín y una túnica con cinturón, y calzaba unas botas de piel. Cuando Caramon había arrojado a Flint a bordo, el bote se había llenado de agua, por lo que el ante se había adherido a la piel de la mujer y al poco rato ésta se hallaba helada de frío y temblando.