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Llegamos de Lanzarote el último sábado, con escala en Sevilla, y después por carretera hasta Lisboa. El domingo, como expliqué, fuimos a Azinhaga por aquello de la estatua que allí colocaron. El plátano de enfrente de la casa es un auténtico esplendor, una gama de verdes riquísima que atrae a una demorada contemplación y me hace pensar: «No mudes, déjate ser como eres». Inútil deseo, vendrá el verano con sus calores, el otoño con el primer frío, y las hojas caerán, el esplendor se apagará, el árbol se adormecerá hasta que la nueva primavera venga a tomar el lugar de esta que está terminando.Estos pensamientos sin ninguna originalidad me hicieron recordar el último y breve capítulo de Viaje a Portugal, que, oso pensar, alguna originalidad sí habrá tenido. Y pensé que no estaría mal traerlo aquí, cuando estamos a punto de partir otra vez, ahora a La Coruña. Ahí va, para quien le interese:«El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso éstos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en narrativa. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: “No hay nada más que ver”, sabía que no era así. El fin del viaje es simplemente el comienzo de otro. Es necesario ver lo que no ha sido visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se vio en verano, ver de día lo que se vio de noche, con sol donde antes la lluvia caía, ver el trigo verde, el fruto maduro, la piedra que cambió de lugar, la sombra que aquí no estaba. Es preciso volver a los pasos que fueron dados, para repetirlos, y para trazar caminos nuevos a su lado. Es preciso recomenzar el viaje. Siempre. El viajero vuelve ya.» Así es. Así sea.

Día 4

Laicismo

Anda viva la cuestión del laicismo, a mi modo de ver en términos no muy claros, porque parece que se quiere ignorar la cuestión fundamental que subyace al debate: creer o no creer en la existencia de un dios que, además de haber creado el universo y por tanto la especie humana, acabará siendo, al final de los tiempos, el juez de nuestros asuntos en la tierra, premiando las buenas acciones con la admisión en un paraíso donde los elegidos contemplarán la faz del Señor durante toda la eternidad, mientras, también durante toda la eternidad, los culpados de acciones malas arderán en el inextinguible fuego del infierno. Ese juicio final no será fácil, ni para dios ni para los que tendrán que rendir cuentas, pues no se conoce un solo caso de alguien que, en vida, haya cometido exclusivamente buenas acciones o malas acciones. Es propio del hombre la inconstancia en los propósitos y en los actos, siempre contradiciéndose de hora en hora. En medio de todo esto, el laicismo se me presenta más como una posición política determinada, aunque prudente, que como la emanación de una convicción profunda de la no existencia de dios y por tanto de la impertinencia lógica de las instituciones y de los instrumentos que pretenden imponer lo contrario en la consciencia de la gente. Se discute el laicismo porque, en el fondo, se teme discutir el ateísmo. Lo interesante del caso, sin embargo, es que la Iglesia católica, en su vieja tradición de ofender y sentirse ofendida, anda por ahí quejándose de ser víctima de un supuesto laicismo «agresivo», nueva categoría que le permite sublevarse contra el todo fingiendo sólo atacar la parte. La duplicidad siempre fue inseparable de las tácticas y de las estrategias diplomáticas y doctrinales de la curia romana.Sería de agradecer que la Iglesia católica apostólica romana dejase de meterse en lo que no es de su incumbencia, es decir, la vida civil y la vida privada de las personas. No debemos, sin embargo, sorprendernos. A la Iglesia católica le importa poco o nada el destino de las almas, su objetivo siempre ha sido controlar los cuerpos, y el laicismo es la primera puerta por donde comienzan a escapársele esos cuerpos, y de camino los espíritus, ya que unos no van sin los otros adondequiera que sea. La cuestión del laicismo no pasa, por tanto, de una primera escaramuza. La auténtica confrontación llegará cuando finalmente se enfrenten creencia y no creencia, yendo esta última a la lucha con su verdadero nombre: ateísmo. Lo demás son juegos de palabras.

Día 5

Carlos Casares

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