– Naturalmente, en cuanto me di cuenta de lo que había encontrado, retuve la carta. Tenía mucho miedo de que pudiera conducir a otros hasta las cuevas… a que alguien llegase a las mismas conclusiones que usted sobre la sagrada cruz. Aquello fue un error nefasto. No me había librado de los problemas con Bríet cuando entró en juego Harald. Él conocía el contenido de la cara. Entró directamente en materia, dijo que sabía que yo había encontrado el
– ¿Así que mataste a Harald para conservar el manuscrito… sin tener que devolver el dinero y reconocer su existencia, arriesgándolo todo? -preguntó Þóra-. A lo mejor él habría preferido seguir viviendo sin él, en vez de morir.
Gunnar rio débilmente.
– Claro que lo intenté. Se limitó a reírse de mí y dijo que era mucho más conveniente tratar con él que con las autoridades, y que no dudaría en denunciarme si lo engañaba. -Gunnar respiró con dificultad-. Lo vi. Venía en bicicleta por Suðurgata cuando yo estaba yéndome ya a casa. Di la vuelta y le esperé en la entrada principal. Dejó la bicicleta a un lado y entramos juntos. Una de sus manos estaba llena de sangre, había sangrado por la nariz. Tenía una hemorragia nasal. Muy desagradable. -Gunnar cerró los ojos-. Utilizó su llave y su número secreto para abrir. Estaba borracho e indudablemente drogado. Hice un nuevo intento de razonar con él. Le pedí que me comprendiera. Él se rió de mí. Lo seguí a la sala de alumnos, allí rebuscó en un armario y sacó una pastillita blanca, que se tragó. Enseguida se puso aún más extraño. Se dejó caer en un sillón, me dio la espalda y me pidió que le diera un masaje en los hombros. Creí que se había vuelto loco, pero más tarde supe que se había tomado una pastilla de éxtasis, que aumenta la necesidad de contacto físico. Fui hasta él y al principio pensé en hacer lo que me pedía, con la esperanza de que accediera a mi ruego. Pero de pronto me inundó una furia tal que, sin darme cuenta siquiera, me quité la corbata y se la pasé por el cuello. Apreté. Él se resistió. Pero no pasó nada. Y entonces murió. Cayó lentamente al suelo desde el sillón. Y me fui. -Gunnar miró a Þóra esperando su reacción. Parecía haberse olvidado completamente de Matthew.
Por la ventana llegó el ruido de unas sirenas, que fue haciéndose cada vez más fuerte.
– Vienen a por ti -anunció Þóra.
Gunnar apartó la vista de ella y la dirigió a la ventana.
– Yo quería llegar a ser rector -dijo con tristeza.
– Me parece que puedes olvidarte de eso.
13 DE DICIEMBRE
Epílogo
Amelia Guntlieb, callada como una tumba, tenía la mirada fija en la superficie de la mesa. Þóra sospechaba que no acababa de atreverse a hablar. Si hubiera estado en su lugar, ella también habría preferido el silencio. Matthew acababa de repasar los pormenores del caso, tal como los conocían entonces. No era muy probable que pudieran salir a la luz más cosas de auténtica importancia. Þóra admiró lo bien que había conseguido dulcificar las cosas que herirían sin duda a la madre de Harald. Pero la historia era repugnante y nada agradable de escuchar… incluso para Þóra, aunque conociera todos los detalles.
– Han encontrado el