Читаем El Último Ritual полностью

– ¿Adonde fuiste? -preguntó Matthew.

Bríet le sonrió con ambigüedad.

– ¿Yo? Estuve en el baño con un viejo amigo mío. Él puede confirmarlo.

– ¿Durante veinte minutos? -preguntó Matthew como dudando.

– Sí. ¿Y? ¿Quieres saber lo que hicimos?

– No -la interrumpió Þóra-. Nos hacemos idea.

– ¿Y qué queréis de mí? Yo no maté a Harald. Me limité a estar al lado de Dóri mientras se encargaba del cuerpo. El único que se va a ver metido en un buen lío si Dóri se lo cuenta a la policía es Andri. Él le ayudó. Yo no toqué a Harald. -Con aquello, Bríet intentaba darse ánimos a sí misma, pero no pareció darle muy buenos resultados.

– Querría preguntarte acerca del trabajo que estuviste haciendo con Harald sobre el obispo Brynjólfur y la carta desaparecida -expuso Þóra-. Dóri dijo que Harald se había enfadado bastante contigo. ¿Es así?

Bríet miró a la abogada sin comprender.

– ¿Aquel rollo? ¿Qué tiene que ver con este asunto?

– No lo sé, por eso te lo pregunto -respondió Þóra.

– Harald fue patético -dijo Bríet de improviso-. Yo tenía a Gunnar bien agarrado por el cuello. Se puso como un flan en cuanto fui a verle y le dije que sabía que había robado una carta del Archivo Nacional. Y lo hizo, eso seguro, diga él lo que diga.

– ¿En qué sentido estuvo Harald patético? -preguntó Matthew.

– Primero la cosa le pareció divertida y me animó a ir a por Gunnar. Además, nos colamos en su despacho para buscar la carta, después de que el tipo me echara con cajas destempladas. Todo fue de lo más raro. Cuando estábamos allí dentro, Harald cambió de opinión, así, de repente. Encontró un artículo viejo sobre los monjes irlandeses y se echó para atrás, y se empeñó en que con aquello ya tenía bastante.

– ¿Y eso? -preguntó Þóra.

Bríet se encogió de hombros.

– Era un artículo de Gunnar que estaba metido en un armario. Harald lo encontró y me pidió que le dijera lo que ponía en el pie de las fotos. Estaba emocionadísimo con dos de ellas. Una era de una cruz y la otra de una mierda de agujero. Luego también quiso enterarse de todo sobre la otra ilustración. Yo estaba a punto de desmayarme por los nervios, aterrada de que pudiera venir Gunnar. No estaba para ponerme a traducirle aquellos textos a Harald. Al final se guardó el artículo en el bolsillo y dejamos de buscar. Nos largamos.

– ¿Qué te dijo exactamente? ¿Lo recuerdas? -inquirió Þóra.

– Exactamente, no. Nos metimos en la sala de alumnos y me mandó que le dijera qué agujero era el de la foto. Se trataba de una cocina en el interior de una cueva. La cruz también. Estaba esculpida en la pared. Una especie de altar.

– ¿Y la otra ilustración? -preguntó Matthew-. ¿Qué había en ella?

– Era una foto aérea de la cueva con unos signos que indicaban qué era cada cosa. Si lo recuerdo bien, uno de ellos estaba junto a la cruz, el otro en un agujero que atravesaba el techo… creo que era un tubo de chimenea… y luego estaba el tercer signo en el agujero que se supone era el fogón. -Bríet miró a Matthew-. Recuerdo que se puso de lo más excitado con el tercer signo y me preguntó si me parecía posible que los monjes cocinaran al lado del altar. Yo le dije que no tenía ni idea. Entonces preguntó si yo no creía que por lo menos habrían puesto el fogón debajo de la chimenea. En el dibujo no era así, en absoluto. El fogón estaba al lado del altar y el tubo de la chimenea se encontraba cerca de la entrada. Parecía algo tan insignificante y tan impropio de Harald excitarse de aquel modo por un memez como aquélla.

– ¿Qué pasó luego? -preguntó Matthew.

– Se fue a hablar con Gunnar. Y después me prohibió volver a preocuparme por aquella carta. -Les miró con gesto de enfado-. Y eso que fue él quien originalmente me empujó a ir contra Gunnar… contra ese maldito Gastbucht, como le llamaba él.

– ¿Gastbucht? -repitió Þóra. ¿Qué ponía en el papel de apuntes de Harald? ¿Gastbucht? No era el Libro de visitas de la cruz, como había creído ella… no era una cruz sino una t, no era Gastbuch, sino Gastbucht, la traducción alemana del nombre Gestvík.


Þóra y Matthew volvieron a entrar a toda prisa en el Árnagarður. Mientras corrían, llamó a la policía y le habló a Markús de las sospechas suyas y de Matthew sobre Gunnar, pero él no pareció muy impresionado. Después de mucho forcejeo aceptó comprobar los movimientos de la cuenta del decano. El despacho de Gunnar se encontraba vacío cuando llegaron. En lugar de esperar fuera, decidieron tomarse ellos mismos el permiso de entrar y sentarse, y entonces se dieron cuenta de que Gunnar estaría con Maria, la presidenta del Instituto Árni Magnússon, entregándole la carta.

Matthew miró el reloj.

– Tiene que venir algún día este hombre.

En esto se abrió la puerta y entró Gunnar. Se quedó pasmado al verles allí.

– ¿Pero quién les ha dado permiso para entrar?

– Nadie. Estaba abierto -respondió Þóra tranquilamente.

Gunnar corrió a su escritorio.

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