También su madre era rubia, alta y delgada, y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a demonios.
—¡Ah, Fudge! —dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcisa, ni a nuestro hijo, Draco.
—¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor...
Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.
Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado. Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado.
—Por Dios, Arthur —dijo con suavidad—, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.
Fudge, que no escuchaba, dijo:
—Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.
—¡Ah... qué bien! —dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.
El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor Malfoy: los Malfoy se enorgullecían de ser de
—Asquerosos —murmuró Ron cuando él, Harry y Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego.
Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.
—¿Todos listos? —preguntó. Su redonda cara relucía de emoción como un queso de bola grande—. Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?
—Cuando tú quieras, Ludo —respondió Fudge complacido.
Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:
—
Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (
—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!
Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.
—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah! —De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son
—¿Qué son
Pero un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas que Harry hubiera visto nunca... pero no eran (no podían ser) humanas. Esto lo desconcertó por un momento, mientras trataba de averiguar qué eran realmente: qué podía hacer brillar su piel de aquel modo, con un resplandor plateado; o qué era lo que hacía que, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abriera en abanico detrás de la cabeza. Pero en aquel momento comenzó la música, y Harry dejó de preguntarse sobre su carácter humano. De hecho, no se hizo ninguna pregunta en absoluto.
Las veelas se pusieron a bailar, y la mente de Harry se quedó totalmente en blanco, sólo ocupada por una suerte de dicha. En ese momento, lo único que en el mundo merecía la pena era seguir viendo a las veelas; porque, si ellas dejaban de bailar, ocurrirían cosas terribles...
A medida que las veelas aumentaban la velocidad de su danza, unos pensamientos desenfrenados, aún indefinidos, se iban apoderando de la aturdida mente de Harry.
Quería hacer algo muy impresionante, y tenía que ser en aquel mismo instante. Saltar desde la tribuna al estadio parecía una buena idea... pero ¿sería suficiente?
—Harry, ¿qué haces? —le llegó la voz de Hermione desde muy lejos.