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cobardía a la paciencia;


y culpa a lo que es desdicha.


Necia a la mujer honesta;


mal hecha a la hermosa y casta;


y a la honrada… Pero basta;


que esto basta por respuesta.


MENGO: Digo que eres el dimuño.


LAURENCIA: ¡Soncas que lo dice mal!


MENGO: Apostaré que la sal


la echó el cura con el puño.


LAURENCIA: ¿Qué contienda os ha traído,


si no es que mal lo entendí?


FRONDOSO: Oye, por tu vida.


LAURENCIA: Di.


FRONDOSO: Préstame, Laurencia, oído.


LAURENCIA: Como prestado, y aun dado,


desde agora os doy el mío.


FRONDOSO: En tu discreción confío.


LAURENCIA: ¿Qué es lo que habéis apostado?


FRONDOSO: Yo y Barrildo contra Mengo.


LAURENCIA: ¿Qué dice Mengo?


BARRILDO: Una cosa


que, siendo cierta y forzosa,


la niega.


MENGO: A negarla vengo,


porque yo sé que es verdad.


LAURENCIA: ¿Qué dice?


BARRILDO: Que no hay amor.


LAURENCIA: Generalmente, es rigor.


BARRILDO: Es rigor y es necedad.


Sin amor, no se pudiera


ni aun el mundo conservar.


MENGO: Yo no sé filosofar;


leer, ¡ojalá supiera!


Pero si los elementos


en discordia eterna viven,


y de los mismos reciben


nuestros cuerpos alimentos,


cólera y melancolía,


flema y sangre, claro está.


BARRILDO: El mundo de acá y de allá,


Mengo, todo es armonía.


Armonía es puro amor,


porque el amor es concierto.


MENGO: Del natural os advierto


que yo no niego el valor.


Amor hay, y el que entre sí


gobierna todas las cosas,


correspondencias forzosas


de cuanto se mira aquí;


y yo jamás he negado


que cada cual tiene amor,


correspondiente a su humor,


que le conserva en su estado.


Mi mano al golpe que viene


mi cara defenderá;


mi pie, huyendo, estorbará


el daño que el cuerpo tiene.


Cerraránse mis pestañas


si al ojo le viene mal,


porque es amor natural.


PASCUALA: Pues, ¿de qué nos desengañas?


MENGO: De que nadie tiene amor


más que a su misma persona.


PASCUALA: Tú mientes, Mengo, y perdona;


porque, ¿es materia el rigor


con que un hombre a una mujer


o un animal quiere y ama


su semejante?


MENGO: Eso llama


amor propio, y no querer.


¿Qué es amor?


LAURENCIA: Es un deseo


de hermosura.


MENGO: Esa hermosura,


¿por qué el amor la procura?


LAURENCIA: Para gozarla.


MENGO: Eso creo.


Pues ese gusto que intenta,


¿no es para él mismo?


LAURENCIA: Es así.


MENGO: Luego ¿por quererse a sí


busca el bien que le contenta?


LAURENCIA: Es verdad.


MENGO: Pues de ese modo


no hay amor sino el que digo,


que por mi gusto le sigo


y quiero dármele en todo.


BARRILDO: Dijo el cura del lugar


cierto día en el sermón


que había cierto Platón


que nos enseñaba a amar;


que éste amaba el alma sola


y la virtud de lo amado.


PASCUALA: En materia habéis entrado


que, por ventura, acrisola


los caletres de los sabios


en sus cademias y escuelas.


LAURENCIA: Muy bien dice, y no te muelas


en persuadir sus agravios.


Da gracias, Mengo, a los cielos,


que te hicieron sin amor.


MENGO: ¿Amas tú?


LAURENCIA: Mi propio honor.


FRONDOSO: Dios te castigue con celos.


BARRILDO: ¿Quién gana?


PASCUALA: Con la qüistión


podéis ir al sacristán,


porque él o el cura os darán


bastante satisfacción.


Laurencia no quiere bien,


yo tengo poca experiencia.


¿Cómo daremos sentencia?


FRONDOSO: ¿Qué mayor que ese desdén?


Sale FLORES


FLORES: Dios guarde a la buena gente.


FRONDOSO: Éste es del comendador


crïado.


LAURENCIA: ¡Gentil azor!


¿De adónde bueno, pariente?


FLORES: ¿No me veis a lo soldado?


LAURENCIA: ¿Viene don Fernando acá?


FLORES: La guerra se acaba ya,


puesto que nos ha costado


alguna sangre y amigos.


FRONDOSO: Contadnos cómo pasó.


FLORES: ¿Quién lo dirá como yo,


siendo mis ojos testigos?


Para emprender la jornada


de esta ciudad, que ya tiene


nombre de Ciudad Real,


juntó el gallardo maestre


dos mil lucidos infantes


de sus vasallos valientes,


y trescientos de a caballo


de seglares y de freiles;


porque la cruz roja obliga


cuantos al pecho la tienen,


aunque sean de orden sacro;


mas contra moros, se entiende.


Salió el muchacho bizarro


con una casaca verde,


bordada de cifras de oro,


que sólo los brazaletes


por las mangas descubrían,


que seis alamares prenden.


Un corpulento bridón,


Rucio rodado, que al Betis


bebió el agua, y en su orilla


despuntó la grama fértil;


el codón labrado en cintas


de ante, y el rizo copete


cogido en blancas lazadas,


que con las moscas de nieve


que bañan la blanca piel


iguales labores teje.


A su lado Fernán Gómez,


vuestro señor, en un fuerte


melado, de negros cabos,


puesto que con blanco bebe.


Sobre turca jacerina,


peto y espaldar luciente,


con naranjada orla saca,


que de oro y perlas guarnece.


El morrión, que coronado


con blancas plumas, parece


que del color naranjado


aquellos azahares vierte;


ceñida al brazo una liga


roja y blanca, con que mueve


un fresno entero por lanza


que hasta en Granada le temen.


La ciudad se puso en arma;


dicen que salir no quieren


de la corona real,


y el patrimonio defienden.


Entróla bien resistida,


y el maestre a los rebeldes


y a los que entonces trataron


su honor injuriosamente


mandó cortar las cabezas,


y a los de la baja plebe,


con mordazas en la boca,


azotar públicamente.


Queda en ella tan temido


y tan amado, que creen


que quien en tan pocos años


pelea, castiga y vence,


ha de ser en otra edad


rayo del África fértil,


que tantas lunas azules


a su roja cruz sujete.


Al comendador y a todos


ha hecho tantas mercedes,


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