Читаем Guianeya полностью

Para la realización de este plan se exigía como mínimo de ochenta a noventa años, y sólo después de este plazo se esperaba el segundo vuelo.

La tripulación de la primera nave fue aniquilada por Riyagueya, y los que habían quedado en el planeta no podían saber que el plan había fracasado.

Sin embargo aparecían pasado sólo año y medio.

Sin duda alguna ellos estaban seguros que sus camaradas de la primera nave habían conectado las instalaciones de los satélites, pero lo que había pasado no lo sabían y no lo podían saber.

¿Para qué entonces habían volado?

Había tres explicaciones.

La primera, la más inverosímil, era que la nave de Riyagueya no regresaría a su debido tiempo. Su inverosimilitud consistía en que la tripulación de la nave debía de pasar un cierto tiempo en la Tierra. Esto lo demostraba la presencia de la traductora. Pero año y medio era un plazo demasiado pequeño para poder salvar la distancia de la Tierra hasta cualquiera de las estrellas más próximas, aunque sólo se estuviera en la Tierra un mes.

La segunda, que parecía la más verosímil, expresaba la idea de que la nave aparecida había volado para realizar una comprobación. Y poniéndose en lo más desagradable, había volado con el fin de reforzar la acción de los satélites, de acelerarla, para lanzar sobre la Tierra nuevas porciones más potentes de diabólicas radiaciones.

La última explicación parecía que la desmentía la acción de Riyagueya y lo que había dicho en su nombre Guianeya. Pero ella podía también equivocarse.

Llegó el momento de pensar en ¿cómo recibir a los huéspedes no invitados?

La humanidad de la Tierra tenía todos los derechos morales para destruir la nave que se acercaba. Esto sería un acto legal, como se decía en la antigüedad, un acto de autodefensa y esto era fácil hacerlo.

Pero a nadie se le ocurrió una acción de este tipo.

Los científicos e ingenieros sentían una gran desilusión ya que la base y los satélites habían desaparecido sin dejar rastro, sin que nadie pudiera saber su construcción y principios de funcionamiento. Esta era técnica de otro mundo, y como era natural, existían grandes deseos de estudiarla.

¡Destruir también esta nave! Esto significaría renunciar definitivamente y para siempre a la idea de poder conocer la técnica de aquel mundo.

La curiosidad científica es un impulso muy fuerte y es casi imposible luchar contra él.

¿Ha hecho del hombre lo que es, ha sido siempre una cualidad del hombre!

¡Destruir la nave! ¡No, nunca! Sólo en caso extremo, si no queda otro remedio.

La poderosa técnica de la Tierra impulsaba a seguir otro camino.

Era necesario intentarlo. Y si fracasaba, en cualquier momento se podía dispersar la nave en átomos.

Desde el momento de su aparición en el «campo visual» de los gravímetros hasta la adopción del acuerdo, pasó poco tiempo. Al cabo de dos horas la Tierra ya estaba preparada para cualquiera de las variantes.

Los rayos de los radares tenían «atrapada» a la nave. Eran ya conocidos su volumen y dimensiones. Se envolvió al planeta con una capa protectora antirradiación. Cuatro astronaves se habían aproximado al huésped y le seguían con insistencia.

Todo estaba preparado.

Los advenedizos se encontraban inermes completamente, en poder de las personas de la Tierra.

¿Sabía esto su tripulación? Debían haber notado la «escolta» de honor, comprender para qué era, y hacer la conclusión correspondiente.

¿Qué medidas tomarían?

En la Tierra esperaban tranquilamente. El Instituto de cosmonáutica se convirtió en el estado mayor de las operaciones de recibimiento, y Laszlo Szabo tenía la mano sobre el botón. Una pequeña presión y las cuatro astronaves al recibir la señal de ataque lanzarían cuatro cohetes mortíferos que no dejarían nada del advenedizo.

Su conducta era muy rara.

Por lo visto ya hacía tiempo que se habían conectado los motores de freno y la nave volaba muy lentamente, disminuyendo constantemente su velocidad, en un grado mayor de lo necesario.

Por fin su velocidad llegó casi al cero.

Por lo visto los advenedizos no pensaban descender en la Luna. Para entrar en la órbita alrededor de la Tierra, como hicieron los satélitesexploradores, era necesaria una gran velocidad. Era incomprensible que pudieran descender en la Tierra tan lentamente.

Se había creado la impresión de que el comandante de la nave no sabía qué hacer.

Era posible que hubiera visto todo y comprendiera que había caído en una trampa.

Entonces la nave podía inesperadamente dar la vuelta y desaparecer en el cosmos.

Szabo decidió firmemente no permitir esto. ¡De la Tierra no marcharán «vivos» los advenedizos!

¿A quién se le podía ocurrir que la nave no la dirigía nadie, que los cuatro seres que se encuentran en ella, incluso no saben que su camino ha terminado, que los aparatos automáticos esperan la orden que nadie les puede dar?

No sería suficiente tener la imaginación más perspicaz para poder sospechar la verdad.

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