Читаем Guianeya полностью

Esperaban ver en el planeta hacia donde volaron, bosques espesos, chozas de los habitantes, un mundo parecido al suyo.

La nave estaba en el centro de un enorme campo, desprovisto de vegetación y singularmente plano, como una meseta de montaña. En el horizonte se levantaban edificios fantásticos, que en cierto grado se asemejaban a los edificios erigidos por los «odiados» en su planeta. Unas máquinas se aproximaban por todas partes. Eran también parecidas a las de los «odiados» pero tenían una forma un poco distinta. En ellas venían personas a las que se podía ver perfectamente.

Los cuatro, llenos de desesperación, cayeron al suelo.

«Los odiados»!..

La nave les llevó no a donde ellos querían. ¡Estaban en el planeta de los «odiados», en su patria!

¡Todo fracasó, todos los planes se derrumbaron!

Los cuatro yacían sin movimiento, resignados con su suerte, conformes con su aciago fracaso. ¡Que vengan y hagan lo que quieran!

Para los cuatro la vida no tenía ya ningún valor.

El primero que volvió en sí fue Vego, el más viejo de los cuatro.

— Es necesario que destruyamos el contenido del cajón amarillo — dijo — antes que los «odiados» aparezcan aquí. Nos han engañado. La nave debíia volar no donde voló la primera. Pero aquí no saben nada. Callaos, hagan lo que hagan con vosotros.

— Callaremos, pase lo que pase — respondieron los tres.

No duró mucho tiempo el pintar de color gris el cuerpo invisible. Potentes pulverizadores realizaron esta labor en media hora.

Ante los ojos de las personas se elevaba como una montaña el cuerpo colosal del gigante cósmico de una longitud de quinientos metros. Tema una forma alargada, nervada, con abultamientos en sus extremos. No se veía nada que pudiera parecerse a toberas. Por lo visto la nave no era de reacción.

— Es la misma — dijo Guianeya — que tenía que haber volado después de nosotros, pero decidieron no enviarla. ¡Qué raro! ¿Por qué está aquí?

– ¿La suya era igual? — preguntó Murátov.

— Las dos eran completamente iguales. Esperaron pacientemente más de una hora.

Pero nadie salía de la nave.

– ¿La entrada se puede abrir desde afuera? — preguntó Stone.

— Sí.

Las dos frases las tradujo Murátov.

— Tenemos que entrar nosotros mismos — propuso Szabo —. A lo mejor la tripulación de la nave necesita nuestra ayuda.

— Abriremos la entrada — dijo Matthews — y esperaremos. Es posible que la composición del aire en el interior de la nave se diferencie de la terrestre. Es necesario hacer una desinfección.

— Sin duda alguna — acordó Stone —. ¿Pero se podrán abrir las dos puertas? Porque probablemente existe una cámara de salida.

Guianeya confirmó que existía la cámara de salida y que las dos puertas, una exterior y otra interior, no se podían abrir simultáneamente.

— Pero la defensa — añadió — es automática. No puede penetrar nada nocivo ni en la nave, ni salir de ella. Todo lo que entra o sale se vuelve inofensivo. Nada tienen que temer. El aire interior en nada se diferencia del de ustedes.

– ¿Cómo proceder? — preguntó Matthews. Las palabras de Guianeya no convencieron a nadie.

— Se pueden introducir en la nave robotsdesinfectadores — dijo Stone —. Pero hacen falta muchos. Habrá que esperar mucho hasta que los traigan.

— En las naves cósmicas es corriente que el aire esté destilado — señaló Leschinski.

— Sí, pero no tenemos la seguridad de que en ésta sea así.

La situación resultaba difícil. Era arriesgado entrar en la nave incluso con escafandra, teniendo en cuenta la defensa de que había hablado Guianeya. Los microbios de la atmósfera de la nave podían resultar peligrosos para las personas. Quién sabía si sería efectiva la segunda desinfección al salir de la nave. Incluso algunos microbios, de un planeta extraño, que penetraran en la atmósfera de la Tierra podrían ocasionar una epidemia de alguna enfermedad desconocida.

Pero no amenazaba ningún peligro a los que se encontraban dentro de la nave. Prueba de ello era Guianeya que no había enfermado de nada en la Tierra.

Claro que la tripulación no lo podía saber y es posible que por eso no saliera.

— Estarán realizando el análisis de nuestra atmósfera — supuso Murátov —. Pero esto durará mucho. Creo que debemos de mostrarles a Guianeya. Sin duda ellos ven lo que pasa en el exterior. Que Guianeya escriba con letras grandes en una hoja de papel:

«¡Salgan! ¡No hay ningún peligro!» — y que se acerque con esta hoja a la portilla. Creo que ella debe de saber dónde se encuentra.

La idea de Murátov gustó a todos.

— Propóngaselo a ella — dijo Stone. Guianeya accedió con gusto.

Una persona se dirigió al cosmodromo para traer papel y pinturas.

— Pero su salida — dijo Szabo — es también peligrosa para nosotros, si no se desinfectan perfectamente en la cámara de salida.

— Es difícil que esto sea así — le respondió Stone —. A juzgar por la nave su técnica está a un alto nivel. Ellos saben manejarla. En esto hay diferencia.

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