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La segunda expedición comenzó con el mismo objetivo pero con métodos distintos, elaborados en gabinetes silenciosos.

Los satélites estaban tranquilos durante estos días. El más próximo de ellos «se tranquilizó» en cuanto la «Titov» cesó la persecución y tomó rumbo hacia la Tierra. Vuelta tras vuelta por su órbita espiral, giraban inmutablemente los dos exploradores alrededor de la Tierra, cambiando de vez en cuando la velocidad en correspondencia con la distancia y las leyes físicas, y con menos frecuencia por su propia iniciativa.

Sin ningún trabajo los seguían las instalaciones de radar. Las señales en las pantallas eran demasiado débiles pero no se habían perdido, y las observaciones se realizaban durante las veinticuatro horas del día.

A petición del Instituto de cosmonáutica una de las astronaves que regresaba a la Tierra procedente de Venus, voló cerca del satélite más lejano, para comprobar cómo reaccionaba. El explorador número dos la dejó casi pegarse a la nave y lo mismo que el primero se escapó de ella aumentando la velocidad.

Los dos satélites maniobraban idénticamente.

La comparación de los resultados de este experimento con lo observado durante la primera expedición de la «Titov», condujo a la aparición de una nueva teoría casi contraria a la primera. Sinitsin y Stone, independientemente uno del otro, llegaron a la misma conclusión: a los satélites no los dirigía nadie, mejor dicho, no los dirigían personas, seres vivos y racionales. Los aparatosautomatas reaccionan ante la aproximación de una masa extraña y transmiten la señal a los motores, que también se conectan automáticamente, dirigiendo el satélite hacia adelante o hacia atrás, resultando la dirección algo casual.

Nada de racional había en las acciones de los satélites.

— Estos aparatos — señaló Stone — reaccionan lo mismo ante la aproximación de los satélites a, la Tierra o a la Luna. Esto lo puede explicar su órbita en espiral. Y por esto es completamente natural que ellos sientan la masa de la Tierra o de la Luna a una distancia mucho más grande que la masa de la «Titov».

Este punto de vista parecía que lo explicaba todo. Tenía el mismo derecho a ser mantenido que cualquier otro, ya que la verdad era desconocida. Pero tuvo lugar un hecho que dio base para dudar de la justeza de esta hipótesis. Fue la señal del radiolocalizador, observada por Sinitsin, en la segunda marcha de la «Titov» hacia el satélite. Es cierto que esta señal fue única y que no se volvió a repetir. Si el aparato registrador no la hubiera grabado en la cinta, lo que demostraba la irrefutabilidad de la existencia de la señal, se hubiera podido sospechar que Sinitsin se había equivocado.

— No demuestra nada — dijo Henry Stone no dando su brazo a torcer —. La señal iba de un satélite a otro. Esto sencillamente significaba: «¡Atención!» Los equipos cibernéticos pueden dar señales de advertencia.

Murátov presentó una proposición concreta en la reunión de turno del consejo científico.

— Tenemos — dijo — dos puntos de partida para las acciones ulteriores. Primero: los satélites perciben la aproximación de masas extrañas, además no es grande la sensibilidad de los aparatos instalados en ellos. Segundo: la presencia de transmisiones de radio. Estas dos circunstancias se pueden utilizar para obtener información. ¿Cómo?

Intentaré ahora explicarlo, comenzando del segundo punto. Si el camarada Stone está en lo cierto y los satélites se advierten mutuamente del peligro, entonces lo tendrán que hacer por segunda vez, cuando de nuevo nos acerquemos a uno de ellos. Llamo particularmente la atención de ustedes en que la señal del radiogoniómetro apareció sólo en la segunda marcha de la «Titov» y no en la primera lo cual sería completamente lógico.

¡Por qué ocurrió esto? ¿Es que es posible que el aparato automático cibernético pueda «dejar escapar» nuestra primera aproximación? ¿Es que estaba durmiendo? Sólo encuentro una explicación a este hecho mucho más que extraño. Esto podía ocurrir únicamente si la señal fuese enviada no por un aparato automático, sino por un ser vivo.

Pero en este caso la enviaría no desde el satélite sino fuera de él. Veo que alguno de ustedes quiere objetar algo. Esperen un poco a que termine de exponer mis ideas, y entonces… Propongo establecer de una vez y para siempre de dónde procedió la señal.

Esto se puede hacer por medio de la radiogoniometría. Claro está que para localizar un transmisor que está instalado en el espacio, son insuficientes las dos líneas corrientes, necesitamos tres. Para esto tenemos que enviar tres naves que registren la misma señal.

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