Murátov se acercó a Guianeya para ayudarla a quitarse la escafandra, pero la muchacha le apartó con un suave movimiento de la mano y se la quitó ella misma.
Sus grandes ojos negros miraban con una expresión no corriente la cara de Murátov.
Parecía que Guianeya quería decir o preguntar algo.
¿Qué significa esta fija mirada?
¿Sería de agradecimiento o, al contrario, de odio, por el trato sin ceremonias?
¿Cómo averiguar la expresión de la faz y el significado de la mirada en un ser casi en todo parecido al hombre de la Tierra, pero profundamente extraño?
11
El sharex corría velozmente entre los campos. En los mares dorados de los trigales, parecidos a islas, negreaban como cadenas alineadas los enormes vechelektros, torpes en apariencia. Sólo se podían ver aquellos que se encontraban lejos. Los cercanos a la vía pasaban fugaces a los ojos.
No se veía ni un alma.
El expreso se detenía con poca frecuencia. Cuando terminaban los campos, pasaba cerca de la ciudad o de un poblado obrero, y otra vez los infinitos campos dorados.
¡Ucrania!
Murátov todo el tiempo miraba por la ventana pero no veía nada.
Los cuadros de aquellos días inolvidables pasaban unos tras otros como una cinta cinematográfica en la pantalla invisible de su memoria…
… ¿Qué significó la mirada de Guianeya, allí, en la cámara de salida de la nave?
La huésped de un mundo extraño de una forma ostensible no permitía a nadie, incluso acercarse a ella, y Murátov inesperadamente la cogió en sus brazos, sin que ella ofreciera resistencia. Murátov recordaba perfectamente que Guianeya se apretó contra su pecho, probablemente para aliviarle el peso, y no protestó con nada. No podía dejar de comprender que lo hizo llevado por un sentimiento de preocupación por ella.
De ninguna manera la rara mirada de Guianeya podía reflejar odio. Después, durante los cuatro días que duró el viaje a la Tierra, Guianeya se dirigió varias veces a Murátov, como antes lo hacía con Leguerier.
Si ella se hubiera enfadado, si hubiera estado ofendida, podría ignorar a Murátov, lo mismo que hacía con todos en el asteroide, excepto con Leguerier. Podría haberse dirigido en caso de necesidad a Goglidze, ingeniero jefe de la escuadrilla, que se encontraba también en la astronave insignia.
Pero Guianeya «no prestó atención» ni a Goglidze, ni a ningún otro miembro de la tripulación, «reconoció» sólo a uno, sólo a Murátov.
¡Lógica incomprensible pero evidente!
¡Sólo se dirigía a los jefes!
¡En Hermes a Leguerier, en la astronave a Murátov! El resto, como si no existiera para Guianeya.
Era un hecho raro, muy raro, y muy difícil de encontrar una explicación verosímil.
«Orgullo y altivez», decía Leguerier.
¡No, no estaba en lo cierto! ¡No puede ser verdad! No puede concordar, de ninguna forma puede concordar, la altivez con una alta civilización, como la necesaria para llevar a cabo el vuelo interestelar realizado por Guianeya.
Se presentó a las personas en una nave cósmica que había volado de otro sistema planetario, y ¿quién podía decir en qué abismo del espacio se encontraba el Sol de su patria? Esta nave nadie la había visto, pero era sabido que era gigantesca, y superaba en mucho las dimensiones de lis terrestres. Y además poseía propiedades que todavía no las tenían las naves de la Tierra.
La técnica de la patria de Guianeya se debía encontrar a una gran altura. Y esta clase de técnica es inseparable de una alta organización de la sociedad de los habitantes racionales del planeta donde surja.
¿Cómo puede concordar esto con la explicación de Leguerier?
Pero refutarla era muy difícil. Guianeya con su conducta, considerada desde el punto de vista terreste, parecía que confirmaba el criterio del astrónomo francés.
¡Desde el punto de vista terrestre!
Murátov estaba convencido de que precisamente en esto se encierra el error. Desde el punto de vista de Guianeya todo esto podía considerarse de una forma completamente diferente.