Читаем La piel del tambor полностью

La Niña contó un par de vueltas de aguja más hasta completar la serie. Movió silenciosamente los labios al hacerlo; y luego, apurando de camino el resto de la caña de manzanilla, se puso en pie para alisarse la falda del vestido de lunares mientras echaba un vistazo por el portillo. Tras los geranios plantados en latas vacías de atún Albo, mustios aunque el Potro del Mantelete los regaba cada noche, se veía el antiguo muelle, un par de embarcaciones amarradas y, al fondo, la Torre del Oro y el puente de San Telmo.

– No hay moros en la costa -dijo.

Después, llevándose la labor de ganchillo, cruzó la cámara con revuelo de falda de volantes almidonados, dejando un espeso aroma a Maderas de Oriente que Peregil acusó de modo visible a su paso. Al abrirse la puerta del camarote, don Ibrahim entrevió por un momento al párroco: de espaldas, sentado en una silla, con los ojos vendados por un pañuelo de seda de la Niña, atadas las muñecas al respaldo con esparadrapo ancho comprado la tarde anterior en una farmacia de la calle Pureza. Seguía tal y como lo habían puesto: quieto, hermético, sin decir esta boca es mía salvo cuando le preguntaban si quería un bocadillo, una copita, o echar una meada; y en esos casos se limitaba a mandarlos a tomar por saco.

Entró la Niña y salió el Potro del Mantelete, cerrando la puerta a su espalda.

– ¿Cómo lo lleva? -preguntó Peregil.

– ¿Quién?

El Potro se había parado junto a la mesa, el aire perplejo, un ojo maltrecho del zipizape nocturno. Bajo la camiseta de tirantes se le moldeaban los duros y enjutos pectorales aceitados de sudor. Aún lucía una venda en el antebrazo izquierdo. En el hombro opuesto, junto a la marca de la vacuna, llevaba una cabeza de mujer tatuada en azul, con gorro legionario y un nombre ilegible debajo. Don Ibrahim nunca había preguntado si aquel nombre era el de la hembra infiel causa de su ruina, ni el Potro la mencionó jamás. Igual ni se acordaba. De cualquier modo, la vida de cada uno era la vida de cada uno.

– El cura -insistía Peregil con voz desmayada-. Que cómo lo lleva.

El ex torero y ex boxeador consideró largamente la cuestión. Arrugaba el entrecejo balanceándose un poco sobre las piernas, y por fin miró a don Ibrahim igual que un lebrel recibiendo la orden de un extraño, vuelto al amo en busca de confirmación.

– Lo lleva bien -respondió por fin, al no encontrar objeción en los ojos de su jefe y compadre-. Está quieto y no dice nada.

– ¿No ha hecho preguntas?

El Potro se restregaba con dos dedos la aplastada nariz mientras hacía memoria, voluntarioso. El calor no aguzaba sus reflejos.

– Ninguna -repuso por fin-. Le desabotoné un poco la sotana para que respire, y tampoco dijo ni pío -reflexionó largamente sobre todo aquello-. Ni que fuera mudo.

– Natural -terció don Ibrahim-. Se trata de un hombre de iglesia. Es la dignidad ofendida.

Se sacudió un poco el faldón de la camisa, pues ya le caía sobre la barriga la primera ceniza del puro, mientras el Potro asentía lento con la cabeza, mirando hacia la puerta cerrada como si acabase de resolver algo que lo hubiera intrigado mucho rato. Será eso, repitió dos veces. La dignidad.

Peregil boqueaba, pálido y sudoroso. Tenía el pañuelo como para escurrirlo en un cubo.

– Me voy -dijo. El humo del habano, con el balanceo, le daba a todas luces la puntilla-. Así que manteneos atentos a mis instrucciones.

Empezó a incorporarse, arreglando maquinalmente el pelo sobre su calva. En ese momento el Canela Fina se balanceó al paso de otro barco de turistas, y la mirada de Peregil siguió, con fijeza obsesiva, el movimiento de estribor a babor del rayo de sol que entraba por el portillo de los geranios. La piel se le puso más grasienta y pálida, y aspiró aire igual que un jurel recién pescado, mirando a don Ibrahim y al Potro con ojos de extravío.

– Perdonad -murmuró, la voz ahogada, antes de precipitarse camino de la puerta y la escala.


Перейти на страницу:

Похожие книги

Афганец. Лучшие романы о воинах-интернационалистах
Афганец. Лучшие романы о воинах-интернационалистах

Кто такие «афганцы»? Пушечное мясо, офицеры и солдаты, брошенные из застоявшегося полусонного мира в мясорубку войны. Они выполняют некий загадочный «интернациональный долг», они идут под пули, пытаются выжить, проклинают свою работу, но снова и снова неудержимо рвутся в бой. Они безоглядно идут туда, где рыжими волнами застыла раскаленная пыль, где змеиным клубком сплетаются следы танковых траков, где в клочья рвется и горит металл, где окровавленными бинтами, словно цветущими маками, можно устлать поле и все человеческие достоинства и пороки разложены, как по полочкам… В этой книге нет вымысла, здесь ярко и жестоко запечатлена вся правда об Афганской войне — этой горькой странице нашей истории. Каждая строка повествования выстрадана, все действующие лица реальны. Кому-то из них суждено было погибнуть, а кому-то вернуться…

Андрей Михайлович Дышев

Детективы / Проза / Проза о войне / Боевики / Военная проза