Читаем La Torre de Wayreth полностью

Berem oyó el grito de Flint y se volvió, temeroso. Al ver que el viejo enano se desplomaba, el hombre vaciló. Miró la abertura en la pared, miró a Flint y echó a correr para ayudarlo. Berem se arrodilló junto al enano, que se había quedado pálido.

—¿Qué te pasa? ¿Qué puedo hacer? —preguntó Berem.

—No es nada. —Flint boqueaba en busca de aire. Se apretaba el pecho con las manos—. Tengo la digestión un poco pesada, eso es todo. Algo que he comido. Sólo... ayúdame a ponerme de pie. Me cuesta respirar. Si camino un poco...

Berem ayudó al enano a levantarse.

Desde el otro extremo del valle, Tasslehoff por fin los había visto. Pero, como no podía ser de otra manera, el kender interpretó mal toda la situación. Creyó que Berem estaba atacando a Flint.

—¡Allí está Berem! —gritó fuera de sí el kender—. ¡Y está haciéndole algo a Flint! ¡Corre, Tanis!

Flint dio un paso y se tambaleó. Se le pusieron los ojos en blanco. Le fallaron las piernas. Berem cogió al enano en brazos y lo tumbó delicadamente sobre las rocas. Se quedó inclinado sobre él, sin saber qué hacer.

Al oír las pisadas que corrían hacia él, Berem se incorporó. Parecía aliviado. Por fin llegaba ayuda.

—¿Qué has hecho? —aullaba Tanis enfurecido—. ¡Lo has matado!

Desenvainó la espada y hundió la hoja en el pecho de Berem.

El hombre se estremeció y dejó escapar un grito. Se tambaleó y, atravesado por la espada, cayó sobre Tanis. El peso de su cuerpo estuvo a punto de tirarlos a los dos al suelo.

Las manos de Tanis se cubrieron de sangre. El semielfo arrancó la espada de su víctima y se volvió, dispuesto a enfrentarse a Caramon, que intentaba apartarlo. Berem gemía en el suelo, mientras la sangre manaba de la herida mortal. Tika sollozaba.

Flint no había visto nada de lo sucedido. Estaba abandonando el mundo, su alma se disponía a emprender la próxima etapa del viaje. Tasslehoff cogió al enano de la mano e intentó que se incorporara.

—Déjame, cabeza de chorlito —protestó Flint con un hilo de voz—. ¿No ves que estoy muriéndome?

Tasslehoff gimió, sobrepasado por el dolor, y cayó de rodillas.

—¡No estás muriéndote, Flint! No digas eso.

—¡Sabré yo si estoy muriéndome o no! —repuso Flint iracundo, mirándolo ceñudo.

—Otras veces ya pensaste que te morías y sólo estabas mareado por las olas —dijo Tas, y sorbió por la nariz—. Quizá ahora estés..., estés... —Miró alrededor del valle de piedra—. Quizá ahora estés mareado por las rocas.

—¡Por las rocas! —bufó Flint. Pero al ver el dolor del kender, la expresión del enano se suavizó—. Vamos, vamos, amigo. No pierdas el tiempo lloriqueando como un enano gully. Corre a buscar a Tanis.

Tasslehoff resopló y fue a hacer lo que le decían.

A Berem le temblaban los párpados. Gimió de nuevo y se sentó. Se llevó la mano al pecho. La esmeralda, cubierta de sangre, lanzaba destellos bajo el sol.

Siempre hay esperanza. No importan los errores que cometamos, no importan nuestras faltas ni los malentendidos, no importan el dolor, la pena y las pérdidas, no importa lo impenetrable que sea la oscuridad, pues siempre hay esperanza.

Raistlin abandonó su escondite detrás de las columnas y se acercó, invisible, a Flint, que yacía en el suelo con los ojos cerrados. Por un momento, el enano estaba solo. Un poco más allá, Caramon intentaba que Tanis recuperara la razón. Tasslehoff tiraba de la manga de Fizban, intentando hacerse entender. Fizban lo entendía todo perfectamente.

Raistlin se arrodilló junto al enano. El rostro de Flint estaba muy pálido, deformado por el dolor. Apretaba los puños. El sudor le cubría la frente.

—Nunca te gusté —dijo Raistlin—. Nunca confiaste en mí. Y sin embargo, fuiste bueno conmigo, Flint. No puedo devolverte la vida. Pero puedo aliviar tu agonía y darte tiempo para que te despidas.

Raistlin metió la mano en una bolsa y sacó un frasco pequeño con zumo de semillas de adormidera. Vertió unas gotas en la boca del enano. La mueca de dolor desapareció. Flint abrió los ojos.

Cuando sus amigos se reunieron alrededor de Flint para despedirse, Raistlin se quedó acompañándolos, aunque ninguno llegó a saberlo jamás. Se dijo a sí mismo más de una vez que debería marcharse, que tenía muchas cosas que hacer, que sus ambiciosos planes de futuro pendían de un hilo. Pero permaneció junto a sus amigos y su hermano.

Raistlin se quedó hasta que Flint suspiró, cerró los ojos y el último aliento abandonó el cuerpo del enano. Raistlin pronunció un hechizo. El corredor se abrió ante él.

Se adentró en el pasadizo y no volvió la vista atrás.

<p>30</p><p>El Cuchillo de Kitiara. La Espada de Par-Salian</p>Día vigesimoquinto, mes de Mishamont, año 352 DC
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