Читаем La Torre de Wayreth полностью

—¡Que no lo molesten! Yo sí que voy a molestarlo —gruñó una voz grave—. ¡Voy a darle una buena colleja!

—Tiene una visita, señor Majere —alzó la voz Bertrem, en tono de disculpa—. Dice que es un viejo amigo. Está preocupado por su estado de salud.

—Claro que está preocupado —dijo Raistlin en un tono cortante.

Estaba esperando esa visita. Incluso cuando vio que Flint empezaba a cruzar la calle hacia la biblioteca, pero después cambiaba de opinión. Flint se pasaría toda la noche dándole vueltas, pero al final iría. Sin Tas. Acudiría solo.

«Dile que se vaya. Dile que estás ocupado. Tienes un montón de cosas que hacer para preparar tu viaje a Neraka.» Al mismo tiempo que Raistlin pensaba todo eso, ya había empezado a deshacer el hechizo mágico con el que había cerrado la puerta.

—Puede pasar —anunció Raistlin.

Bertrem, con la cabeza calva reluciente de sudor, abrió la puerta con cuidado y miró hacia dentro. Al ver a Raistlin sentado en la silla, vestido con la túnica gris, abrió los ojos como platos.

—Pero ésas son... Es... Son...

Raistlin lo miró airado.

—Di lo que hayas venido a decir y desaparece.

—Una... visita... —repitió Bertrem con un hilo de voz antes de marcharse apresuradamente, con sus sandalias resonando sobre el suelo de piedra.

Flint entró como un huracán. El viejo enano se quedó observando a Raistlin. Sus ojos furiosos lo estudiaban desde debajo de sus pobladas cejas grises. Cruzó los brazos sobre el pecho, por debajo de la larga barba. Vestía la armadura de piel tachonada que los enanos preferían a las de acero. Era una armadura nueva y grabada con el dibujo de una rosa, el símbolo de los caballeros solámnicos.

Flint llevaba el mismo yelmo de siempre. Lo había encontrado en una de sus primeras aventuras, Raistlin no recordaba dónde. El casco estaba decorado con una cola hecha de crines de caballo. Flint sostenía que se trataba de la crin de un grifo y nada lograba convencerle de lo contrario, ni siquiera el hecho de que los grifos no tuvieran crines.

No habían pasado más que unos pocos meses desde la última vez que se habían visto, pero Raistlin se quedó sorprendido por los cambios que se apreciaban en el enano. Flint había adelgazado, y su piel había adquirido una tonalidad blanquecina. Respiraba trabajosamente, y en su rostro se apreciaban nuevas arrugas producidas por el dolor y la pérdida, por el cansancio y las preocupaciones. Pero en los ojos del viejo enano ardía el mismo espíritu bronco mientras miraba a Raistlin con ferocidad.

Ninguno de los dos dijo nada. Flint se aclaró la garganta, mientras lanzaba miradas alrededor de la celda. Con el rabillo del ojo vio los libros de hechizos que había sobre el escritorio, el Bastón de Mago que descansaba en una esquina y la taza vacía de té. Todos eran pertenencias de Raistlin, nada que fuera de Caramon.

Flint frunció el entrecejo y se rascó la nariz. Lanzaba miradas a Raistlin con expresión ceñuda y pasaba el peso de una pierna a otra, incómodo.

«Hasta qué punto se sentiría incómodo si supiera la verdad —pensó Raistlin—. Que dejé morir a Caramon y a Tanis y a los demás.» Preferiría que Flint no hubiera ido a visitarlo.

—El kender dijo que te había visto —dijo Flint, atreviéndose al fin a romper el silencio—. Dijo que estabas moribundo.

—Como puedes comprobar, estoy bastante vivo —repuso Raistlin.

—Sí, bueno. —Flint se acarició la barba—. Llevas una túnica gris. ¿Eso qué se supone que significa?

—Que he dado a lavar la roja —repuso Raistlin, y añadió mordazmente—: Mis riquezas no me permiten tener un gran armario. —Hizo un gesto impaciente—. ¿Has venido a mirarme y a comentar mi vestuario o tienes algún propósito?

—He venido porque estaba preocupado por ti —contestó Flint, frunciendo el entrecejo.

Raistlin sonrió con gesto sarcástico.

—No has venido porque estuvieras preocupado por mí. Estás aquí porque estás preocupado por Tanis y Caramon.

—Bueno, y tengo derecho a estarlo, ¿no? ¿Qué les ha pasado? —quiso saber Flint. Sus mejillas grises enrojecieron.

Raistlin no respondió de inmediato. Podía decir la verdad. No había ningún motivo que se lo impidiera. Al fin y al cabo, no le importaba lo más mínimo lo que Flint ni ninguno de ellos pensaran de él. Podía decir la verdad: que los había dejado morir en El Remolino. Pero Flint se indignaría y tal vez llegara a atacar a Raistlin, impulsado por su ira. El viejo enano no suponía una amenaza, pero Raistlin no tendría más remedio que defenderse. Flint podía acabar herido, y se iba a montar una escena. Se crearía un alboroto enorme entre los Estetas. Lo echarían de allí y todavía no estaba preparado para irse.

—Laurana, Tas y yo sabemos que tú y los demás escapasteis de Tarsis —dijo Flint—. Compartimos el sueño. —Parecía realmente incómodo al admitir eso.

Raistlin estaba muy intrigado.

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