Читаем La Torre de Wayreth полностью

Hablando, llegaron hasta la Puerta Blanca. El sol ya se estaba poniendo y el cielo se teñía de rojo. Se oían risotadas y ruidos provenientes de El Broquel Partido, que estaba al otro lado de la calle. La taberna estaba abarrotada de soldados que habían acabado su turno y de trabajadores que habían dado fin a su jornada, todos en busca de comida y un buen trago. Los guardias de la puerta estaban atareados vigilando quién abandonaba la ciudad interna y comprobando quién quería entrar en Neraka. Había algunos clérigos ataviados con la túnica negra, pero Raistlin se fijó en que la mayoría eran mercenarios que acudían en busca de trabajo en los ejércitos de los Dragones.

Se puso a la cola junto a Iolanthe, detrás de dos humanos, un hombre y una mujer, que charlaban entre ellos.

—He oído que va a haber una ofensiva en primavera —decía la mujer—. El emperador paga bien. Por eso estoy aquí.

—Digamos que el emperador promete que paga bien —puntualizó el hombre—. Yo todavía no he visto las piezas de acero que me debe y llevo aquí dos meses. Si dejas que te dé un consejo, es mejor que vayas al norte. Trabaja para la Dama Azul. Ella sí que paga bien y puntualmente. Allí es donde me dirijo yo ahora. No vuelvo a la ciudad más que a recoger mis cosas.

—Estoy abierta a sugerencias. ¿Quizá te gustaría tener una compañera de viaje? —dijo la mujer.

—Quizá sí.

Raistlin recordó esa conversación y sólo con el paso del tiempo se dio cuenta de lo que presagiaba. Mientras esperaba en la cola, en lo único que podía pensar era en el documento falsificado, y su nerviosismo crecía con cada minuto que pasaba. Se preguntaba si los guardias de la puerta lo aceptarían. Empezaba a dudar que así fuera. Se imaginó que lo detenían, que lo sacaban de allí a rastras e incluso podían devolverlo a las mazmorras del Señor de la Noche.

Miró a Iolanthe, que estaba junto a él, cogiéndolo por el brazo. Estaba tranquila, comentando algo a lo que Raistlin no prestaba atención. Le había repetido una y otra vez que no tenía de qué preocuparse, los guardias no mirarían el documento falso más que de pasada. Raistlin había comparado su salvoconducto con el auténtico de la hechicera y tenía que admitir que no encontraba ninguna diferencia.

Tenía fe en ella, al menos más fe que la que había puesto nunca en nadie. Sin embargo, tenía sus dudas sobre Talent Orren. Era un hombre difícil de clasificar. Parecía el típico tunante superficial y simpático cuyo principal interés era ganar piezas de acero como fuera, con medios más o menos limpios. Pero Raistlin tenía el presentimiento de que había algo más. Volvió a pensar en la mirada penetrante de Orren, en la inteligencia y la astucia que brillaban en sus ojos de color castaño. Recordó el leve acento de Solamnia que teñía su voz. Quizá se repitiera la historia de Sturm, y Orren fuera el hijo de una familia noble que lo había perdido todo y había tenido que vender su espada al mejor postor. La diferencia con Sturm residía en que Orren había elegido la oscuridad en vez de la luz.

«Por los menos —continuó Raistlin con su hilo de pensamiento—, Talent Orren ha demostrado tener mejor olfato para los negocios.»

El guardia de la puerta les hizo un gesto para que avanzaran. El corazón de Raistlin latía a un ritmo trepidante y las orejas se le enrojecieron cuando tendió el salvoconducto falsificado al guardia. Iolanthe saludó al soldado por su nombre y le preguntó si lo vería más tarde en El Broquel Partido. Entre risas, le dijo que podía invitarla a algo. El guardia sólo tenía ojos para la hechicera. Apenas prestó atención al permiso de Raistlin y a él ni lo miró. Les dejó cruzar la puerta y se volvió hacia el siguiente de la cola.

—¿Ves qué fácil? —dijo Iolanthe.

—La próxima vez no te tendré conmigo —repuso Raistlin con sarcasmo.

—Bah, no tiene ninguna importancia. Estos hombres no están con el ejército del Señor de los Dragones, aunque aparentemente los Señores de los Dragones están a cargo de las puertas. Estos soldados pertenecen a la guardia de la ciudad de Neraka. Su función principal consiste en asegurarse de que no pase nadie que pueda ofender a la Iglesia. No les pagan lo suficiente para que se metan en problemas o se arriesguen más de la cuenta. Una vez vi cómo apuñalaban a un soldado en la calle, delante de otros dos. Los guardias de Neraka pasaron por encima del cuerpo y siguieron hablando sin inmutarse. Pero si hubiera sido a un peregrino oscuro a quien atacaban o robaban, eso habría sido una historia completamente diferente. Todos los soldados se habrían lanzado a la persecución del culpable.

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