Читаем La Torre de Wayreth полностью

Después de intercambiar estas pocas palabras, los dos caminaron en silencio. Raistlin estaba demasiado cansado y desanimado para mantener una conversación y parecía que la habladora de Iolanthe por fin había agotado todas sus palabras. Por su expresión, sus pensamientos eran tan sombríos como la oscuridad que paulatinamente los envolvía. Raistlin no tenía la menor idea de en qué estaría pensando la mujer, pues él estaba dándole vueltas a su futuro, y no tenía más remedio que admitir que pintaba muy crudo.

Volvieron a la Ringlera de los Hechiceros y Raistlin comprendió por qué la mayoría de las tiendas estaban tapiadas y abandonadas. Se admiró de que Snaggle consiguiera sobrevivir. Aunque, por otra parte, ser la única tienda de hechicería de Neraka debía de tener sus ventajas.

Raistlin se mostró firme ante los ruegos de Iolanthe para que se quedara a cenar. Estaba exhausto, lo invadía un agotamiento que provenía tanto de la desilusión y la tristeza como del cansancio físico. Quería estar solo para poder pensar en todo lo que había pasado y decidir qué hacer. Y ésa no era la única razón por la que no quería quedarse cerca de ella. No le gustaban las continuas referencias burlonas que Iolanthe hacía sobre las canicas. No le parecía probable que hubiera descubierto la verdad sobre el Orbe de los Dragones, pero prefería no arriesgarse.

Raistlin se mostró educado, pero firme en sus negativas a quedarse. Por desgracia, cuando Iolanthe comprendió que estaba decidido, anunció que ella no tenía nada mejor que hacer. Lo acompañaría a El Broquel Partido. Podían cenar juntos en la posada.

Raistlin trató de encontrar una forma de desalentar a Iolanthe sin herir sus sentimientos. Su amistad ya le había sido de provecho y preveía que podía volver a serle útil en el futuro. También podía ser un terrible enemigo.

Se preguntó por qué insistiría tanto en acompañarlo a todas partes. Acunado por su parloteo mientras iba de un lado a otro del apartamento, recogiendo sus cosas, cayó en la cuenta, sorprendido. Se sentía sola. Estaba ávida de hablar con otro hechicero, con alguien como ella, que comprendiera sus metas y sus aspiraciones. Sus pensamientos quedaron confirmados en ese mismo momento.

—Tengo la sensación de que tú y yo somos muy parecidos —le dijo Iolanthe, volviéndose hacia él.

Raistlin sonrió. Casi se echa a reír. ¿Qué podía tener en común él, un hombre joven y de salud delicada, con la piel de una extraña tonalidad y los ojos aún más raros, con una mujer hermosa, exótica, inteligente, poderosa y dueña de sí misma? No se sentía atraído por ella. No confiaba en ella y ni siquiera le gustaba mucho. Cada vez que sacaba a relucir las canicas con ese tonito burlón, sentía que se le erizaba el vello. Sin embargo, Iolanthe estaba en lo cierto. Él también sentía esa afinidad.

—Lo que nos une es el amor a la magia —prosiguió ella, respondiendo a sus pensamientos con tanta claridad como si los hubiera oído—. Y el amor al poder que la magia puede proporcionarnos. Ambos hemos sacrificado la comodidad, la seguridad y el bienestar por la magia. Y ambos estamos preparados para sacrificarnos todavía más. ¿Me equivoco?

Raistlin no respondió. Ella aceptó su silencio como una respuesta y entró en su dormitorio para cambiarse de ropa. El ya estaba resignándose a tener que pasar la velada con ella, lo que significaba tener que esforzarse en controlar todo lo que decía y hacía, cuando oyó unas pisadas en la escalera que conducía al apartamento.

Eran unos pasos pesados que terminaban en un sonido chirriante, como el que hacen unas garras al arañar la madera. Cuando Iolanthe salió de la habitación, puso mala cara, como si supiera lo que significaban esos sonidos.

—Maldita sea —murmuró, y abrió la puerta.

En el rellano estaba un corpulento draconiano bozak, cuyas alas rozaban el techo.

—¿Es ésta la casa de la señora Iolanthe? —preguntó el bozak.

—Sí —contestó Iolanthe con un suspiro—. Y yo soy Iolanthe. ¿Qué quieres?

—El emperador Ariakas ha regresado y bendice a Neraka con su augusta presencia. Solicita vuestra presencia, señora —anunció el bozak—. Yo debo escoltaros.

El draconiano paseó la mirada de la mujer a Raistlin y de nuevo a Iolanthe. Raistlin percibió el peligroso parpadeo de aquellos ojos serpentinos y se levantó prontamente, con las palabras de un hechizo mortal listas en su mente.

—Veo que tenéis compañía, señora —siguió diciendo el bozak en un tono muy grave—. ¿He interrumpido algo?

—Únicamente mis planes para la cena —repuso Iolanthe sin darle importancia—. Iba a cenar en El Broquel Partido en compañía de este joven, un aprendiz de hechicero que acaba de llegar a Neraka. Creo que al emperador le parecerá interesante conocerlo. Es Raistlin Majere, hermano de la Señora de los Dragones Kitiara.

La actitud recelosa del bozak se desvaneció. Estudió a Raistlin con interés y respeto.

—Tengo a vuestra hermana en gran estima, señor. Al igual que el emperador.

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