Читаем La Torre de Wayreth полностью

—Por el momento, ninguna —contestó Lute—. Dos hombres, ambos llamados Berem, han entrado en la ciudad a lo largo de la semana. Nuestros chicos estaban esperando en las puertas y lograron hacerse con ellos antes que los guardias de Neraka. Maelstrom los llevó a El Trol Peludo y los interrogó.

—Entiendo que ninguno de los dos tenía una gema verde incrustada en el pecho o un «rostro de anciano con ojos de joven».

—Uno tenía cara de viejo con mirada esquiva y el otro, rostro joven con ojos de joven. Aunque eso no les habría librado de que el Señor de la Noche los torturara. ¿Te acuerdas del Berem al que cogieron el otoño pasado? El Señor de la Noche le abrió el pecho y le rompió el esternón para asegurarse de que no escondía allí una esmeralda.

—¿Qué pasó con los dos últimos Berem?

—Uno era un ratero. Maelstrom le advirtió que si pensaba quedarse en Neraka, sería mejor que no se acercara por El Trol Peludo y que seguramente le iría bien cambiarse de nombre. El otro Berem era un muchacho de catorce años, el hijo de un granjero que se había escapado de casa y había venido a la ciudad a probar fortuna. Al mocoso no hubo necesidad de advertirle de nada. Después de ver nuestra hermosa ciudad, el pobre estaba muerto de miedo. Maelstrom le dio una pieza de acero y lo mandó de vuelta con su mamá.

—Me pregunto qué tendrá tan especial ese Berem —dijo Talent con aire meditabundo, como tantas otras veces.

Lute gruñó.

—¿Aparte del hecho de que le asoma una esmeralda entre los pelos del pecho?

—Hay que ser tan ingenuo como un goblin para creer esa historia. Lo más probable es que lleve un colgante con una esmeralda o algo así. Una piedra preciosa incrustada en el pecho, ¡por favor!

—No sé —repuso Lute en voz baja—. Cosas más raras se han visto, amigo mío. ¿Qué vas a hacer con la mercancía que acaba de llegar?

—Tener una charla con él. Tal vez le ofrezca un trabajo si me gustan sus pintas.

Lute frunció el entrecejo y, con ese gesto, lo poco que se le veía de la cara desapareció entre el pelo y la barba.

—¿Para qué demonios quieres ofrecerle un trabajo? Para empezar, es un hechicero, y son todos unos...

—Excepto la encantadora Iolanthe —dijo Talent con astucia.

Quizá Lute se sonrojó. Era difícil saberlo, debajo de tanto pelo. Fuera como fuese, dejó pasar la insinuación de Talent.

—Para seguir con nuestro tema, es un agente del Señor de la Noche.

—Entonces, ¿por qué le salvó la vida a Mari?

—¿Se te ocurre una forma mejor para que lo aceptásemos en nuestras filas? ¿Para descubrir nuestros secretos?

Talent sacudió la cabeza.

—Los agentes del Señor de la Noche no suelen ser tan listos. Pero si de verdad lo es, no tardaré en descubrirlo. Rechazará el trabajo que le voy a ofrecer porque implicará que se vaya de Neraka, y no estará dispuesto si el Señor de la Noche lo ha enviado espiarnos. Si acepta, puede ser un buen trato.

—¿De qué trabajo se trata?

—De lo que estuvimos hablando la otra noche, ya sabes. Precisamente él es su hermano.

—¿Y confías en él? —Lute fruncía el entrecejo—. Estás mal de la cabeza, Orren. Siempre lo he dicho.

—Confío en él tanto como en una noche sin luna en compañía de varios Túnicas Negras —repuso Talent—. Pero a Mari le gusta y los kenders suelen tener buen olfato con las personas. Incluso le gustas tú, ¿qué más quieres?

Lute resopló con tanta fuerza que estuvo a punto de caerse. Recuperó el equilibrio y, apoyándose en el bastón, cogió el té y la ballesta, y echó a caminar hacia la cama. A medio camino, se volvió.

—¿Qué pasa si tu hechicero rechaza el trabajo?

Talent se pasó un dedo por el bigote.

—¿Ya has dado de comer a los mastines esta noche?

—No.

—Pues no lo hagas.

Lute asintió, entró en su dormitorio y cerró la puerta.

Talent silbó a los dos perros, que lo siguieron trotando obedientemente. Se dirigió al fondo de la tienda, apartando cajas e incluso a veces trepando por encima de ellas, escalando cajones y barriles, montones de ropa, herramientas de todo tipo y ruedas de carro de todos los tamaños.

Lute había construido una especie de caseta para los perros en una esquina del local. Los perros, pensando que había llegado la hora de acostarse, se tumbaron dócilmente en dos cajones enormes y se acomodaron sobre unas mantas. Empezaron a roer unos huesos.

—No tan rápido, amigos míos —dijo Talent—. Esta noche tenemos trabajo.

Silbó y los perros salieron de sus cajones. Talent se agachó sobre el cajón de Hiddukel. El perro observó sus movimientos con cierto recelo.

—Tranquilo, amigo. Yo ya he cenado —dijo Talent, acariciándole la cabeza.

Por lo visto Hiddukel no lo creyó. Agarrando su hueso entre los dientes, Hiddukel profirió un gruñido de advertencia.

Talent empujó el cajón a un lado. Debajo había una trampilla. Talent tiró de ella para abrirla, sonriendo al pensar en qué haría el mastín si un desconocido se atrevía a invadir su «guarida». Una escalera toscamente construida bajaba hacia las tinieblas. En algún lugar alejado, un farol daba una tenue luz amarilla.

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