Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

—Te llevaré a la Cámara de la Visión —dijo el hechicero cuando Steel se reunió con él en el rellano—. Allí podrás comunicarte con tu comandante. Nos desplazaremos por los caminos de la magia, que son mucho más rápidos y menos extenuantes que esta escalera. —El elfo oscuro puso la mano en el brazo del caballero—. Quizás experimentes una sensación de mareo...

—¿Y yo qué? —Usha, que había permanecido tan inmóvil que podría haber sido una estatua de piedra, cobró vida de repente—. ¿Qué haréis conmigo? ¿Y qué le ha pasado a Palin? ¡Quiero ir con él!

—Jenna, ocúpate de ella —ordenó Dalamar.

La hechicera asintió con la cabeza, sonriente.

Dalamar pronunció unas palabras mágicas.

La oscuridad se abrió ante Steel, a quien asaltó el imperioso deseo de huir, pero el hechicero lo empujó hacia adelante.

Entonces sus pies tocaron suelo firme. Se encontraba al borde de un estanque, y se veía reflejado en la quieta y oscura superficie.


Usha había ido con los demás principalmente porque no quería quedarse sola en el cuarto. Y también, admitió ahora ante sí misma, porque el joven mago le había parecido muy atractivo. Era el primer hombre que conocía que no era estúpido o grosero, como los matones que la habían atacado; ni astuto y atemorizador, como el hechicero; ni frío y cruel, como el caballero negro.

Palin era diferente. Le recordaba en muchas cosas a su Protector. Era amable, vulnerable; percibía el temor en él, semejante al suyo propio. La sombra de un gran pesar, alguna pena oculta, flotaba sobre él. Y sin embargo era fuerte, tanto en voluntad como en coraje. Evocó su rostro y experimentó una sensación de tristeza que le oprimía el corazón y que resultaba inquietante, dolorosa y exquisitamente deliciosa.

—Quiero ir con Palin —repitió.

—Adelante. —Jenna señaló la puerta del laboratorio, los ojos pálidos del guardián.

Usha lo pensó mejor.

—Quiero marcharme —manifestó—. Todos los demás se han ido. No puedes retenerme aquí contra mi voluntad.

—No, claro que no puedo —contestó Jenna fríamente—. Una hechicera tan poderosa como tú podría ir a cualquier lugar que deseara.

Lo que Usha deseaba, como no había deseado otra cosa en toda su vida, era marcharse de esta torre maligna. No quería tener nada que ver con ella ni con la gente que había en ella... con la posible excepción de Palin Majere.

Alzó la vista hacia la puerta tras la que había desaparecido. Los ojos del espectro la contemplaban fijamente.

—Entonces me marcharé —dijo Usha, y abrió la bolsa.

Observó con expresión perpleja los diversos objetos que había dentro. Sabía que eran mágicos, pero eso era todo lo que sabía sobre ellos. Lamentó amargamente no haber prestado más atención a las instrucciones que le habían dado. Había varios anillos; un amuleto hecho con cuarzo blanco, uno con un granate y otro con una obsidiana; dos rollos de pergamino atados con cintas púrpuras; una bolsita pequeña que contenía algún tipo de hierbas de aroma dulzón; un trozo de cuerda, algo inútil, que ella supiera; varias figurillas pequeñas de animales; y una pequeña redoma de cristal.

Cerró los ojos y se concentró, intentando recordar la imagen y las palabras de los suyos.

Las imágenes acudieron a su mente, reconfortantes, cálidas, y perdidas para siempre.

Las lágrimas ardientes le escocieron en los ojos. Había sido tan fría, tan egoísta... Ansiaba poder revivir aquellos momentos, cambiarlos por otros en los que les diría lo agradecida que les estaba, cuánto los amaba, lo mucho que... lo mucho que los echaba de menos.

«Si alguna vez estás en peligro y quieres escapar, utiliza esto...»

Podía ver claramente al Protector, escuchar su consejo, sentir el tacto del objeto en su mano.

¿Qué objeto? ¿Cuál de ellos?

—Si no quieres quedar atrapada y sola en la escalera, a oscuras, te aconsejo que vengas conmigo —advirtió Jenna, que añadió secamente:— A menos que quieras dejarnos.

—Me marcho —contestó Usha.

O era el amuleto de obsidiana o la redoma de cristal; el uno o la otra. Uno de los dos objetos tenía algo que ver con sombras, lo que sin duda no le sería de mucha ayuda. Este espantoso sitio tenía sombras más que de sobra. El otro la sacaría del peligro. ¿Cómo? Usha no lo recordaba, pero cualquier cosa era mejor que esto.

La obsidiana era negra, como lo eran las sombras. La lógica descartaba el amuleto y le aconsejaba intentarlo con la redoma.

Usha había vivido rodeada de magia toda su vida, pero sólo el tipo de magia que se utilizaba para el bien y para propósitos prácticos. Jamás había visto magia negra o perjudicial... hasta que había entrado en esta horrenda torre. Por lo tanto no sentía un especial temor por probar una magia desconocida. Su Protector se lo había dado, y confiaba en él.

Usha sacó la redoma de la bolsa y rompió el sello de cera que la tapaba.

Jenna saltó sobre ella, pero era demasiado tarde.

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