—¡En cuanto puedan, querida! El Cónclave se les enfrentará, desde luego, pero ya vimos lo bien que funcionó nuestro ataque al alcázar de las Tormentas.
Jenna asintió con la cabeza, pálida y silenciosa. Su padre, Justarius, había muerto en la fallida intentona.
—A Nuitari le tiene que estar resultando difícil resistirse a su madre —continuó Dalamar sombríamente, refiriéndose al dios de la magia negra, hijo de Takhisis—. He notado que su poder ha menguado últimamente.
—Y no es sólo él —dijo la hechicera—. Lunitari está atravesando un momento de extraña debilidad, y, según el Túnica Blanca con el que hablé ayer en Wayreth, también Solinari parece estar alejado de sus seguidores.
Dalamar asintió con la cabeza.
—Creo que voy a hacer un corto viaje, querida.
—A la Torre del Sumo Sacerdote —adivinó Jenna—. ¿Qué hago con el caballero?
—Su dragón azul viene a recogerlo. Llévalo arriba, a la Avenida de la Muerte. Haré que la protección que rodea a la torre se abra el tiempo suficiente para que el dragón descienda y recoja a su amo.
—¿Es conveniente que lo dejemos marchar? Podríamos hacerlo prisionero.
Dalamar consideró esta posibilidad.
—No —decidió—. Dejaremos que se reúna con su ejército. Un caballero más o menos no va a influir en el resultado de la batalla.
—Podríamos utilizarlo como rehén...
—Los Caballeros de Takhisis no harían nada para salvarlo. De hecho, a su regreso será juzgado y probablemente sentenciado a muerte. Dejó escapar a su prisionero, ¿comprendes?
—Entonces, no volverá. ¿Por qué iba a hacerlo?
—
—Hablas de un modo enigmático, amor mío —Jenna sacudió la cabeza—. Yo lo veo muy vinculado a Takhisis. ¿Qué quieres que haga después de que se haya marchado?
Dalamar contempló fijamente la oscura laguna. La luz de las llamas azules se reflejaba en sus ojos.
—Si fuera tú, mi querida Jenna, empezaría a hacer el equipaje.
Steel terminó la conversación con su oficial al mando. El conjuro acabó y el encantamiento se disipó. El caballero se encontró una vez más junto a la charca de agua oscura. Varios de los Engendros Vivientes se habían reunido a su alrededor, toqueteando y tanteando su armadura con curiosidad. Conteniendo un escalofrío, retrocedió tan rápidamente que casi chocó contra Jenna.
—Creo que nos dejas, señor caballero.
—Así es, señora —contestó Steel—. Mi dragón viene hacia aquí. —Miró a su alrededor—. ¿Dónde está lord Dalamar?
—Mi señor ha ido a retirar la protección mágica que rodea la torre. Te conduciré a la Avenida de la Muerte. Allí podrás reunirte con tu dragón. A no ser que prefieras regresar a través del Robledal de Shoikan, claro —añadió la hechicera con sorna.
Steel, consciente de que se estaba burlando de él, guardó un frío silencio.
—Por favor, sígueme, señor caballero. —Jenna señaló hacia la puerta—. Saldremos al pasillo. No me apetece subir un millar de peldaños, y prefiero no ejecutar un hechizo en esta cámara. Los encantamientos no armonizan bien.
Steel siguió a Jenna fuera de la Cámara de la Visión sin lamentar abandonar aquel lugar. Una vez que se encontraron en el pasillo inhaló profundamente. El aire de la torre estaba cargado y olía a hierbas y a especias, a moho y a putrefacción, pero al menos limpió su nariz del repulsivo hedor de la cámara.
Jenna lo observaba con curiosidad.
—Primero he de preguntar, señor caballero, si estás realmente seguro de que quieres dejarnos.
—¿Por qué no iba a querer? —preguntó Steel, que la miró con desconfianza—. ¿Hay alguna posibilidad de llegar hasta Majere?
—No en esta vida —contestó Jenna, sonriente—. No me refería a eso. Dalamar me dijo que si regresabas con tu ejército corrías el peligro de ser condenado a muerte.
—Fracasé en la misión encomendada, y la pena por ello es la muerte.
Steel se mostraba tranquilo y Jenna lo miró asombrada.
—Entonces, ¿por qué regresas? ¡Huye mientras tienes ocasión de hacerlo! —Se acercó a él y añadió suavemente:— Puedo enviarte a cualquier lugar adonde desees ir. Entierra esta armadura, y podrás iniciar una nueva vida. Nadie lo sabrá jamás.
—Lo sabría yo, señora —replicó el caballero.
—Entonces, de acuerdo. —Jenna se encogió de hombros—. Es tu funeral. Cierra los ojos. Te ayudará a disipar la sensación de mareo.
Steel cerró los ojos, y oyó que la hechicera se echaba a reír.
—Dalamar tenía razón. ¡Realmente divertido!