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El enano se había percatado de la mirada de la joven, y ahora escuchó su suspiro y el ruido del estómago.

—Adelante, jovencita, sírvete tú misma —la invitó con un ademán—. Las ciruelas no están tan frescas como esta mañana, pero las uvas saben bien, si no te importa que estén algo arrugadas por el calor.

—Gracias, pero no tengo hambre —repuso Usha, negándose a mirar en dirección a la fruta.

—Entonces es que te has tragado un perrito —dijo Dougan con franqueza—, porque puedo oírle dar ladridos desde aquí. Vamos, come. Yo ya lo he hecho, así que no será una descortesía hacia mí.

—No se trata de eso. —Las mejillas de Usha estaban encendidas—. No..., no tengo ninguna de esas que llaman «monedas».

—Ah, así que ése es el problema. —Dougan se atusó la barba mientras miraba a la joven pensativamente—. Nueva en la ciudad, ¿eh?

Usha asintió con la cabeza.

—¿Dónde vives?

—En ningún sitio en particular —contestó de manera evasiva. El extraño enano se estaba tomando demasiado interés en sus asuntos personales—. Si me disculpas...

—¿Qué haces para ganarte la vida?

—Oh, pues, un poco de todo. Bueno, ha sido un placer hablar contigo, pero tengo que...

—Comprendo. Acabas de llegar a la ciudad y buscas trabajo. Todo te resulta un poco agobiante, ¿no?

—Bueno, sí, señor, pero...

—Creo que puedo ayudarte. —Dougan la miró con ojo crítico, la cabeza ladeada—. Te acercaste muy furtivamente. No te oí llegar, y eso no suele ocurrirme. —Tomó en su mano la de ella y la examinó con atención—. Dedos esbeltos. Y ágiles, puedo jurarlo. ¿Son rápidos? ¿Hábiles?

—Eh... supongo que sí. —Usha miraba al enano desconcertada.

Dougan le soltó la mano como si fuera una pieza de fruta achicharrada por el sol, y le estuvo mirando los pies un largo rato; luego alzó la vista hacia su rostro, musitando para sí mismo:

—Unos ojos que encandilarían a Hiddukel y lo harían dejar de contar su dinero. Rasgos que harían levantar al propio Chemosh de su tumba. Servirá. Sí, ya lo creo que sí, jovencita —dijo alzando la voz—. Conozco a ciertas personas que buscan chicas con cualidades como las que tú tienes.

—¿Qué cualidades? Yo no...

Pero Dougan ya no la escuchaba. Cogió un racimo de uvas y lo puso en las manos de Usha. Añadió varias ciruelas, una calabaza grande, y también habría apartado unos cuantos nabos de no ser porque a Usha ya no le cabía nada más en las manos. Hecho esto, el enano echó a andar.

—¡Eh, tú! ¿No has olvidado algo? —El frutero, un humano corpulento, había estado charlando con unos amigos sobre la rumoreada caída de Kalaman. Ver que alguien intentaba marcharse con parte de su mercancía sin antes pagar alejó de su cabeza toda idea acerca de la inminente guerra. Se plantó junto al enano, imponente—. He dicho que si no te has olvidado algo.

Dougan se paró y se atusó el bigote.

—Creo que sí. Los nabos. —Cogió varios y echó a andar otra vez.

—Está el asuntillo de mi dinero —dijo el vendedor mientras se interponía en su camino.

Usha se metió un puñado de uvas en la boca y se las tragó lo más deprisa posible, sin apenas masticar, decidida a comer todo lo que pudiera por si acaso tenía que devolver la fruta.

—Ponlo en mi cuenta —dijo Dougan con desenvoltura.

—Esto no es una taberna, Tapón —gruñó el hombre, que se cruzó de brazos—. Págame.

—Te propongo una cosa, buen hombre —repuso Dougan afablemente aunque parecía un poco molesto por el apelativo de Tapón—. Te lo juego a cara o cruz. —Sacó del bolsillo una moneda de oro. Los ojos del frutero se iluminaron—. Si de tres tiradas sale dos veces la cara del Señor, me llevo la fruta gratis. ¿De acuerdo? De acuerdo.

Dougan lanzó la moneda. El vendedor, con gesto ceñudo, la observó dar vueltas en el aire. La moneda cayó en la barra del carro, de cara. El hombre la examinó con atención.

—¡Eh, ésa no es una moneda de Palanthas! Y no lleva la cara del Señor. Esa cabeza parece la tuya...

Dougan se apresuró a recoger la moneda.

—Debo de haberme equivocado al cogerla, creyendo que era otra. —La arrojó otra vez antes de que el hombre pudiera protestar. La cabeza, del Señor o del enano, volvió a caer boca arriba.

—Ah, qué mala suerte has tenido —comentó Dougan con gesto complacido mientras se agachaba para recoger la moneda.

No obstante, el vendedor fue más rápido.

—Gracias —dijo—, esto cubre tu compra, más o menos.

—¡Pero has perdido! —bramó Dougan con el rostro congestionado.

El frutero, que examinaba la moneda con detenimiento, empezó a darle la vuelta.

—Bueno, no importa —añadió el enano, que echó a andar rápidamente al tiempo que tiraba de Usha—. Lo importante no es ganar o perder, sino cómo juegas, es lo que digo siempre.

—¡Eh, enano! —gritó el vendedor—. ¡Has intentado engañarme! ¡Esta moneda tiene dos cabezas, y las dos se parecen...!

—Vamos, muchacha —instó Dougan, apresurando el paso—. No disponemos de todo el día.

—¡Eh! —El vendedor gritaba ahora a pleno pulmón—. ¡El dorado se está quitando! ¡Detened a ese enano...!

Dougan corría ahora, y sus gruesas botas resonaban contra los adoquines de la calle.

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