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No, eso no sería una buena idea. Tal y como recuerdo de cuando era un jovencito kender, los consejos de una persona mayor, como soy yo, a alguien más joven, como es Palin, no son siempre bien recibidos. Quizá debería lanzarle una indirecta, darle un empujoncito, por así decir. Después de todo, no disponemos de todo el día. Se está haciendo hora de cenar y, según recuerdo, a las comidas en el Abismo, aunque puede que sean nutritivas, les falta sabor. Bien, esperaré a que no esté mirando...

Palin examinaba los pergaminos por encima, interesado en ellos, pero era evidente que tenía algo más importante en la cabeza. Les echaba una ojeada, suspiraba y volvía a dejarlos con evidente renuencia.

—Vamos... ¡encuentra alguno que puedas usar! —rezongó Tasslehoff.

De repente, al parecer, Palin lo encontró. Examinó el sello de cera que estaba estampado en la cinta que ataba el rollo de pergamino, y su rostro se animó de manera considerable; rompió el sello y empezó a repasar el contenido.

Tasslehoff Burrfoot, moviéndose tan silenciosamente como sólo un kender es capaz, lo que significa que hacía el mismo ruido que el polvo al caer al suelo, abandonó su sitio en el rincón, cruzó sigilosamente el cuarto, y remontó los peldaños de piedra que llevaban al Portal al Abismo.

—Esto es interesante, tío Tas —dijo Palin mientras se volvía para mirar hacia donde el kender había estado. Su voz adquirió un tono de preocupación cuando vio que ya no se encontraba allí—. ¡Tas!

—Mira lo que he encontrado, Palin —proclamó el kender, orgulloso.

Agarró el dorado cordón de seda que colgaba a un lado de la cortina de terciopelo púrpura y tiró de él.

—¡Tas, no! —gritó el joven mago, que dejó caer el rollo de pergamino y saltó hacia el kender—. ¡No lo hagas! Puedes meternos en...

Demasiado tarde.

La cortina se recogió y de los pliegues se soltó una nube de polvo tan densa que casi asfixió al kender.

Y entonces Palin escuchó la palabra más temida... la palabra que por lo general era la última que oían en vida los infortunados que viajaban con un kender:

—¡Oops!

<p>32</p><p>El Gremio de Ladrones. La nueva aprendiza</p>

El Gremio de Ladrones de Palanthas podía presumir —y solía hacerlo con cierto orgullo— de ser el más antiguo de la ciudad. Aunque no existía fecha oficial de su fundación, sus miembros no debían de equivocarse mucho en sus cálculos. Ni que decir tiene que hubo ladrones en Palanthas mucho antes de que hubiera plateros o sastres o perfumeros o cualquiera de los otros gremios ahora florecientes.

Las raíces del Gremio de Ladrones se remontaban a tiempos inmemoriales, a un caballero conocido como Pedro el Gato, que había dirigido una banda de salteadores en las tierras agrestes de Solamnia. Su banda asaltaba a los viajeros. Pedro el Gato (el apodo no le fue dado porque fuera tan silencioso como un gato y tuviera su gracilidad, sino porque en una ocasión lo azotaron con un gato de siete colas) era muy selectivo con sus víctimas. Evitaba a los grandes señores que viajaban con escoltas armadas; a todos los magos; a los mercenarios; y a cualquiera que llevara espada. Pedro el Gato sostenía que detestaba los enfrentamientos armados y era enemigo de derramar sangre. Y, en efecto, lo era... sobre todo si se trataba de la suya.

Prefería robar al viajero solitario y desarmado, como por ejemplo el calderero ambulante, el juglar itinerante, el esforzado buhonero, el empobrecido estudiante, el pobre clérigo. Huelga decir que Pedro el Gato y su banda andaban a la cuarta pregunta, aunque Pedro nunca perdía la esperanza de que algún día abordarían a un calderero que resultaba que llevaba guardado un puñado de joyas, pero esto no ocurría nunca.

Durante un invierno especialmente duro, cuando la banda había llegado a tales extremos que se comían los zapatos y empezaban a mirarse unos a otros ávidamente, relamiéndose, Pedro el Gato decidió mejorar su situación. Abandonó el campamento a escondidas, decidido a buscar fortuna —o por lo menos un mendrugo de pan— en la recién fundada ciudad de Palanthas. Gateaba por encima de la muralla en plena noche cuando tropezó con un guardia de la ciudad. Los que ven a Pedro el Gato desde una perspectiva romántica dicen que el guardia y él se enzarzaron en una lucha encarnizada, que Pedro arrojó al guardia desde lo alto de la muralla y que el salteador de caminos entró triunfante en la ciudad.

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Андрей Боярский

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