Fue a este almacén —o la casa gremial, como se la llamaba ostentosamente— hacia donde Usha y Dougan dirigieron sus pasos. El callejón estaba oscuro y desierto, pero la joven entró en él sin vacilar. El recuerdo de la torre la acosaba, así que, mientras estuviera lejos de aquel horrible sitio, se daba por satisfecha. Le gustaba la actitud farolera y las maneras bruscas del enano, admiraba su estilo elegante de vestir y, a no tardar, gozaba de su confianza.
La muchacha no sabía nada de los ojos que los vigilaban mientras recorrían el callejón. Era feliz en la ignorancia de que, de haberse encontrado sola en este sitio, habría acabado degollada.
Sin embargo, los ojos vigilantes conocían y aprobaban a Dougan. Lo que Usha, inocentemente, creyó que eran silbidos de pájaros y maullidos de gatos, guiaron al enano y a su compañera a salvo a través de una red de espías y centinelas.
El almacén era un edificio gigantesco pegado contra la muralla de la ciudad. Debido a que estaba construido con el mismo tipo de piedra que la muralla, tenía el aspecto de un forúnculo o un quiste que hubiera salido en la superficie de la muralla y cuya purulencia se extendiera por las calles. Era gris, moteado con manchas, y estaba combado y desmoronándose. Las ventanas que tenía o estaban rotas o sucias; los huecos se habían tapado con mantas (que podían quitarse en caso de que el edificio fuera atacado, y resultaban unos puestos ideales para arqueros). La puerta era gruesa, maciza, hecha con madera y reforzada con bandas de hierro; en ella había una marca peculiar.
Dougan llamó de una manera rara y complicada.
Una mirilla se deslizó cerca de la parte inferior y un ojo se asomó por ella. El ojo examinó a Dougan y luego se fijó en Usha; volvió hacia el enano, se entrecerró y luego desapareció al cerrarse la mirilla.
—No dirás en serio que aquí vive gente, ¿verdad? —comentó la joven a la par que miraba a su alrededor con asco y asombro.
—¡Chist, calla! No alces la voz, muchacha —advirtió Dougan—. Se sienten muy orgullosos de esto, ¿sabes? Muy orgullosos.
Usha no entendía el porqué, pero no dijo lo que pensaba por educación. Echó un vistazo sobre el hombro. Aunque a lo lejos, podía divisar la Torre de la Alta Hechicería. Incluso podía ver —o eso le pareció— la ventana del estudio de Dalamar. Imaginó al hechicero asomado a ella, observando las calles, buscándola. Sintió un escalofrío y se arrimó más a Dougan, deseando que quienquiera que viviese en este edificio contestara a la puerta.
Al volver la cabeza se la encontró ya abierta. Usha sufrió un sobresalto, ya que no había oído el menor ruido. Al principio no vio a nadie en el umbral. Al otro lado estaba muy oscuro y se percibía un olor espantoso —a repollo o algo peor— que le hizo encoger la nariz. En un primer momento creyó que el hedor salía del edificio, pero entonces una voz habló desde las malolientes sombras:
—¿Qué querer vosotros?
—¡Anda, pero si es un enano! —exclamó Usha con alivio.
—¡Muérdete la lengua! —gruñó Dougan—. Es un gully, así que no hagas comparaciones —añadió con gesto estirado.
—Pero si... Quiero decir que él... —Dio por sentado que era un varón, aunque no podía asegurarse por sus ropas andrajosas— ...se parece... —Estuvo a punto de decir «a ti», pero una mirada feroz de Dougan la hizo rectificar—. A... un enano —terminó sin convicción.
Dougan, evidentemente indignado, no respondió. Se volvió hacia el gully.
—Quiero ver a Lin. Di a Lin que Dougan Martillo Rojo está aquí y que no quiero que me haga esperar. Di a Lin que tengo algo para él que puede interesarle.
El gully echó a andar para llevar el recado en tres ocasiones distintas —cada vez que Dougan terminaba una frase— y las tres tuvo que frenarse y darse media vuelta para escuchar lo que decía Dougan.
—¡Alto! —gritó de repente el gully—. Yo, mareo. —Realmente parecía estar con náuseas.
Usha también empezaba a sentir revuelto el estómago, pero era por el olor.
—Mí no siente bien —dijo el gully con voz ahogada—. Siente como ganas «gomitar».
—¡No, no! —gritó Dougan al tiempo que retrocedía a una distancia segura—. Anda, descansa y tranquilízate. Buen chico.
—«Gomitar» no estar mal —argumentó el gully con expresión animada—. Si comida buena cuando entrar, también buena cuando salir.
—Ve a buscar a Lin, gusano —ordenó Dougan, que se enjugaba el sudor de la cara con el pañuelo. El calor en el cerrado callejón era agobiante.
—¿Quién es Lin? —preguntó Usha mientras el gully se alejaba trotando obedientemente.
—Su nombre completo el Linchado Geoffrey —respondió Dougan en voz baja—. Es el jefe de gremio.
—Qué nombre tan raro —susurró la joven—. ¿Por qué se llama así?
—Porque lo fue.
—¿Fue qué?
—Linchado. No hagas ningún comentario acerca de la quemadura de la soga en su cuello. Es muy susceptible respecto a eso.